Maximiliano
Basilio Cladakis
El Manifiesto
por la Unión, publicado por un grupo de intelectuales del Viejo Continente,
se abre en una doble dimensión en donde la crítica al neoliberalismo convive
con la antigua idealización de Europa como portadora de civilización y valores
humanitarios. Por un lado, el texto presenta críticamente el estado en que se
encuentran varios países europeos (se hace especial hincapié en Grecia e
Italia) y la forma en que la unidad monetaria se dio sin un proyecto político
común que fundamentara dicha unidad. Por otro lado, hay un llamamiento a
recuperar la “esencia” de la antigua
Europa que supo ser un faro en el mundo para iluminar a los
pueblos en el camino de la democracia y el humanismo. Son citados como ejemplos
la Revolución Francesa, Víctor Hugo, la solidaridad de Europa Occidental con la
Europa Cautiva (léase la Europa Comunista), el Derecho Romano, Pushkin y Lord
Byron. Precisamente, el manifiesto comienza con la severa advertencia de que “Europa
no está en crisis, está muriéndose, no Europa como territorio, naturalmente,
sino Europa como Idea”.
Si bien las críticas al monetarismo y a la
instauración del neoliberalismo como modelo hegemónico son correctas y
describen de manera adecuada (al menos según el criterio de quien escribe) las
causas de la situación en que se encuentran Grecia, España, Italia y Portugal,
el texto se funda en una idea de Europa que no sólo resulta irrisoria, sino,
sobre todo ofensiva. Irrisoria, porque sus autores parecen almas bellas
poseedoras de una ingenuidad tal que reduciría la historia de Francia a la
magnificencia de las obras de Hugo, la de Alemania a la suprema genialidad de
Hölderlin, la de Inglaterra a la
dionisiaca exuberancia de Byron; la Historia de Europa sería, entonces, la
Historia de la Belleza, la Cultura, la Democracia y la Humanidad. Ofensiva,
porque oculta (consciente o inconscientemente) el otro lado de la Idea de
Europa: el colonialismo, el saqueo de los pueblos no-europeos, las matanzas, los
genocidios, en suma, los mayores crímenes realizados en la historia de la
humanidad. El propio Sartre (un europeo) reconocía, en uno de sus textos más
lúcidos: “nosotros, europeos, nos hemos hecho hombres convirtiendo a los demás
en monstruos”. Efectivamente, a la Francia de Hugo, la fundamenta y sostiene la
Francia de Argelia, a la Inglaterra de Byron, la Inglaterra de la India y del
Apartheid; más adelante, a la Alemania de Hölderlin, le seguirá la Alemania
del Holocausto.
La Idea de Europa que melancólicamente
añoran los intelectuales que firmaron el Manifiesto
tiene, pues, un “otro lado” que la posibilita y fundamenta, pero que los
autores ignoran, y si no la ignoran, la callan. Asia, África y América Latina han
sostenido históricamente la Idea de Europa con la sangre de millones. Europa
como “faro del mundo” sólo ha sido posible a partir del saqueo de los pueblos
no-europeos. Sus riquezas económicas, culturales, políticas, incluso su dulce
humanismo “puertas adentro” fueron posibilitadas a partir de la opresión y
explotación de no-europeos. En el caso
de América Latina, hay un texto (traducido en decenas de idiomas y que este
grupo de intelectuales parece no conocer) que describe perfectamente lo que
Europa ha significado para nuestra región: Las
venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. No hace falta
describir lo dicho en esta obra, sino tan sólo señalar que en ella se ve
claramente la forma en que, al ser “descubierta” (como si no existiera antes de
la llegada de los europeos), América se inserta en el mercado mundial como
agente subordinado a los designios e intereses de las potencias mundiales. En
este sentido, la inclusión de América en el “mundo”, significó la exclusión de
millones de seres humanos. Nuestro Continente sólo era comprendido como proveedor
de recursos, tanto naturales como humanos, para la satisfacción de las
necesidades europeas. América (al igual que Asia y África) no importaba en
tanto tal, ni tampoco los millones de seres humanos que habitaban su territorio,
sino tan sólo en cuanto sirviesen a Europa. En términos hegelianos, Europa era
el sujeto de la Historia, América sólo su objeto.
Europa como Idea fundamentó, históricamente,
el colonialismo primero, y el neocolonialismo, después. Europa, sea España y
las misiones evangelizadoras, sea Inglaterra o Francia y la comprensión de la
civilización como capitalismo y libre mercado, legitimaron sus políticas
criminales sobre los demás pueblos del mundo a partir de la afirmación de sí
mismos como portadores de un progreso universal y unidireccional, como representantes
del estado más avanzado de la humanidad. Europa se enriqueció mientras los
demás se empobrecían y caían en niveles inimaginables de miseria, hambre e
ignominia. La Idea de Europa se levantaba de manera colosal sobre un mundo del
que era faro y sus habitantes se volvían cada vez más humanos, más cercanos, o
bien a Dios, o bien a la Idea Eterna del Hombre, pero del otro lado, las
sombras crecían y los hombres se convertían en menos que bestias.
Afortunadamente, y a pesar del lamento y de
la indignación de algunos intelectuales, Europa como Idea está muriendo, al
mismo tiempo que América Latina y otros pueblos no-europeos se están
convirtiendo en protagonistas de su propia historia. Esperemos, que esta vez,
la muerte de la Idea de Europa sea definitiva y que Europa sepa reconocerse
como un conjunto de pueblos entre otros conjuntos de pueblos
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