Maximiliano Basilio Cladakis
Introducción
Antonio Gramsci ha sido uno de
los intelectuales más importantes de la primera mitad del siglo XX. Su obra
representó la apertura de una serie de debates que excedió el plano teórico
para realizarse en el plano de la praxis política concreta. Precisamente, en
Gramsci, convivía el intelectual lúcido, brillante, de excelente formación
teórica, con el dirigente político, con el hombre que se sabe partícipe y
hacedor de la historia. Su tesis acerca del intelectual orgánico se encuentra
en una relación íntima con su propia vida. Hombre de letras y hombre de acción
al mismo tiempo que va más allá, incluso, del intelectual comprometido
sartreano. Para Gramsci, teoría y praxis eran las dos caras de una misma
moneda. Su pensamiento y su acción le valieron pasar los últimos años de su
vida en prisión, en los sombríos tiempos en que el fascismo se había hecho con
el poder en Italia. Muy probablemente esa experiencia histórica de la cual fue
testigo, actor y víctima directos, es lo que le otorgó a su obra una riqueza
que aún hoy permanece vigente.
Gramsci pensaba dentro del horizonte del
marxismo. La filosofía de la praxis de la que hablaba no era otra cosa que el
marxismo; sin embargo, fue uno de los principales críticos de la ortodoxia y del
dogmatismo que se habían vuelto dominantes entre los seguidores de Marx y de
Engels. Gramsci reivindicaba a Lenin, pero comprendía que la Revolución Rusa
era un acontecimiento histórico que se correspondía a una situación histórica
concreta y no un acontecimiento universal. Su pensamiento estaba orientado a la
transformación efectiva de la realidad, por lo que consideraba a la política
como una dimensión central de la vida humana. El pensamiento debía guiar a la praxis, a la vez que debía tener
su anclaje en la propia praxis. Se trataba de comprender el mundo para poder
transformarlo.
En las siguientes páginas, nos dedicaremos a
exponer la forma en Gramsci piensa y reivindica la política contra todo
reduccionismo y contra todo determinismo. Para ello, abordaremos tres puntos
que consideramos fundamentales: la relación entre historia y política, la
lectura gramsciana de Maquiavelo y la idea acerca de la construcción de una
voluntad colectiva nacional-popular como instancia central en la transformación
de lo dado.
Historia y política
En su libro, Como cambiar el mundo[1], Eric Hobsbawm
define a Gramsci como el más original de los pensadores marxistas occidentales
desde 1917. El historiador británico sostiene que Gramsci dotó al
marxismo de una serie de elementos que, hasta entonces, o bien permanecían
difusos, o bien, eran inexistentes. Hobsbawm afirma, muy
acertadamente, que Gramsci ha sido un teórico político de primer nivel, con lo
que su obra ha venido a llenar un vacío existente dentro del corpus marxista.
En efecto, si bien Marx y Engels han escrito sobre política, sus análisis han
sido, por lo general, coyunturales, y orientados principalmente a demostrar la
dependencia de la dimensión política a la económica. Hobsbawm señala que,
incluso en los tiempos de la Segunda Internacional ,
el marxismo tampoco llegó a desarrollar una discusión seria acerca de la
política como tal, sino que los debates giraban en torno a cuestiones de
coyuntura y a las decisiones que debían de tomarse en dicha coyuntura. En este
sentido, los debates se reducían, a lo sumo, a cual táctica seguir en un
momento dado.
Precisamente, la
ortodoxia marxista tenía como una de sus ideas pilares la tesis de que la política
no es más que una parte de la superestructura de una sociedad. Para esta
corriente, la sociedad posee una estructura determinante (el modo de
producción) y una superestructura que es determinada por dicha estructura. El
arte, la religión, la política, la ética, la moral, no serían, desde esta
perspectiva, más que el reflejo de lo que acontece en el ámbito de la
producción. Los cambios superestructurales vendrían automáticamente al
modificarse el modo de producción capitalista. En este aspecto, se sostenía una
suerte de mecanicismo en la cual el desarrollo de las fuerzas productivas
conllevaría inexorablemente al socialismo. Este desarrollo atravesaría
distintas etapas, de las cuales el capitalismo sería la antesala de la
abolición de las clases sociales y del triunfo final del proletariado.
Desde esta
perspectiva, bastaba con comprender las “leyes” de la Historia y, partir de
allí, operar para que su sentido inmanente se cumpliera más rápidamente. Si
bien, en un primer momento, Gramsci va a adherir, en parte, a esta
tesis, centrando su interés principalmente en los consejos de fábricas, a
partir de la victoria del fascismo irá cambiando de posición. El propio Gramsci,
frente al dilema acerca de las causas del
triunfo del fascismo en Italia responde: “no conocíamos al pueblo italiano”. En
una carta a su cuñada, años después, ya en la prisión, hablando sobre la misma
cuestión, Gramsci dirá que “perdimos porque no logramos la hegemonía cultural”.
Se pensaba que la Historia
se encaminaba al socialismo, sin embargo, Italia se había dirigido hacia al
fascismo, y, lo más terrible, lo había hecho con gran parte del apoyo de las
masas. El fascismo había impuesto el terror; sin embargo, también había
logrado penetrar en vastos sectores del pueblo, había manejado códigos,
símbolos y lenguajes arraigados en la cultura italiana, logrando de esta manera
volverse un partido hegemónico.
Precisamente, a
partir del fracaso de la izquierda italiana, Gramsci reverá de manera crítica
las tesis fundamentales de la ortodoxia marxista. Por un lado, discutirá la idea acerca de que la Revolución se encuentra
“a la vuelta de la esquina”. Por otro, se detendrá con atención en las
particularidades de la sociedad y cultura italianas. En este último punto,
Gramsci poseerá una visión crítica acerca de la universalización de la Revolución Rusa
como paradigma a partir del cual deban operar las fuerzas progresistas. Precisamente,
Gramsci señalará la existencia de diferencias enormes entre la sociedad rusa y
la sociedad italiana. Según Gramsci, el mayor desarrollo de la sociedad civil
italiana hace que las metodologías y prácticas empleadas por los
revolucionarios rusos sean inoperantes en su patria. Esto hará que Gramsci
centre su atención acerca de las condiciones de posibilidad reales para una
transformación efectiva de la realidad en una situación concreta y particular.
En este punto, Gramsci le otorga un rol
protagónico a la política como posibilidad de operar sobre la coyuntura
concreta. A diferencia del determinismo histórico de la ortodoxia marxista,
Gramsci considera que, si bien existen condicionamientos históricos, es la
voluntad política la que transforma la realidad. Con respecto a este punto, es
importante señalar la tesis gramsciana acerca de que las crisis económicas
abren la posibilidad para un cambio de sistema, pero que eso no significa que
dicha transformación se dé inexorablemente. Desde la perspectiva de Gramsci, es
necesaria una lectura correcta de la situación histórica para poder obrar sobre
ella y orientarla hacia un fin determinado pero es la política la que
transforma el mundo.
Maquiavelo y el mito-principe
En este sentido, Gramsci va a
reivindicar a Maquiavelo y a su obra El
Príncipe como piezas claves
para la comprensión y realización de una praxis política efectiva. En Las notas al Príncipe, escritas
en la prisión, Gramsci va a sostener que la genialidad de Maquiavelo radica en
haber establecido un pensamiento concreto de la política que no concibe a esta
a partir de principismos abstractos. En Maquiavelo se da una convergencia del
realismo y del anhelo de transformar lo dado. Con respecto a esto último,
Gramsci señala que Maquiavelo, al escribir El
Príncipe, lo hacía a partir de un objetivo bien claro: la unificación de
las ciudades italianas bajo un poder autónomo y soberano. En este sentido,
Gramsci observa que el pensamiento de Maquiavelo tenía una finalidad progresiva
ya que el absolutismo monárquico que este proponía era una instancia superadora
de la fragmentación y división feudales.
En cierta medida, Gramsci plantea una
actualización de las ideas de Maquiavelo. Esta actualización tendría la
finalidad de introducir la dimensión de la política dentro del marxismo, de
integrar la política a la filosofía de la praxis[2].
“El problema inicial que debe ser planteado y
resuelto en un trabajo sobre Maquiavelo es el problema de la política como
ciencia autónoma, es decir, del puesto que ocupa o debe ocupar la ciencia
política en una concepción del mundo sistemática (coherente y consecuente), en
una filosofía de la praxis”[3].
Gramsci va a
señalar que el príncipe a quien Maquiavelo le escribo sus consejos es un
príncipe inexistente, no se trata de una persona real sino de una ideal. Ahora
bien ¿Cuál es el “príncipe” para quien escribe Gramsci? El príncipe moderno
para Gramsci no es otro que el partido político, órgano nuclear de la política
moderna.
“El príncipe moderno, el mito-príncipe, no puede
ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un
elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad
colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción”[4].
Gramsci ve al
partido político como órgano de unidad y cohesión, cuya principal finalidad es
la concreción de una voluntad colectiva. La comprensión del partido como mito,
se encuentra en estrecha relación con esto. No se trata de comprender el mito
como algo opuesto a lo “verdadero” e identificado con lo “falso” o “ilusorio”.
El mito es comprendido como aquello que reúne, como aquello que otorga sentido,
como aquello que constituye un plexo simbólico que unifica a los hombres y que
otorga imágenes, leguajes, gestos, constituyendo así una identidad
intersubjetiva que será la fuerza espiritual de la política.
Por otro lado, Gramsci observa también que
el partido político tiene la necesidad de elaborar programas, estrategias y
tácticas. En este sentido, Gramsci es un crítico implacable del espontaneismo.
El intelectual y militante italiano observa la manera en que el espontaneismo
implica un mecanicismo oculto. En efecto, esta teoría, que, a primera vista,
remarca el libre accionar de las masas, encubre un mecanicismo ante el cual
subsume toda libertad ya que lo que se piensa es que una vez que las masas se
rebelen se pondría en ejecución un mecanismo que haría inviable todo programa;
esto no significa sino que las masas están irremediablemente sujetas a dicho
mecanismo. Por el contrario, Gramsci sostiene que la praxis política tiene una
doble dimensión. Por un
lado, una dimensión negativa (crítica y negación de lo dado). Por otro lado,
una positiva (elaboración de programas, planes de acción, etc.). Bajo
esta perspectiva, Gramsci critica explícitamente la tesis de la “huelga
general” que automáticamente acarrearía al mismo tiempo el fin del capitalismo
y la emergencia del socialismo.
La construcción del colectivo
nacional-popular
Si el marxismo
ortodoxo, tanto en su versión leninista como en su versión trotskista, va
concebir al proletariado como sujeto histórico por excelencia, Gramsci va a
pensar que el sujeto de la praxis política va a ser el colectivo
nacional-popular. Sin embargo, no se trata de un simple cambio de nombres o de
actores, sino de un cambio de lógicas a partir de los cuales se va a pensar
toda la dinámica política e histórica. Pues, lo que subyace a la clasificación
del proletario como “sujeto histórico por excelencia” realizada por el marxismo
ortodoxo es el mecanicismo del que ya hemos hecho referencia. Es decir,
se piensa al proletariado como portador de una misión que inevitablemente
deberá de cumplir (esta misión es la de enterrar al capitalismo). En efecto, el
marxismo ortodoxo sostiene que la historia se encuentra regida por leyes
objetivas y universales al igual que la naturaleza y que el cumplimiento de dichas
leyes llevará inexorablemente a la revolución proletaria, la cual instaurará la
sociedad sin clases, iniciando así el reino de la verdadera libertad y de la
verdadera humanidad.
Por el contrario, Gramsci va a
rechazar la hipótesis de leyes objetivas y universales en la historia (¿el
cumplimiento de esas leyes implicaba el surgimiento del fascismo?) al mismo
tiempo que va a rechazar el mecanicismo. La política implica construcción, por
lo que, frente a las tesis mecanicistas, Gramsci dará una importancia
fundamental a la voluntad. Precisamente, la finalidad del partido político, en
tanto príncipe moderno, será la construcción de una voluntad colectiva.
Sin embargo, tampoco debe entenderse
la posición gramsciana como un voluntarismo escindido de los procesos
históricos. Como señalamos unos párrafos atrás, para Gramsci la voluntad debe
operar sobre lo dado, debe construir sobre las condiciones históricas
concretas. Lo que aparece aquí no es otra cosa que una dialéctica entre lo dado
y la voluntad; ni determinismo mecanicista ni voluntarismo ajeno al proceso
histórico, sino una voluntad que parte de lo dado para superarlo.
En este sentido, la centralidad del
colectivo nacional-popular implica la articulación de diferentes sectores,
grupos y clases en una gran voluntad colectiva. La diversidad de
intereses debe ser articulada en una unidad de acción por medio del partido
político, dando origen así a una dimensión colectiva que no se encuentra
determinada por ninguna ley ni por ningún mecanismo oculto de la historia.
En este último punto, Gramsci va a darle una
importancia vital a la idea de batalla cultural en la lucha por la conquista de
la hegemonía. Gramsci va a hablar de dos formas de dominación. Por un
lado, la dominación coercitiva. Por otro, la dominación consuetudinaria. La
primera de ellas es la dominación que se ejerce por medio de la fuerza mientras
que la segunda es la que se realiza por medio de la articulación de consenso,
lo que implica que los dominados se identifiquen con los intereses de los
dominadores. Esta división que establece Gramsci en las formas de dominación
tiene como correlato una división de los campos en los cuales se desarrolla la
lucha política. Gramsci hablará, por lo tanto, de sociedad civil y de sociedad
política propiamente dicha. La sociedad civil será el ámbito de la dominación
consuetudinaria, la cual se realizará por medio de la Iglesia , la escuela, los
medios de comunicación, etc., mientras que la segunda será el ámbito de la
dominación coercitiva a través del aparato represivo del Estado.
A partir de esto, Gramsci sostendrá que el
partido político, para articular el colectivo nacional-popular debe dar la
batalla en ambos campos. Gramsci señala que:
“El Príncipe moderno debe ser, y no puede dejar de
ser, el abanderado y organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual
significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad nacional-popular
hacia el cumplimiento de una forma superior y total de la civilización moderna.
Estos dos puntos fundamentales, la formación de una voluntad colectiva
nacional-popular, de la cual el moderno Príncipe es al mismo tiempo el
organizador y la expresión activa y operante y la reforma intelectual y moral,
deberían constituir la estructura del trabajo. Los puntos concretos de programa
deben ser incorporados en la primera parte, es decir, deben resultar
dramáticamente del discurso y no una fría y pedante exposición de
razonamientos”[5] .
Organizar y expresar, esa debe ser,
pues, la función del príncipe moderno. Esta tarea, por su parte, se abre sobre
una doble dimensión, en la cual, por un lado, se halla la búsqueda del poder
político, y, por otra, la organización de una reforma intelectual y moral. Se
trata de dos dimensiones que se encuentran mutuamente interpenetradas y que se
constituyen una a la otra de manera recíproca. En este sentido, el mismo
Gramsci señala que “una reforma intelectual y moral no puede dejar de estar
ligada aun programa de reforma económica, o mejor, el programa de reforma
económica es precisamente la manera de presentarse de toda reforma intelectual
y moral”[6].
El partido político debe articular intereses
al mismo tiempo que dar una unidad ética, cultural, simbólica e ideológica que
constituyan y expresen al colectivo nacional-popular. La praxis política,
por lo tanto, tendrá como tarea esencial la construcción de hegemonía. Con esto
Gramsci quiere decir que la búsqueda del consenso es fundamental para la
constitución de una voluntad nacional-popular. Gramsci es taxativo en el hecho
de afirmar que el partido político debe ser hegemónico aún antes de llegar al
control del aparato estatal.
Con respecto a este último punto, Gramsci
plantea una oposición entre dos formas de comprender la praxis política. Por un
lado, la que él denomina (utilizando un vocabulario bélico) como “guerra de
movimientos” o “guerra frontal”. Por otro, (utilizando el mismo lenguaje), la
“guerra de trincheras” o “guerra de posiciones”. La primera se refiere a la
tesis tradicional de la “toma del poder” (al estilo de la Revolución Rusa );
la otra es la propuesta de Gramsci, es decir, la comprensión de la política
como un proceso de articulación de intereses y de consensos, en la cual, la
revolución no se realiza a través de un acto único, de una “batalla final”
contra la burguesía, sino que se trata, más bien, de un trabajo continuo,
arduo, que, incluso no se acaba una vez que se llega a conducir al Estado, sino
que, aún en esa instancia, se debe seguir operando en la consolidación de la
hegemonía.
Conclusión
El mundo de las primeras décadas del siglo XX fue testigo de grandes cambios, y dichos cambios afectaron de manera directa a los movimientos socialistas. Por un lado,
Sin
embargo, Hobsbawm señala que es un error reducir la concepción gramsciana de la
política sólo en el sentido táctico-estratégico. Si bien dicho sentido es de
suma importancia para Gramsci, Hobsbawm sostiene que “para él (Gramsci) la
política es el núcleo no sólo de la estrategia para alcanzar el socialismo,
sino del propio socialismo”[7]. La
política, por lo tanto, no se reduce a un simple conjunto de medios para
alcanzar determinados fines, sino que, en un sentido bastante cercano a
Aristóteles, la política se presenta como la actividad humana fundamental, la
actividad por la cual el hombre es verdaderamente hombre.
Hobsbawm
indica que esta importancia crucial que Gramsci le otorga a la política
significa un enriquecimiento tanto de los medios para alcanzar el socialismo
como del socialismo mismo. Con respecto a lo primero, se produce un
desplazamiento de la tesis acerca de “tomar el cielo por asalto” hacia una
complejización en la comprensión de las acciones por las cuales se construirá
el socialismo. La lucha por la hegemonía, la articulación de una voluntad
nacional-popular, la búsqueda de consensos para consolidar la posibilidad de un
bloque histórico dirigido por la clase trabajadora, la importancia
fundamental de lo simbólico y de lo cultural, son algunos de los puntos
fundamentales de la praxis política tal como la comprende Gramsci. Por otro
lado, Gramsci considera al socialismo no sólo como la socialización de los
medios de producción, sino como la formación de nuevos hábitos en el hombre, de
una nueva conciencia y de una nueva forma de vida integral. En este sentido, en
las ya citadas Notas a Maquivelo, Gramsci afirma que la reforma
económica es un aspecto (fundamental e ineludible, vale aclarar) de la reforma
intelectual y moral de un pueblo.
En
este aspecto, lo dicho por Hobsbawm nos permite comprender la forma en que
Gramsci se aleja tanto del pragmatismo vulgar como del idealismo igual de
vulgar. Con respecto al primero, la concepción del socialismo como expresión
máxima de la política, entendida esta en el sentido descrito unos párrafos
atrás, hace que Gramsci se distancie notablemente de todo tipo de
burocratización. Precisamente, la sociedad socialista no puede existir si la
masa del pueblo está excluida de los procesos políticos y de la toma de
decisiones. Cuando esto sucede, el socialismo deja de ser socialismo. En el
caso del idealismo vulgar, Gramsci piensa en una relación orgánica con las
masas. La consolidación de una voluntad nacional-popular implica, pues, la
articulación de un sujeto colectivo real, concreto, no pensado ni
abstracto. En este punto, Hobsbawm pone como ejemplo el caso de amplios
sectores de la izquierda actual. “Gran parte de las izquierdas incluso hoy en
día – quizá especialmente hoy – se basa asimismo (…) no en la clase obrera real
con su organización de masas, sino en una clase obrera nominal, en una especie
de visión externa de la clase trabajadora o de cualquier grupo susceptible de
ser movilizado”[8]. La praxis política que
conduzca al socialismo debe, pues, ser una praxis de masas, una praxis de
actores reales que logren constituir un colectivo nacional-popular.
Esta
vigencia se traduce en una doble dimensión. Por un lado, desde el ámbito
teórico-académico, la obra de Gramsci suscita investigaciones y debates que van
desde las ciencias de la comunicación a la filosofía. Incluso, su obra sirve de
marco teórico en áreas tan disímiles como la historia y la educación. Por otro,
el pensamiento de Gramsci sigue generando política. Los planteos de
Gramsci son un elemento fundamental
para la comprensión, pero también (cómo él mismo deseaba que fuera) para la comprensión
y acción políticas concretas.
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