Maximiliano
Basilio Cladakis
Se podría decir que se cumplen sesenta años
del traspaso a la inmortalidad de Eva Perón, o, mejor dicho, de Evita, como a
ella le gustaba que la llamen sus “descamisados” y sus “cabecitas” (y quien
escribe se sabe y se siente un “descamisado” y un “cabecita”). Sin embargo, su
paso a la inmortalidad fue anterior a la llegada de la muerte. Evita pasó a la
inmortalidad a partir de su vida, de sus actos, de su lucha inclaudicable
contra la injusticia, de su amor incandescente hacia los humildes, de sus
palabras llenas de coraje, de su pasión desmedida, sobrehumana, de su sacrificio
diario en pos de una Patria Justa, Libre y Soberana. Precisamente, las grandes
personalidades de la historia, no pasan a la inmortalidad en el acto mínimo de
su muerte, sino en los grandes actos de su vida.
Evita fue un símbolo después de su muerte,
es indudable, pero ya lo era en vida. Evita simbolizaba el perfil más
revolucionario de ese movimiento que emergió de las entrañas mismas de la Argentina durante la
primera mitad de la década de los ´40. Evita era esa revolución. Evita era la Revolución. Sin
embargo, no se trataba de una revolución de manual, como la que sostenía esa
izquierda cómplice de los poderosos y aliada del imperialismo. Evita era la Revolución real del
pueblo real. El amor desmedido que le profesaban los humildes de la Patria y el odio, igual de
desmedido, que le profesaban los dueños de la Argentina colonial y
futuros genocidas, son una muestra cabal de ello. Una vez, un profesor le dijo
a quien escribe, que el odio que provoca el peronismo es igual al amor que
provoca. Esa oposición irreductible entre el amor de los humildes y el odio de
los poderosos encontró en Evita su expresión más acabada.
Tras su muerte, Evita continuó proyectándose
sobre el destino de nuestra Patria como bandera de las más notorias y nobles
aspiraciones colectivas. Sus actos, sus palabras y su férrea voluntad se
extendieron más allá de la muerte como impulso ético de varias generaciones de
argentinos. El símbolo de los años ´40 y ´50 fue símbolo de las décadas
posteriores, incluso, cuando el neoliberalismo se apoderó en los ´90 de las
imágenes y nombres del peronismo, la figura de Evita se irguió, más de una vez,
como impugnación a las políticas de saqueo y hambre que se realizaban en nombre
de aquello que ella había descubierto en su “día maravilloso”. En aquellos años
donde el neoliberalismo se había convertido en la forma de vida hegemónica, las
palabras de Evita sobre los traidores dentro del movimiento volvieron a resonar
como un anuncio profético, como una sentencia visionaria escrita cuatro décadas
atrás.
Hoy, la arrolladora llama de Evita continua
ardiendo de manera incandescente. Su nombre es una guía perpetua en el camino
de la reconstrucción de la Patria. Evita
pervive en la dirigencia y en la militancia del movimiento nacional-popular
como inspiración, fuerza moral y mirada rectora. Un claro signo de ello: su
imagen se eleva, imponente, en el ministerio de desarrollo social. Como
metáfora perfecta de su vida, mira con sonrisa dulce y cálida hacia el sur,
mientras que hacia el norte se alza beligerante, inclaudicable, presta a
continuar su lucha hasta la victoria.
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