José Antonio Di Vincenzo
La preocupación por la
espontaneidad que obsesiona al espectro variopinto de organizadores multimediáticos
de la marcha 8N no es una novedad histórica. La encontramos presente en los
debates que se dan al interior del socialismo desde fines del siglo XIX.
Por entonces, algunos
simplificadores de las ideas de Marx pensaban que el Estado es una especie de
cáscara o caparazón que reviste a la sociedad civil y expresa los intereses de
las clases dominantes. Desde un enfoque paranoico proclive a ver complots por
todos lados, se creía que el Estado era el único capaz de arbitrar los medios
para la reproducción del capitalismo, gracias a la coacción y articulando los
medios para proteger los intereses de la clase burguesa. La teoría del
derrumbe, sostenida por una lectura mecanicista de El Capital, en particular, como se daba la influencia en el
funcionamiento del capitalismo de la ley de la caída tendencial de la tasa de
ganancia, hacía pensar que, tarde o temprano, se darían las condiciones
materiales para dar el golpe revolucionario. Las conciencias de los
proletarios, reflejos mecánicos de las condiciones materiales, harían click en
su momento y, espontáneamente, una masa de sujetos estaría dispuesta a resonar
con las ideas socialistas y avanzar sobre el Estado capitalista, para tomar el
poder, hacer la revolución. No es este el lugar para analizar en detalle este
tipo de razonamientos. Es honesto decir que muchos se opusieron a esta mirada
en su momento. Y sabido es, gracias a los aportes de Gramsci y otros
intelectuales de la corriente marxista, que la cuestión es mucho más compleja,
que la hegemonía, la dirección intelectual moral impuesta por las clases
dominantes, el consenso, actúa para la reproducción del capital, no sólo mediante
las transformaciones estructurales objetivas que se introducen en el modo de
producción, la reproducción misma de dicho modo, sino principalmente, desde los
aspectos subjetivos, la cultura, las ideas, la cosmovisión hegemonizando a las
clases subalternas.
Como sea, es interesante analizar
qué subyace en la idea de espontaneidad de las masas. Por más que dicha
espontaneidad sea considerada una abstracción con escasa posibilidad de darse
en lo concreto particular resulta conveniente ver qué concepciones se esconden
detrás del supuesto reclamo de espontaneidad. Porque se convoca
espontáneamente, lo cual es una contradicción; se pide que se vaya de tal o
cual forma y hasta se solicita ingenuamente en los medios que las masas vayan a
la marcha 8N espontáneamente.
Lo que tenemos es, otra vez, la
idea de una política que emana desde arriba o desde un sujeto que se encuentra
por fuera de las masas. Si esta política es considerada corrupta, es mala
palabra, debe evitarse, anularse. De allí, la idea de espontaneidad. Lo
espontáneo se da sin mediación, surge de abajo. Algo hace que un colectivo de
sujetos anónimos individuales resuene al mismo tiempo. Ese algo, en el caso del
8N, es la disconformidad, el antagonismo con el gobierno nacional. Y entonces,
sin que nadie organice, casi como en un acto místico, todos se ponen de acuerdo
y las cacerolas resuenan al mismo son. ¿Qué pasa después? ¿Con qué se hace
frente a lo dado? ¿Cómo sigue la historia? Tal cuestión es un dato menor para
quien cree que la espontaneidad por sí misma es condición suficiente para la
praxis política.
Ahora bien, la idea de
espontaneidad en el caso del cacerolazo que se convoca para el 8N no surge de
espontaneidad alguna. Tienen un propósito: ocultar los verdaderos objetivos
políticos que se esconden detrás de la convocatoria. Lo que quienes se ocultan
tras el rizomático espejismo del hipervínculo deben ocultar es su propia acción
política desde arriba. Es como en el caso del ladrón que juzga según su
condición. Saben que ellos mismos caen en una lógica en la que la política se
hace desde una posición jerárquica por fuera.
La lógica de funcionamiento en la
red, la fuerza del hipervínculo y la estructura rizomática del medio, esa aparente
ausencia de jerarquías, estimula la imaginación y hace creer que nadie está por
detrás de la matriz mediática. Entonces, la cosa es funcional a quienes actúan
como reproductores acríticos del mensaje. Desde una liviandad y falta de
compromiso, sentados tras las máquinas como abstraídos de sí, los sujetos
enajenados repiten como loros barbaridades de todo pelaje creyendo que lo hacen
espontáneamente.
Este escriba no va a negar que
exista una política domesticadora y pastoral, genéricamente hablando, en la que
un desde el poder se arrea al ciudadano. El tema es que precisamente esa es la
forma de hacer política que hacen quienes arengan tras los multimedios y esa es
la forma de hacer política que está negando (en sentido dialéctico) la praxis
propia de quienes se han comprometido con el proyecto nacional y popular.
Es interesante analizar el modo
en el que se utiliza la herramienta tecnológica en uno y otro caso, cómo y
desde dónde se construyen los significados. Dejo al lector la inquietud de ver
las diferencias entre un mensaje que se articula desde un pequeño número de
sitios y es replicado asépticamente en red por sujetos con escasa hora de vuelo
en el barro de la historia signados por sus poco razonadas o analizadas
impresiones de la situación y el que se construye en un diálogo dialéctico con
la realidad histórica que trascienden lo particular.
Porque además del grupo de
individuos aislados que en el colectivo conforman la masa de repiqueteadores
caceroludos enajenados en la danza mística del toc toc, en la Argentina hay un
colectivo de sujetos comprometidos creando una nueva cultura homogeneizadora,
intentando convencer a los ciudadanos acerca de la importancia de las políticas
que tienden al bien común y a transformar las condiciones estructurales para ir
hacia una sociedad más justa. Y el sujeto en este colectivo es el sujeto de la
praxis, el que no absorbe acríticamente un producto predigerido sino que se
siente y es partícipe activo en la construcción del proyecto colectivo.
Y frente a eso, no hay
espontaneidad hipervinculada que haga mella.
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