Maximiliano Basilio Cladakis
En una frase
que, seguramente, quedará en los anales de la historia y la política
latinoamericanas, el Presidente de Ecuador Rafael Correa señaló que estamos
viviendo un cambio de época. Efectivamente, en los últimos años, varios
países de América Latina han sido testigos de una serie de transformaciones que
han dado inicio a la constitución de un nuevo paradigma económico, político,
social y cultural. En unos con mayor celeridad, en otros de manera más pausada,
con avances y retrocesos, con contradicciones y claroscuros, la región ha
comenzado a dejar atrás la larga noche neoliberal que, instaurada a sangre y
fuego a mediados de los ´70, había
llegado en los ´90 a su concreción más acabado. Se trata de procesos populares arraigados en
las experiencias y características propias de los pueblos, de miradas e
idiosincrasias particulares, irreductibles e intransferibles unas a otras, pero
que comparten un horizonte común de expectativas y proyectos. La apuesta por un
modelo de inclusión social que termine con los bolsones de pobreza, el objetivo de industrializar y tecnificar la
economía para lograr salir de la lógica neocolonial en los términos del
intercambio comercial internacional, el rechazo y la crítica a las premisas
ideológicas del Consenso Washington, la férrea voluntad de constituir a América
Latina como una fuerza de peso en el ámbito de la política global, la defensa
irrestricta de la soberanía y la dignidad nacionales, son algunos de los
elementos constituyentes del horizonte común de dichos procesos.
Argentina no ha estado al margen de esta serie
de transformaciones. La emergencia del kirchnerismo, tras la debacle del 2001,
ha significado la apertura de un proceso
de cambios profundos que, no sin tropiezos ni resistencias, avanza hacia la
consolidación de un modelo radicalmente diferenciado del neoliberalismo. Prueba de ello es que, prácticamente, a cada una de las políticas “emblemáticas”
del modelo neoliberal, es posible contraponerle una política “emblemática” del
modelo inaugurado por el kirchnerismo. A la desindustrialización de la
economía, se le contrapone la defensa de la industria nacional; a la
privatización de los fondos jubilatorios, su reestatización; a las leyes de flexibilización
laboral, la ampliación de los derechos laborales; al recorte del presupuesto
educativo, la creación de escuelas y universidades; y así, se podría continuar
con un largo etc. Sin embargo, no se trata de políticas aisladas, o azarosas.
Por el contrario, donde los medios hegemónicos ven gestos “populistas” o
“demagógicos”, lo que realmente se encuentra aconteciendo en nuestro país es
una transformación global en la forma de pensar el rol del Estado, de la
ciudadanía y de la democracia, un cambio de paradigma a nivel estructural.
Es desde esta perspectiva que hay que
comprender muchos de los ataques (hablamos de “ataques” específicamente y no de
“críticas”) que se realizan contra el Gobierno Nacional. Así como el
neoliberalismo tuvo damnificados (representados
por la mayoría de la población), tuvo también sus beneficiarios. Sectores del
capitalismo financiero, grupos económicos transnacionales, oligopolios
mediáticos, especuladores profesionales, se vieron favorecidos por la
“liberación” de la economía, por el desguace del Estado y por el
desmantelamiento de la industria nacional. El cambio de paradigma hiere,
necesariamente, sus intereses. La transformación de la Argentina en un país más
equitativo e inclusivo hace mella en la lógica del privilegio a la que
responden los sectores concentrados de poder. Efectivamente, se trata de dos
lógicas enfrentadas. Por un lado, el bien común como máxima a partir de la cual
actuar y juzgar; por otro, la primacía de los intereses particulares y
minoritarios por sobre toda otra cuestión.
Precisamente, la oposición entre las dos
lógicas atraviesa a América Latina. En los países de en donde los procesos
transformadores han alcanzado el gobierno, los sectores económicos, políticos y
sociales que se articulan en ese colectivo conservador que suele denominarse “establishment” intentan horadar,
deslegitimar y destituir dichos gobiernos para retrotraer las realidades
nacionales a los tiempos en que su hegemonía era indiscutible. Con esta
finalidad emplean medios omniabarcadores, desde el terrorismo mediático al
terrorismo económico, pasando por procesos pseudo institucionales y “golpes
suaves”. La Argentina ha sido prueba
de ello en los últimos meses. Los intentos de “corridas” del dólar y la
emergencia del mercado negro a un primer plano (legitimada por los medios de
comunicación a partir de clasificaciones como “paralelo” o “blue”), los
minoritarios cacerolazos y las agresiones a periodistas por parte de
manifestantes de Recoleta, Barrio Norte y Belgrano, el intento de toma de la
legislación bonaerense por parte de las patronales rurales y los consiguientes lock out, se articulan en
un relato mediático que los homogeniza en la idea de que la Argentina se encuentra a un paso del abismo y de que
la voluntad popular que se expresó en el cincuenta y cuatro por ciento de las
últimas elecciones cometió un gran error.
En este contexto,
el kirchnerismo y los demás procesos latinoamericanos tienen la doble necesidad
de defender y profundizar lo logrado hasta ahora para continuar legitimándose
frente a la población ante a los embates del “establishment”. Para ello se torna necesario el afianzamiento
definitivo de los proyectos nacionales fundamentados en la inclusión social y
la integración de los países de América Latina en un proyecto regional que sea
superador de las lógicas de mercado y logre borrar definitivamente los
resabios, aún existentes, de la inequidad y la dependencia.
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