Maximiliano Basilio Cladakis
“Bajando un cuadro formaste miles”. La frase
es contundente. Y su contundencia sólo es equiparable al acto al que hace
referencia. Néstor Kirchner ordenando bajar un cuadro (dos en verdad), una
imagen que quedará grabada para las próximas generaciones y que marcó,
indudablemente, un punto de quiebre histórico.
Un acto en cuyo seno convergen el fin de una era y el inicio de otra. Se
bajó un cuadro y se puso fin a la ignominia de una impunidad que parecía
perpetua. Se bajó un cuadro y se hizo carne la Memoria por la Verdad y la
Justicia como bandera irrenunciable de una nueva generación de militantes.
La Dictadura Cívico-Militar instaurada el 24
de marzo de 1976 significó la apoteosis del Horror en nuestra historia. En
Argentina aconteció un genocidio y la huella de ese Horror se extiende sobre
nuestro presente y sobre nuestro futuro como acontecimiento irredimible.
Nuestra historia, pues, se encuentra atravesada por lo irredimible y esa es una
verdad incuestionable. La misma categoría de “desaparecido” se presenta como un
atentado vejatorio de los principios más atávicos de la cultura humana, en la
literatura antigua, incluso, se presenta como un crimen contra los mismos
dioses. La Ilíada de Homero y la Antígona de Sófocles son ejemplos
rotundos de ello. En la Argentina aconteció lo que no debía acontecer, la
posibilidad más atroz de la condición humana, posibilidad que niega toda
posibilidad. Desde lo humano surgió lo no-humano.
Frente a esa sombra que se extiende sobre
nuestra historia, hay dos opciones: la indiferencia o la asunción de lo
acontecido. Salvo por los tibios intentos de los primeros tiempos del
alfonsinismo, los gobiernos postdictatoriales, optaron por la primera. La
indiferencia adoptó distintas máscaras, sea la “teoría de los dos demonios”,
sea la “unidad de todos los argentinos”, sea el “poner un punto final con
respecto al pasado”. Cualquiera de estas formas albergaba en su seno la
continuidad del Horror, el triunfo de lo que Hanna Arendt no dudaba en llamar
“el Mal” con mayúsculas. Sin Justicia, el crimen se vuelve perpetuo y la
injusticia se sigue cometiendo. La Argentina era, entonces, un país injusto en
donde los genocidas paseaban libremente por las calles de nuestras ciudades, que
no eran nuestras sino suyas.
Cuando Néstor Kirchner ordenó bajar los
cuadros, clausuró esa historia y puso en
juego una serie de valores que rehabilitaron un nuevo sentido histórico que
devolvía a la Argentina la posibilidad de justicia. “Néstor nos devolvió la
Patria” suele decirse y se trata de otra frase contundente y verdadera.
Mientras imperaba la impunidad la Patria era la patria de ellos, de los
asesinos, no la nuestra. Sin embargo, la Memoria se abrió y se extendió sobre
ese pasado recuperando el Horror como algo que efectivamente está ahí y sobre
lo que no es posible evitar extender la mirada. La Memoria, entonces,
resquebrajó la impunidad y mostró a los perpetradores del genocidio como tales.
Recuperar la Memoria significó recuperar la Justicia, y recuperar la Justicia
fue recuperar nuestra Patria y nuestra Historia.
En este sentido, la Memoria no es mera referencia al pasado, sino que se
despliega hacia el presente y hacia el futuro. Bajar los cuadros significó
reabrir un nuevo sentido histórico en donde la Verdad y la Justicia son
exigencias actuales. Recordar el Horror es
actuar en el presente, asumir un compromiso con la historicidad colectiva en la
cual confluye la historicidad particular. Los “cuadros” que formó Néstor
Kirchner al bajar los otros “cuadros” tienen una tarea infinita por delante. En
ellos, en nosotros, se aloja la enorme responsabilidad y la enorme dignidad de
reconstituir una historia que, desde el abismo más insondable del Horror, se
abra la posibilidad de una sociedad donde el “nunca más” sea una realidad
efectiva.
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