Maximiliano
Basilio Cladakis
El acto realizado el domingo fue un acto
festivo. Democracia, Diversidad y Derechos Humanos fueron las consignas
festejadas y, por las que cuatrocientas mil personas acudieron a la Plaza. Por
esas mismas consignas, artistas populares, tanto actores como músicos, de
trayectorias y estilos diversos, se hicieron presentes sobre el escenario
montado a espaldas de la Casa Rosada. La Presidenta también se hizo presente, a
mediados del acto. Habló y entregó los premios que llevan el nombre de la
mítica Madre desaparecida a quienes a lo largo de los años han sido relevantes
representantes y defensores de las
consignas aglutinantes. Por debajo del escenario, agrupaciones juveniles,
partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones sindicales, parejas,
grupos de amigos, familias, niños, cantaban, aplaudían y vivaban. El calor del
inminente verano se fundía con el calor humano. Arriba y abajo del escenario,
se gestaba una voz que articulaba la diversidad de voces, no homogenizando las
diferencias, sino enriqueciéndose a partir de dichas diferencias.
Democracia, Diversidad, Derechos Humanos,
tres ejes que constituían un colectivo y que hacían que cada individuo se
reconociera, en su diferencia, con el otro. Al contrario de los cacerolazos del
8N, en donde cada individuo ejercía su reclamo de manera absolutamente
solipsista y en donde la primacía absoluta del “yo” anulaba toda posibilidad de
constitución de un “nosotros”, el 9D implicó la emergencia de un “nosotros” que
no anulaba al “yo” sino que se daba en una relación dialéctica en donde ambos
términos se enriquecían mutuamente. En la Crítica
de la razón dialéctica Sartre hablaba de la diferencia entre “serie” y “grupo”.
La serie es la suma de individuos que no constituyen una unidad, sino que,
hallándose uno al lado del otro, cada uno permanece en su propia individualidad,
como una esfera cerrada en la cual comienza y termina el mundo. No hay proyecto
común ni idea aglutinadora, sino una mera suma de elementos superpuestos. Ese
individuo serializado fue, pues, el actor del 8N. La ausencia de consignas, el
reclamo desde el “yo” absoluto (“yo” quiero comprar dólares, “yo” no quiero
pagar impuestos, “yo”… al infinito), la incongruencia de las pancartas e, incluso,
el estado de psicosis que evidenciaban muchos de sus participantes lo pusieron
claramente de manifiesto. En cambio, cuando Sartre habla de “grupo” lo hace para
referirse a la unidad que los individuos conforman con un fin común. A esta
unidad, Sartre también le da el nombre de “comunidad práctica”, en la cual,
cada individuo, desde su particularidad, actúa en pos de una meta común.
Precisamente, en el 9D, cada uno se
identificaba con las consignas homenajeadas. En esta identificación se daba un
reconocimiento de la historia pasada pero también un compromiso con la historia
por hacerse. Cada historia particular se articulaba con una historia más amplia,
con una historia colectiva. Política, arte, cultura, las imágenes transmitidas
en la pantalla gigante ubicada a la izquierda del escenario narrando la
historia argentina, los aplausos de la gente, los saludos entre los
concurrentes, las banderas con la imagen del Che, de Evita, de Perón y de
Chávez, el celeste y el blanco, el rojo, los chicos metiendo las patas en la
fuente, conformaron una plaza que se historizaba nuevamente como espacio de
irrupción de una comunidad ética, política y cultural.
Esa
Plaza, pues, se convertía en una Comunidad y esa Comunidad no era otra cosa que una nueva manifestación de un
Pueblo, de nuestro Pueblo, el Pueblo del que cada uno de nosotros forma parte,
reconociéndonos, desde nuestra particularidad, como partícipes de una unidad
más amplia, más vasta, en donde los caminos individuales convergen en los
gigantescos y sinuosos caminos de la Patria.
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