Maximiliano
Basilio Cladakis
Gramsci decía que la política era la
historia en tiempo presente. A la inversa, podríamos decir que la historia es
la política en tiempo pasado. Este nexo entre política e historia implica un
nexo entre el presente y el pasado que dota de cierta ambigüedad a la historia
misma. Por un lado, para algunos, la historia se presenta como una serie de
acontecimientos pasados, ya solidificados en una pétrea inmovilidad que los
convierte en piezas de museo. La historia no sería otra cosa que un objeto de
estudio. Por otro lado, para otros, la historia se nos aparece como una serie
de acontecimientos que, por pasados, no significa que se encuentren acabados.
Al contrario, desde esta perspectiva, la historia es algo vivo, que no puede
resumirse a hechos cerrados en un horizonte temporal ya osificado. Los
acontecimientos pasados permanecen abiertos y esa apertura implica la necesidad
de reasumirlos como tarea del presente.
En este sentido, pensar en un 25 de mayo de
1810, pensar en un 25 de mayo de 1973 y pensar en un 25 de mayo de 2003 nos
coloca frente a una dialéctica que hace palpable el entrecruzamiento y
continuidad entre el presente y el pasado. Tres fechas coincidentes que, a
distancia de décadas, manifiestan una continuidad que funda un diálogo abierto
dentro de una misma tradición histórica. Un 25 de mayo en donde un grupo de
jóvenes revolucionarios se oponen y deponen al Virrey. Un 25 de mayo donde
Cámpora y la militancia popular logran poner fin a una dictadura de dieciocho
años. Un 25 de mayo donde asume Néstor Kirchner y comienza el fin de ciclo del
neoliberalismo que fue el modelo hegemónico de comprender la política, la
economía y la cultura desde 1976. Si bien puede pensarse que se tratan de
acontecimientos muy diferentes que responden a horizontes epocales que nada
tienen que ver los unos con los otros, hay trazos en común que, más allá de las
indudables diferencias contextuales, nos ponen frente a la pervivencia de causas
que atraviesan nuestros poco más de dos siglos de historia.
Una
de esas causas es la de la soberanía popular. Precisamente se trata de un concepto fundante en estos tres
25 de mayo. Mariano Moreno fue uno de los grandes representantes de la
Revolución de Mayo. De inspiración jacobina y rousseauniana, Moreno sostenía la
idea de “soberanía popular” como aquello a partir de lo cual se depondría al
Virrey Cisneros. La lucha contra los realistas se hacía en nombre, en parte, de
la “soberanía popular”. Mariano Moreno fue el primer traductor al español de El contrato social de Rousseau. En Rousseau,
la fuente de legitimidad de una sociedad es la voluntad popular, todo sistema
que no se fundamente en ella no es legítimo, sino que, por el contrario, se
trata de una tiranía. Mariano Moreno, cuando traduce la obra de Rousseau,
advierte que no lo hace por una mera cuestión de interés intelectual, sino que
su interés está puesto en la difusión de aquello por lo que se está llevando a
cabo la Revolución.
El 25 de mayo de 1973, por su parte,
significó el regreso de la soberanía popular. El pueblo volvía a ser el
soberano tras casi dos décadas de proscripciones, de persecuciones, de
encarcelamientos y de fusilamientos. El triunfo y asunción de Cámpora significó
el regreso del pueblo como fuente de legitimidad política. Aunque fue por un
tiempo breve, se había puesto fin al orden dictatorial que se legitimaba a sí mismo
sólo a partir de la fuerza (legitimación de facto y no de derecho), como guardiana de un orden que
excluía al pueblo. No hace falta pensar demasiado, para ver claramente que el
orden impuesto desde 1955 a 1973 tenía como finalidad terminar con la soberanía
popular. Ese orden tuvo también sus cómplices civiles y políticos que se
prestaban a las farsas electorales para darle un maquillaje democrático a una
tiranía que excluía a las grandes mayorías al proscribir al peronismo.
Por su parte, la asunción de Néstor Kirchner
el 25 de mayo de 2003 supuso el fin de una democracia que se encontraba
consubstancializada con los poderes económicos. Con Néstor Kirchner las
decisiones comenzaban a tomarse en la Casa Rosada y no en los centros de poder
transnacional. Es decir, la toma de decisiones volvía a llevarse a cabo donde
debía hacerlo. La legitimación de la figura presidencial que logró Kirchner,
tras la debacle de esa figura en los ´90, significó que el Presidente volvía a
ser expresión de la voluntad popular y que iba a tomar decisiones en pos
de los intereses del pueblo, sustento de
su legitimidad, y no en pos de los intereses de los grupos económicos. Con
Néstor Kirchner, la soberanía popular se afianzaba en el orden de políticas a
través de las cuales el bien común estaba por encima de los intereses
corporativos.
La soberanía popular bien puede, entonces,
ser pensada como una de las claves fundamentales para la comprensión de estas
tres fechas que tienen una relevancia trascendental en el devenir de nuestra
historia como pueblo. Nuestra historia, como toda historia, tiene un carácter
agonístico y uno de los polos de ese agon
es el de la soberanía popular. Se trata de un elemento que ha estado
continuamente amenazado, sea por las potencias extranjeros, por las fuerzas
armadas, por algunos partidos políticos que no aceptan el rechazo del pueblo en
las urnas, o por los poderes económicos. Se trata, también, de un agon todavía no resuelto.
Precisamente, en el acto en Plaza de Mayo por
el 25 de Mayo, la Presidenta sostuvo enfáticamente que hay que empoderar al
pueblo para que este defienda sus intereses frente al existente peligro de que
las conquistas logradas en los últimos diez años se vean amenazadas por
intereses minoritarios y corporativos. La soberanía popular, hoy como ayer,
continúa siendo uno de los polos en disputa en el campo de la política. En este
punto, la historia permanece abierta, en devenir constante y el pasado se hace presente
en una trama compleja en donde las continuidades existen, a pesar de los
cambios y transformaciones.
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