Maximiliano
Basilio Cladakis
El cristianismo es, siempre, opción por los
pobres. De la parábola del camello y la aguja a la Epístola Universal de
Santiago, en donde se pronuncia la condena a “los ricos opresores, el
cristianismo nos sumerge en una eticidad en donde el Reino de Dios es el Reino
de los Pobres. Dios se hace carne en un hombre pobre, de un pueblo pobre, en
una nación pobre. Ese Dios encarnado vive entre marginales, prostitutas, la
escoria del mundo, vive entre ellos, les predica a ellos y muere por y para
ellos. Y su muerte es, también, entre ellos. La cruz, pues, era el destino que
los opresores romanos les otorgaba a sus víctimas.
Se trate de una realidad histórica o de un
mito, se crea o no en Dios, séase creyente, ateo o agnóstico, el cristianismo
indudablemente representó una subversión radical en la forma de comprender el
mundo. El cristianismo es estar del lado del oprimido. El mensaje evangélico es
claro en este punto y su potencial trastocador del orden instituido atraviesa
los siglos como una verdad irredimible que, surgida hace poco más de dos mil
años, continúa interpelándonos, más allá de las creencias que profesemos. Entre
el mensaje bíblico y el marxismo, tal
vez, no haya tantas diferencias como los fundamentalistas de uno u otro lado
parecieran plantear.
El cristianismo vino a instalar la
negatividad en el mundo. Este mundo, el mundo de la opresión, no es el mejor de
los mundos posibles, esta es una de las máximas fundamentales del mensaje
predicado por Jesús; y es una máxima que va a entrar, siempre, en contradicción
y conflicto con los poderes fácticos. Otra cosa es la Iglesia como institución
política, burocrática y económica. No hace falta entrar en detalles.
Históricamente, sabemos, la Iglesia ha
sido aliada y cómplice de los poderes terrenales, desde las épocas del Imperio,
a las más sangrientas dictaduras del siglo XX.
Sin embargo, dentro de esa misma Iglesia
siempre ha habido tendencias en tensión
con dicha complicidad. En siglos anteriores, fueron ejemplos de esto los movimientos
milenaristas, los franciscanos y las órdenes jesuíticas en América Latina,
expulsadas por la alianza entre la Monarquía Española y el Papado. El siglo XX
ha sido testigo de las más radicalizadas tendencias de este tipo: la Teología
de la Liberación, los Sacerdotes Tercermundistas y los actuales Curas de la
opción por los Pobres. Un cristianismo que, dentro de la Iglesia, retomaba, y
retoma, el mensaje evangélico en su radicalidad y, en su tomar partido por los
oprimidos, se oponía (y opone) a los opresores.
Carlos Mugica ha sido un representante notable
de esta tendencia. Dedicó su vida a proseguir hasta las últimas consecuencias
el mensaje originario de Jesús. Dedicó su vida a ello, y dio, también, su vida
por ello. A él, a Carlos Mugica, está dedicado este programa.
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