Por
José Antonio Gómez Di Vincenzo
Todo
parece indicar el tendremos un 8N bien calentito. Febo asomaría con toda su
fuerza calentando la atmósfera hasta superar los treinta y pico del termómetro.
Al menos eso aseguran las presentables pitonisas del clima, esos que a
diferencia de los zodiacales pronosticadores, aparecen en destacados espacios de
diarios e internet o bajo las luces del escenario mediático y no ocultos al
final del pasquín, en las sombras.
Mientras,
amigos y colegas despachan opiniones de lo más altisonantes acerca de cómo
encarar el análisis del evento espontáneo que tendrá lugar el jueves. Para
algunos académicos cercanos a este escriba ni vale la pena calentarse, tras el
8N no pasaría nada. No habría que darle importancia a la protesta de un grupete
reaccionario, caliente por no poder salirse más con la suya, acabada ya en la
Argentina, toda posibilidad de acudir a la corporación militar para cambiar de
gobierno y enderezar la política económica hacia andariveles más acordes con
sus intereses de clase. Para otros, se trata de evento sustanciado por un combo
de protestones con fundamento, individuos frustrados de diverso pelaje enardecidos
por el odio y alterados ingenuos, arriados por un pequeño grupo de cipayos y
operadores de la corporación mediático-económica, algo que vale la pena
estudiar para comprender cómo es que se construye y lleva a la práctica una
acción destituyente en el contexto actual.
Equidistante
de todas las múltiples posiciones analíticas, este cronista ahora prefiere
elucubrar nuevas conjeturas y aportar elementos para el estudio del evento,
yendo por el lado de la comprensión de cómo operan en la reproducción de
ciertas prácticas las representaciones y las acciones llevadas a cabo en el
contexto de un mundo que va perdiendo densidad. Un mundo etéreo, virtual, que
fluye hacia ninguna parte, que se difumina como el rizoma, aleatoriamente, sin
un sentido determinado o determinable. Un mundo nuevo con el que deben convivir
quienes todavía están insertos en el denso espacio de la praxis, en el que hay
metas, jerarquías, procesos objetivos, intersubjetividad, significados comunes
y compromisos asumidos.
Me
interesa pensar cómo es que la convocatoria tiene un éxito posible, cómo logra
un piso, cierta sustentación aportada por un colectivo de individuos. Más allá
de las conspiraciones (que las hay, las hay) me preocupa más entender por qué
hay gente en cuya subjetividad la semilla de la protesta prende antes que por
qué algunos tocan la tonada que las penetra. Varias hipótesis.
La
más contundente, creo, es porque no hay partido que de forma política y
metadiscursiva a lo que se plantea desde lo múltiple. O porque ese partido ya
no es político sino virtual y reproduce las lógicas del periodismo mediático,
donde cada cosa es efímera, donde todo fluye y deviene, mientras lo denso se
oculta tras el telón y se corporiza en el intento del grupo económico por
incrementar al infinito las ganancias. Y porque todo es propio de un mundo en
el que la dialéctica producción, acumulación, intercambio y consumo promueve la
construcción de subjetividades líquidas, frágiles, livianas, poco propensas al
análisis y la síntesis formal, imposibilitadas por ver la totalidad.
Hay
algo interesante que puede plantearse también como tesis o punto de partida
para el pensar. A diferencia de las protestas sociales clásicas, en las que un
colectivo de sujetos con padecimientos particulares se une tras objetivar la
síntesis de las causas de sus pesares entendiendo que todos responden a una lógica,
a un proceso, a una política x y clama por el reemplazo de dicho modelo por
algo distinto, siendo lo que hace que lo particular confluya en una cosa, en un
colectivo, algo concreto, denso, objetivo y siendo lo nuevo también algo denso,
concreto y objetivo, la protesta denominada 8N se agota en las
particularidades, siendo lo que aglutina esa multiplicidad de particularismos, por
un lado, un espejismo, una fantasmagoría, por el otro. El espejismo que
consiste en creer que hay dictadura K allí donde hay un gobierno
democráticamente consolidado. La fantasmagoría del golpe que ya no es posible
porque precisamente quien debe darlo es un fantasma. La fantasmagoría, también,
del fantasma en la máquina, la presencia metafísica que da sentido a todos los
cuerpos confluyendo maquinalmente en la protesta como un ritual sin saber que
detrás de escena hay un genio maligno a quien son funcionales. Marcha de la
bronca que, como dijo la señora cacerola en mano ante la interpelación del por
qué, “y no sé por qué más…” dando cuenta de una adición infinita de motivos sin
nada que los ancle, sin análisis de causas. Todo pre digerido, todo
interpretado.
Dos
mundos, planteaba más arriba, tal vez más si se ponderan las mediaciones. Uno
en el que la libertad se traduce en el consumo compulsivo de objetos cada vez
menos densos, que o bien se difuminan en lo virtual o bien se descartan en poco
tiempo, perdiéndose en una dimensión donde ya no hay un valor de uso fuertemente
anclado en la necesidad de la experiencia concreta cruzado por la densidad de
lo humano experiencial. Libertad liviana, libertad sin compromisos, sin saberse
miembro de una sociedad, sin responsabilidad social. Nada queda, por citar un
ejemplo, de aquellos viejos juguetes, esos que costaba conseguir sangre sudor y
lágrimas, esos latosos, duros, pesados que duraban. Todos los chiches nuevos vuelan
por el aire como histéricos para hacerse añicos, para no durar, por más que los
fanáticos de Toy Story clamemos por otra visión del juego y de los juguetes.
Mientras
sumergidos en ese mundo débil, los danzantes bailan al ritmo del marketing,
poco más de 150 compañías monopolizan el mercado mundial. La irracionalidad del
capitalismo desentona con una lógica cada vez más férrea, esa que posibilita el
ajuste entre la producción estúpida y el consumo bobo, esa que encuentra la
forma de reajustar la relación dialéctica de las categorías para su propia
reproducción, para el incremento de la ganancia a costa de lo que sea. Y tras
bambalinas, la presencia del fantasma, paradójicamente densa, penetrante,
tramando ardides y articulando las prácticas de las marionetas. Hegemonía e
ideología son sus herramientas.
Y
el resultado, cada vez menos vínculos humanos en un mundo hipervinculado. Nadie
es capaz de ver que detrás del celular que se compró hay centenares de personas
involucradas en un proceso de producción al que fueron a poner su cuerpo, su
dignidad, porque no les quedaba otra. En el ritual consumista, el comprador
cree que logró alcanzar una meta, por cierto efímera, gracias a su mérito
personalísimo, individual.
El
consumidor medio no ve a nadie, solo un vendedor que está allí para brindarle
un servicio. No ve fábricas, no ve sufrimiento, no ve una naturaleza arrasada,
no ve un cuerpo sufriente en una línea de montaje cada vez menos densa. Y no
sólo la línea de montaje va deshumanizándose y deshumanizando en varios
sentidos (deshumaniza al obrero convirtiéndolo en una máquina, se deshumaniza
en tanto cada vez son menos los hombres que la operan y más los autómatas
mecánicos, deshumaniza sus sentidos pues está allí por arte de magia), la
naturaleza va desnaturalizándose también, objetivándose, convirtiéndose en algo
que está allí, por fuera de los hombres, algo a la mano, una fuente de recursos
a arrasar.
El
otro se volatiliza como los sentidos se difuminan en la red. Correr de un local
al otro del shopping porque tañe una campana que oferta las rebajas en
artículos de los más variados. No importa planificar la compra. Interesa estar
en el no lugar y consumir. Consumir es existir. Para los menos inquietos, la
compra on line. Todo a la mano a pesar de la virtualidad. El mercado mismo se
disuelve. Ya no hay góndolas, no hay clasificación, no hay jerarquías de bienes
ni consumos. Ya no hay un almacenero a quién contarle una historia tomando un
trago mientras se sigue la lista de compras, están en vías de extinción.
Ventanas virtuales que se abren y cierran a gran velocidad, en un devenir hacia
ninguna parte, ancladas solo en la lógica del consumo, vienen a dar sentido a
un nuevo tiempo que se yuxtapone al otro tiempo, el del ciclo vital.
Y
en medio de la lógica consumista, esa sensación de fluir eterno que se impregna
en las prácticas cotidianas del ser enchufado a la información carente de
jerarquización, clasificación. La risotada heraclítea resuena desde el más allá
mientras todo fluye. No hay lugar para la síntesis formal ni para una visión
totalizadora. El fluir es fluir de cuadros sin película. Y en ese devenir se
privilegia el impulso por sobre la razón, el cuerpo deseante antes que el
cuerpo que padece, el cuerpo listo para ser penetrado por la cosa antes que el
que transforma la cosa.
Enajenados,
los consumidores aturdidos se expresan en la particularidad citando un rosario
de problemas, todos “mi problema”. Su mi es el posesivo más intrascendente que
puede existir a la vez que es el más anclado a un punto. Y si bien muchos mi
son parecidos, muchos tienen que ver con temas como la imposibilidad de compara
dólares o el problema de la seguridad, ninguno logra ir más allá de sus propias
narices. Mi consumo negado, mi consumo de protesta, mi problema. Un vos surge
como interpelador radial emanando desde un centro, el ámbito desde donde se
convoca. Y muchos mi se encuentran en ese vos que jamás logrará ser un
nosotros, pero que tiene muy fuertemente construido el otros, los negros, los
infames seguidores de K, los vagos que viven del plan, etc.
El
culto del yo, el culto del mi, yo y mi mérito todopoderoso; yo y mi libertad
para hacer lo que quiero negada por una banda de otros que quieren imponer algo
avasallante por sobre mi yo, el bien común, la cosa pública, el bienestar
general, el Estado.
El
8N es interesante porque representa un modo de expresión ahora novedoso. En la
mentalidad de organizadores de lo espontáneo impera la idea de que
manifestaciones como esta puede torcer el brazo de la historia provocando la
caída de lo que denominan régimen. Particularmente, este cronista cree que nada
de eso sucederá, que hay urnas para rato, que ellas seguirán siendo quienes
dicten hacia dónde va la historia política, que los fines abruptos de gobiernos
democráticos post 83 tenían mucho que ver con la debilidad de dichos gobiernos
más que con la fortaleza de quienes actuaron destituyentemente.
Como
sea, resulta interesante pensar como se conforma el colectivo de la protesta,
como se nutre de subjetividades que se agregan a los golpistas de siempre,
gente caliente por cuestiones particulares que da cuerpo a la movida, muchos
que no saben por qué.
Tal
vez sea otra muestra del más de lo mismo a que nos tiene acostumbrados la
lógica de la clase media y su alianza con la dominante cuando la distinción
peligra. Tal vez a eso debamos agregar algo distinto. Esto sólo pretendía ser
una provocación para la reflexión. Y por ahora es eso y nada más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario