Por
José Antonio Gómez Di Vincenzo
En
el ya antológico y de culto 18 Brumario
de Luis Bonaparte, Marx retoma una famosa tesis hegeliana y la complementa
con una proposición propia, para mostrar cómo, en sendas oportunidades, la
historia puede repetirse pero como una caricatura de los hechos pasados. El
cabezón barbado expresa allí que “Hegel
ha dicho alguna vez que todos los hechos importantes de la historia universal
es como si ocurrieran, digamos, dos veces. Pero omitió añadir: primero, como
tragedia, y después, como farsa.”
Esta
semana la farsa se hizo presente una vez más en nuestra propia historia. Otra
vez sopa… La cámara extendió la cautelar. Historia que se repite. ¡Chocolate
por la noticia! Todos los cuadros y estrategas del Frente para la Victoria se
la veían venir. Cada vez más cerca del ridículo, un importante sector de la
justicia se afianza como cuida de los intereses de la empresa. ¡Bienvenidos al
mundo real sean los ingenuos y las carmelitas descalzas que todavía creían que
la justicia es ciega y neutral!
Ahora
bien, me interesa tomar un poco de distancia de la cuestión coyuntural y, en la
medida de mis posibilidades, elaborar un análisis entrándole de lleno a las
cuestiones, que según creo, son de fondo. Coincidiendo con los intelectuales de
Carta Abierta y otros actores del escenario político y de la opinión publicada
creo que lo que tenemos es una movida destituyente en marcha y que el
estiramiento de la cautelar juega sólo como una estrategia de la corporación
económica (punta de lanza de intereses económicos mucho más densos) para
ampliar la cancha donde se da el juego de la disputa por el poder.
Sin
embargo, hay algo más, algo más denso que se oculta allí. Y eso ya no tiene que
ver con el retorno de la historia hacia delante, pretendiendo repetirse y
culminando en términos de caricatura, sino con un repliegue sobre sí misma, una
vuelta de página hacia atrás, hacia los noventa, para tomar un nuevo envión y
llenar las páginas en blanco del futuro con las letras mezquinas del
neoliberalismo. En efecto, el espectro que acecha es el fantasma neoliberal con
su exaltación de la economía de mercado y la negación de la política y del
Estado.
Existe
una cuestión colateral cuyo nexo con el todo y el asunto particular de la
cautelar pasó desapercibido. Ahora resulta que parte de la derecha autóctona,
alineada con el Pro macrista, se quiere anotar el poroto de representar los
ideales revolucionarios acaparando la palabra «revolución» y utilizando, como
fetiche, la imagen del Che. En efecto, unos chicos bien Pro comparan al Jefe de
Gobierno de la CABA con el Che Guevara. Lo hacen mediante unas camisetas en las
que puede leerse la proposición “Macri es revolución” y verse la cara del
político neoliberal incrustada en la silueta del Che con su clásica boina de
barricada. Está claro que la cosa merece todo un artículo. Por ahora, más allá
de lo hilarante de la cosa, quiero tomar sólo algunos aspectos de la cuestión
para el análisis: el uso del lenguaje y el intento de apropiación del término «revolución».
Hay
todo una cuestión interesante para examinar si uno se centra en cómo se utiliza
el lenguaje en política. La historia del concepto revolución no puede separarse
de la historia del modo en que la palabra misma se ha usado. En
primer lugar, los orígenes de la palabra misma del latín tardío, como
sustantivo que deriva del verbo «re-volvere», en el sentido de «girarse hacia
atrás» y de ahí también «desenrollar», «repasar», «repetir», y «reflexionar»;
de aquí los ulteriores significados de «volver» y «retornar». En segundo lugar,
el empleo del sustantivo «revolutio» como término técnico en astronomía (y en
matemáticas), que comienza con el latín de la Edad Media. En tercer lugar, la
introducción gradual de «revolución» en sentido político, para significar un
proceso cíclico o el flujo y el reflujo, en el sentido de volver a cierta
situación anterior, y eventualmente para indicar un «derrocamiento». En cuarto
lugar, la asociación de «revolución» con el proceso de derrocar algo en el
campo de los asuntos políticos, y la subsiguiente eliminación en el significado
de «derrocamiento» de las connotaciones cíclicas de «revolución»; por esta
época, la palabra «revolución» se usó para indicar un acontecimiento extraordinario.
De gran importancia en el desarrollo de la noción de revolución fue el
reconocimiento bastante temprano de que en Inglaterra había habido una
revolución (la Gloriosa, de 1688) y que en el campo de la ciencia se estaba
produciendo una revolución. A comienzos del siglo XVIII, se creía que iba a
haber revoluciones (en un sentido muy parecido al que podemos tener hoy día) no
sólo en lo tocante al Estado, sino también, en el terreno intelectual y
cultural, en especial en el desarrollo de la ciencia; se difundió la conciencia
de que se había producido una revolución en la ciencia en la época de Newton.
Durante
los siglos XIX y XX, el nombre «revolución» se aplicó a una serie de
acontecimientos revolucionarios sociales y políticos, hubieran o no tenido
éxito. Se constituyó también un cuerpo de teoría de la revolución, con el
acompañamiento de la formación de un movimiento revolucionario dedicado a poner
en práctica la teoría a través de actividades de grupos organizados de
revolucionarios comprometidos. Sobre todo surgió el concepto de revolución
«permanente» (continuada o en marcha), más que el de una revolución consistente
en una serie de acontecimientos totalmente independientes dentro de un breve
intervalo de tiempo. En el siglo XX, una sucesión de revoluciones mayores y
menores ha hecho que todo el mundo tomara conciencia clara de las revoluciones
como rasgo regular del cambio político, social y económico.
No
caben dudas, la burguesía es la clase más revolucionaria de la historia. Hizo
las grandes revoluciones del siglo XVIII y XIX, hizo que la historia adelante.
Pero suele volverse conservadora una vez en el poder, una vez que ha logrado
los cambios que le permiten reproducir su poder estructural económico, la
cultura y tornar hegemónica su visión del mundo.
La
apelación al término «revolución» en la juventud Pro es interesante más allá de
toda cuestión ligada con el marketing (cuyo tratamiento escaparía a los límites
impuestos para este trabajo). El término es caro al burgués conservador y tiene
esta doble densidad. Efectivamente, representó un paso adelante en la historia
cuando la burguesía derribó el vetusto régimen feudal o los vestigios que de él
quedaban en los modernos Estado-Nación. Pero también, representó un cuco cuando
el que azotaba era el espectro del socialismo o el comunismo.
Sea
como sea, el uso Pro de «revolución» se emparenta, a mi entender, más con su
modalidad arcaica que moderna. «Revolución» en el imaginario derechoso Pro es «volver»,
«retornar». De este modo, el concepto expresa un proceso cíclico o el flujo y
el reflujo, en el sentido de volver a cierta situación anterior, la época de la
hegemonía neoliberal en Argentina, período en el que el dios mercado y la mano
invisible (tan invisible como dios) impusieron el ritmo de la historia y
dejaron rezagada la política o la diluyeron por completo.
Más
allá, la cosa más que representar una vuelta en forma de farsa me parece que significa
todo un desafío para quienes pretenden mantener bien alta la bandera de la
transformación social que comenzó en el 2003, una insignia que pone en el
centro el valor de la política y la praxis.
Gramsci
hacía la siguiente evaluación de la relación política y economía en su trabajo
“El príncipe moderno”. Decía:
“La
política es acción permanente y da origen a organizaciones permanentes en la
medida, precisamente, en que se identifica con la economía. Pero se diferencia
de ésta y por ello puede hablarse separadamente de economía y de política y
puede hablarse de pasión política como un impulso inmediato a la acción que
nace en el terreno permanente y orgánico de la vida económica pero lo supera [resaltado por JAGD] haciendo
entrar en juego sentimientos y aspiraciones en cuya atmósfera incandescente el
cálculo mismo de la vida humana individual obedece a leyes distintas de las del
provecho individual, etc.”
La
sumisión de la justicia a las corporaciones económicas claramente evidente
luego de un nuevo bochornoso acto de prorrogación de la cautelar pone de
relieve en términos concretos la aspiración práctica de un grupo por torcerle
el brazo a un poder político democrático legitimado con la voluntad popular en
las urnas. Por arriba de las instituciones, un partido de derecha pretende
apuntalar desde el discurso la vuelta a la selva neoliberal donde la política
es un estorbo para los depredadores a quienes representan.
Así,
el poder económico y sus agoreros multimediales (reporteros y políticos) con sus acciones ponen sobre el tapete un
gran problema: las instituciones modernas democráticas, los modelos de organización
y administración modernos, en la coyuntura actual, en esta fase del desarrollo
capitalista, no están logrando constituirse como formas de expresión de la
voluntad general, como formas de llevar adelante la praxis, cuando en el poder
están los representantes de la porción del pueblo que desea ir hacia un rumbo
sinuoso para los intereses de las corporaciones. (Dejo para otro artículo el
problema de la representatividad aclarando que ríos de tinta corren sobre la
cuestión)
Tenía
razón el gran marxista sardo cuando decía que si la economía domina la práctica
y la política no logra imponerse, a lo sumo explotaremos en partículas
individualistas en una guerra de todos contra todos donde los vencedores serían
los más fuertes.
Cuando
el poder es ejercido por las corporaciones desde un gobierno neoliberal, está
todo bien, las instituciones funcionan aceitadamente, hay institucionalidad. La
hubo para hacer pelota el Estado, para que todo se privatice, para que la
educación pública y la salud pública se hagan trizas, para que explote el
ejército de reserva de desocupados. Cuando el gobierno lo ejerce quienes desean
limarle poder a los grupos económicos, llevando a cabo políticas inclusivas, frente
a la imposibilidad del golpe militar, a como dé lugar, destituir es la consigna
de la derecha neoliberal, neoconcervadora. Hacer estallar la democracia desde
adentro, sin golpear sino debilitando al gobierno y mostrando, por ejemplo, que
una ley promulgada luego del debate en el Congreso Nacional, una ley de la
democracia, puede no cumplirse si se tiene suficiente fuerza como para torcer
la voluntad de los hombrecillos que imparten justicia y operar sobre las
subjetividades, explotando el analfabetismo político de la gente ingenua,
repitiendo las mismas infamias y mentiras desde el multimedio para lograr
cooptar sus voluntades.
La
salida a este embrollo consiste, a mi entender, en seguir profundizando las
transformaciones desde la política y con las instituciones pero en dos
sentidos: más cambios estructurales que debiliten el poder de los grupos
concentrados de la economía y reforma constitucional. No me refiero al
chiquitaje de la re re. Voy a fondo, porque tenemos una Constitución neoliberal
que no da para más si se quiere hacer que la historia vaya definitivamente hacia
delante.
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