Maximiliano
Basilio Cladakis
Hugo Chávez fue el primer líder político de
relevancia que levantó las banderas del Socialismo tras la caída del Muro de
Berlín. En tiempos en que el bloque capitalista había proclamado su triunfo por
sobre el bloque soviético, instalando, así, al neoliberalismo (la expresión más
radical del capitalismo) como sistema hegemónico a escala global, la
reivindicación del Socialismo realizada por el Presidente Venezolano fue una
voz discordante que abrió los caminos para que “otro mundo fuera posible”. Sin
embargo, el Socialismo Bolivariano planteado por Chávez difería (y difiere), de
manera radical, con respecto al Socialismo Tradicional u Ortodoxo que había
colapsado entre fines de los ´80 y principios de los ´90. En este sentido, también
diferirá con las expresiones minoritarias que, aun siendo opositoras al sistema
soviético, comparten varias de sus premisas (como, por ejemplo, el trotskismo).
En este artículo, por lo tanto, la definición de “Socialismo Tradicional u
Ortodoxo” se aplicará tanto a sus versiones soviéticas como a sus versiones trotskistas.
Algunas de las diferencias entre el Socialismo
Bolivariano y el Socialismo Tradicional diferencias son las siguientes:
La democracia:
El Socialismo Bolivariano se legitima como gobierno y como sistema a partir de
la voluntad popular expresada a través de comicios libres y transparentes. El
Socialismo Tradicional, por el contrario, se opone a este tipo de legitimación
(aun cuando, en sus versiones minoritarias, vayan a elecciones donde no logran
superar el dos por ciento de los votos) ya que se estaría respondiendo al
esquema de una “democracia burguesa”. Es interesante destacar que, tanto el
Socialismo Bolivariano como el Socialismo Tradicional, se presentan como
críticos de la democracia burguesa y de su carácter exclusivamente formal. Sin
embargo, mientras que el Socialismo Tradicional deshecha la democracia formal,
el Socialismo Bolivariano la supera dialécticamente agregándole un contenido
social, comprendiendo dicho contenido como esencial.
El dogmatismo:
Hugo Chávez ha repetido en más de una ocasión que “el Socialismo es una tarea
creativa y no un dogma”. El Socialismo Bolivariano se plantea objetivos
estratégicos y tácticos, lo que
significa que está abierto a las contingencias históricas. Hay planes y
programas, sin embargo, se sabe a sí mismo como un proyecto político que se
encuentra atravesado por una historia en perpetuo cambio y en donde lo azaroso
e imprevisible se encuentra siempre en estado latente. Frente a los avatares de
la historia, se vuelve absolutamente necesaria una alta dosis de creatividad.
Como sostenía Maquiavelo en El Príncipe,
la virtud del príncipe radica en saber hacer frente a los embates de la
Fortuna. Traducido en términos contemporáneos, podríamos decir que el líder
político y los cuadros deben estar preparados para enfrentar las eventualidades
que pudiesen surgir. Dichas eventualidades, propias del mundo histórico,
generan cuestionamientos que no estaban previstos y tareas que no se tenían
pensadas. El Socialismo Tradicional, por el contrario, piensa la historia de
manera mecánica. Como en el Eclesiastés, para el Socialismo Tradicional: “no
hay nada nuevo bajo el sol”. Ya todo está dicho, Marx y Engels, descubrieron
las “leyes de la historia”. La disputa no pasa más que por ver quién es el intérprete
más adecuado (si Lenin, Stalin o Trotsky). El Socialismo Tradicional se funda,
pues, en un corpus cerrado e inobjetable que adquiere el estatuto de un dogma
sagrado.
La primacía de la política:
Para el Socialismo Tradicional, la política no es más que una parte de la
superestructura de una sociedad (al igual que el derecho, la ética, el arte, la
religión, etc.). El Socialismo no se presenta como una tarea o proyecto
político sino que es el fin inevitable de la humanidad ya que el desarrollo de
los medios de producción conllevará necesariamente a una superación del
capitalismo y a la abolición de la propiedad privada. El Socialismo Tradicional
tiene una fe ciega en dicha tesis, por lo que, en todo caso, lo único que puede
hacerse es acelerar o ralentizar ese fin ineludible. El Socialismo Bolivariano
supone absolutamente lo contrario. El Socialismo no es el rumbo inequívoco de
la humanidad sino una apuesta política. Precisamente, al igual que en Gramsci, en
el Socialismo Bolivariano la voluntad ocupa un rol central en la articulación y
organización de un sujeto colectivo que aspire al bien común. En este sentido,
el Socialismo Tradicional ha tenido, por lo general, un discurso antipolítico,
mientras que el Socialismo Bolivariano ha representado la reivindicación de la
política en su sentido clásico.
El valor de la tradición:
El Socialismo Tradicional es, en más de un punto, heredero directo del
iluminismo del siglo XVIII. En este sentido, las tradiciones populares son
clasificadas como superstición, ignorancia y demás cuestiones que hacen al “carácter
barbárico” de los sectores que las detentan. El Socialismo Tradicional coloca a
la razón técnico-instrumental por encima de toda creencia y valor. Esto se ve
bien claro en el caso de la religión. En una paupérrima interpretación de la
frase de Marx acerca de que “la religión es el opio de los pueblos”, se piensa
a la religión como un fenómeno que impide entender la realidad, realidad que
sólo es accesible por medio de la “luz
de la Razón”. El Socialismo Tradicional ve en las identidades y características
propias de las poblaciones (entre las cuales se encuentra la religión), un
impedimento para la Revolución. El Socialismo Tradicional quiere hacer tabula rasa
de las particularidades históricas, de las heterogeneidades, para el triunfo la
homogenización racionalista, ese sueño tan caro a la modernidad. Al contrario,
el Socialismo Bolivariano reivindica las tradiciones populares (incluso las
religiosas) y ve en ellas, no el impedimento para el triunfo de la Revolución,
sino su condición de posibilidad. Hegel decía que “nada grande se hace en la
Historia sin pasión”. La tradición de un pueblo significa, muchas veces, la
fuerza espiritual y la fuerza pasional que mueven a la acción. En este sentido,
el Socialismo Bolivariano no busca homogeneizar a los pueblos, sino que, a
través de los ejemplos de Bolívar, el Che, Cristo, Túpac Amaru, el Pueblo se
movilice en pos de su emancipación.
El Pueblo como sujeto de la
Revolución: El Socialismo Tradicional sostiene que
el sujeto de la Revolución es, esencialmente, el proletariado urbano. La lógica
del planteo se centra en el lugar que ocupa dicha clase social en el sistema de
producción capitalista. El Socialismo Tradicional es extremadamente
determinista y sostiene que la misión objetiva del proletariado industrial es
enterrar al capitalismo y construir el socialismo. Esa misión está pautada de
antemano y es inevitable. El Socialismo Bolivariano, en cambio, sostiene que el
sujeto de la Revolución es el Pueblo. En este aspecto, la lógica con la piensa
el Socialismo Bolivariano es absolutamente distinta a la del Socialismo
Tradicional. El Pueblo se presenta como el conjunto de sectores que se
encuentran en una situación de subalternidad con las elites. Es decir, opera
una lógica relacional. La oligarquía y la burguesía no son tales por su lugar
en el modo de producción, sino porque detentan el poder fáctico subordinando a
sus intereses, el interés general. Precisamente, el Pueblo, como conjunto de
clases subalternas, representa una heterogeneidad de sectores (trabajadores
industriales, campesinos, desocupados, etc.) que se homogenizan en su relación
de exclusión con la oligarquía y la burguesía. En este sentido, el interés del
Pueblo es el interés general, no de una clase o sector.
Estas son sólo algunas diferencias entre el
Socialismo Bolivariano y el Socialismo Tradicional. Hay varias más, como la
cuestión del internacionalismo, la concepción de la naturaleza, el eurocentrismo,
etc. En próximos artículos, seguiremos viendo algunas de ellas.
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