Maximiliano
Basilio Cladakis
Se cumplen dos años desde la muerte de Néstor
Kirchner. Se cumplen dos años desde ese acontecimiento trágico en donde lo
individual se entrelazó con lo colectivo. La muerte golpeó a un individuo que
era más que un individuo. Su partida, en aquella mañana extraña, inmóvil,
aquella mañana del Censo Nacional, su partida absurda, tan absurda como toda
muerte y que sólo encuentra justificación en los actos que realizó en vida
aquél que partió, sacudió a un país, a un pueblo, a una Nación.
La alegría de unos pocos contrastó con el dolor
de los muchos. Afortunadamente los cultores de la muerte son los menos, los
bocinazos y el champagne, las notas morbosas publicadas en la Tribuna de Doctrina a los pocos
minutos del fallecimientos del ex Presidente, quedaron opacadas, convertidas en
nada, frente a aquellas inmensas movilizaciones populares que fueron a rendir
su homenaje a la mítica Plaza porteña. Jauretche decía que las multitudes no
odian. Es verdad, ese 27 de octubre de 2010 quedó en evidencia que son las
minorías, las elites, las que odian y que, cuando odian, odian hasta la muerte,
e incluso más allá de ella.
Las multitudes, por el contrario, se
movilizaron para expresar su dolor, su agradecimiento y también algo más.
“Gracias Néstor, fuerza Cristina”, fue la frase más acuñada en esas jornadas.
Como dijimos, se expresó dolor y agradecimiento, pero también solidaridad.
Solidaridad con aquella mujer que había perdido al compañero de su vida, pero
también solidaridad con aquella mujer que continuaba al frente del Proyecto que
aquél que había partido inició el 25 de mayo de 2003. Esa solidaridad era, a su
vez, también un juramento: se juraba sostener el compromiso con aquello a lo
que Néstor Kirchner había dedicado su vida. Una vez más, lo individual se
entretejía con lo colectivo, quebrando las falsas antinomias impuestas por la
lógica liberal.
En esa fecha y mientras marchaba en una cola
de más de doce horas para despedir los restos del Líder, quien escribe tuvo la
que, tal vez, fue la única experiencia religiosa de su vida. Religiosa en el
sentido profundo de la palabra. Una comunidad atravesada y unida por un mismo
sentimiento, por un mismo dolor y por una misma causa: la inmanencia atravesada
por una trascendencia que convertía a los individuos en “compañeros”, en donde
lo ideológico, lo emotivo y lo simbólico quebraban los límites de las
individualidades para convertirnos en un Pueblo. Todos nos sabíamos partícipes
de algo más grande que nosotros mismos, de algo que nos trascendía como
individuos. Néstor Kirchner era un símbolo de aquella trascendencia. Un hombre
que se inmolaba a sí mismo en pos de una Patria más justa, más libre, más
soberana.
A dos años esa fecha, la partida de Néstor
Kirchner, de nuestro Néstor, se historializa en el presente como compromiso
político y ético. El dolor, agradecimiento y solidaridad, el propio juramento,
se deben traducir en unidad y organización para continuar y consolidar el camino
iniciado hace nueve años, para llevar a cabo una praxis efectiva que pueda
realizar de manera plena todo lo que él proyectó.
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