Por José Antonio
Gómez Di Vincenzo
Globos y
papelitos de colores, unos volantes a todo color con muchos rostros que no
dicen nada, que sólo ríen y vaya a saber por qué. Y todo arrojado en la cara del transeúnte en
la esquina de Santa Fe y Juan B. Justo, corazón de Palermo, para interpelar
desde la derecha más recalcitrante, marketinera y berreta de la Argentina.
Jóvenes
sonrientes repartían el cotillón Pro. No había intercambio de ideas,
convocatoria al debate, planteos de programas, críticas, argumentos ni slogans
con algún sustento. Todo era prefabricado. Los globos y los volantitos de
colores expresaban lo que los mudos personajes sólo podían esbozar con un
ademan de bondad misterioso, artificial, aparatoso, actuado.
“Porque me
quiero comprometer con el cambio yo estoy”, y la “o” del “estoy”, un globo como
los globos que encierran las imágenes de esos rostros sonrientes de los cuales
no emana ninguna tensión, ninguna historia más que la del eterno presente de la
foto familiar. Fotos de rostro sin contexto, sin marco más que el globo de
cotillón.
Sólo al ver el
conjunto, el lector advierte que lo que se pretende presentar es una
multiplicidad etaria y de roles sociales. Pero cierta uniformidad cubre la
imagen. Todos los personajes englobados son de la misma clase social. Porque
hasta los obreros que se pretenden mostrar como tales, sonrientes, presentan
atuendos ingenieriles rara vez visibles en las obras de construcción. Nada hay
de densidad en sus rostros, ningún pesar por el rigor de la tarea. Actores en
un rol más que personajes en carne propia.
La avanzada
marketinera Pro se da justo después del 8N y para capitalizar la impronta anti
K de cierta parte de la clase media y alta argenta. “Porque me quiero
comprometer con el cambio” parecen decir las caras felices de los sujetos
englobados, encerrados en el cotillón Pro. ¿El cambio de qué? ¿Qué cambio? ¿Qué
tipo de cambio? Nada de eso puede verse a través del volante.
El “Yo estoy”
sin más que procura reproducir ese “contá conmigo” en realidad es un estar en
un no lugar, es un estoy pero no estoy. Estoy sin densidad. Un compromiso con
el cambio para que otros sean los que cambien, para que otros cambien. Un
compromiso que no es ningún compromiso. Estoy en una foto. Sonriendo en una
foto. En un presente que se hace eterno, el presente de la foto de la fiesta
familiar.
La foto se aleja
de la historia, la foto está en otra dimensión. La foto es la instantánea. La
instantánea de ir un día y votar u otro día y cacerolear, esperando que otros
atiendan mis demandas, que el estado se convierta en la empresa de servicios
que debe atender a sus clientes ciudadanos. Democracia sin responsabilidad,
democracia liviana. Votar y cacerolear, después cada uno a seguir acumulando y
consumiendo.
“Yo estoy” reza
el volante y seis razones para estar. Aunque nunca aclara dónde se está, para
qué, haciendo qué. Veamos:
Estoy “porque
quiero sumar y ayudar”. Nunca dice cómo o qué implica sumar o ayudar. El vacío
de argumentos, lo no dicho, se llena de una suerte de buenas expresiones que
surgen de la mente de cada uno de los sujetos interpelados por el volante.
Entonces para algunos, estar para sumar podría significar ser uno más en una
masa informe histérica y sin un programa común y ayudar resuena con la dádiva,
la colecta descomprometida y ascéptica.
“Estoy porque
quiero que se respeten las diferencias”, porque soy el que tiene un amigo
boliviano y come comida china demostrando amar la diversidad. A ver… Si el nazi
fascista es diferente desde el punto de vista político, si el golpista es mi diferente,
pues lamento, no me merece ningún respeto y por ende no estoy. ¿Cuáles son las
diferencias que se pretenden que deben ser respetadas? ¿Todas? ¿Desde dónde se
construye la igualdad que se sobrepondría a la diferencia?
“Estoy porque el
cambio empieza en cada uno”, vaya consigna liberal por excelencia. El ser
individual, el que debe esforzarse por cambiar, el que debe hacer mérito, el
que debe amoldarse, cambiar la mentalidad, pero siempre como una célula, un átomo
(depende la metáfora que se prefiera) en la sociedad, en una sociedad que me es
ajena sobre todo cuando se trata de pensar en el modo en que puedo llegar a
depender de ella.
Y como no podría
ser de otra manera, el lugar común: “quiero un país en el que no haya pobreza
ni desigualdad” (confusa manera de utilizar las categorías, sobre todo pensando
en que para estos tipos las jerarquías siempre están naturalizadas); quiero
ayudar a que la Argentina tenga un gran futuro. ¿Quién no?
El volante de
colores finaliza pidiendo al distraído transeúnte sumarse para trabajar por el
país que podemos tener. Y manteniendo una rígida coherencia, jamás explica qué
o cómo es ese país. Más allá del chiste de rigor, achacarle a Mauricio Macri lo
injusto de pedir al ciudadano que trabaje mientras él hace gala de una tremenda
incapacidad para ponerse a hacer algo y hacerlo bien, resulta gracioso esto de
terminar interpelando al ciudadano para que trabaje, utilizar semejante
categoría para simplemente esperar que se sume, sea uno más, uno en la masa, un
sujeto ajeno.
Porque del
volante Pro no se traduce ninguna apuesta a la militancia política en el
terreno concreto con la vista puesta a transformar estructuralmente la sociedad.
El volante convoca al ciudadano a comprometerse con cambios en lo más
superficial de la política, lo institucional y los sujetos que ocupan los
lugares, pero para que nada cambie. Como decía, no hay densidad en la
interpelación, no hay argumentos, no hay cómo, por qué, de qué modo se
construye ese futuro mejor, ese país mejor.
Es curioso esto
de convocar desde el compromiso. Toda una novedad desde el punto de vista
semántico, que distorsiona el verdadero compromiso militante político
convirtiendo la cuestión en una estrategia marketing, en una frase vacía. Anti
política que es igual a sustitución de la política por el marketing
empresarial. Y justo en el día del militante.
Muchos podrán
esgrimir una pléyade de argumentos contra el gobierno, contra el Frente para la
Victoria, contra el PJ. Pero vamos… Bien merecido tiene el peronista su día de
la militancia, su 17N. Hay una historia de sujetos verdaderamente comprometidos
en carne y hueso que hasta dieron la vida por Perón, por los ideales, por el
proyecto de país, por el semejante. Otros signos políticos, instituciones,
sectores también tienen sus héroes de carne y hueso. Seguro comprenden la
profundidad de la categoría, del compromiso social. Una cuestión mucho más
cercana a las transformaciones concretas en las vidas de los hombres y mujeres,
algo que resuena con el dar sin pedir nada a cambio. Algo que está muy lejos de
los globos y papelitos de colores, del rosario de consignas vacías, de sumarse
a la masa. Una actitud que siempre tuvo más que ver con dignificar y
multiplicar que con ser uno más.
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