Por José Antonio Gómez Di
Vincenzo
Mucho se viene hablando acerca de
los sucesos de público conocimiento y en relación a los tejes y manejes que el
grupo mediático dueño del clarinete lleva adelante, cual manotazos de ahogado,
para que no se cumpla el democrático mandato plasmado en ley que encarrila el
desbande mediático. El firmante encuentra mucha información, opinión,
narrativas y argumentaciones más que prolijas y bien estructuradas en distintos
espacios y reconoce que en el colectivo de significados circulantes hay mucho
material para pensar muy bien elaborado. Basta ser responsable, no dejarse
llevar por la voz del sentido común y comparar para elaborar un discurso
propio.
A pesar del desbarajuste y los
embrollos causados por los caga tinta del grupo, con poco, una tribuna de
pensadores críticos de la realidad, intelectuales orgánicos, se las arreglan
para separar la paja del trigo. Y todavía, quien escribe no puede dejar de
asombrarse por la necesidad de tamaño esfuerzo, cuando debería quedar claro a
todo aquel que cursó Educación Cívica, el significado de una ley emanada del
Congreso Nacional y la gravedad de su no cumplimiento.
Como sea, este escrito procura
correrse de la senda común que se ha trazado para contraponer, desde lo
argumentativo, una narrativa diferente a la clarinetista, que es la oficial
desde la mirada de las corporaciones económico-mediáticas. La idea es enfocar
la cuestión desde otro lugar mostrando, gracias al uso de alguna categoría
conceptual, el sentido y la táctica (nunca desvinculados) presente en el
accionar de los medios afines al poder económico antidemocrático. Y dejar claro
cómo la acción mediática corporativa opera en un sentido muy distinto que la
llevada a cabo por quienes encarnan la política y lo hacen desde su faz más
característica y esencial, la de ser capaz de transformar estructuralmente la
vida de las personas para mejorar sus condiciones y expectativas a través de la
praxis.
Se me ocurre que la diferencia
entre la acción de los medios sobre la sociedad y la de quienes encarnan la
praxis política en agrupaciones, espacios u organismos del estado puede verse
con alguna claridad si se compara la acción social etérea y la concreta.
La acción social etérea, propia
de los medios corporativos (pero no sólo de ellos sino también de ciertos
espacios partidarios neoliberales o neoconservadores), es un tipo de acción
estructurado a partir de la repetición de significados en un espacio virtual y
con el sólo fin de influir en las subjetividades. Para operar principalmente
sobre las consciencias debe realizar un primer paso, un truco gnoseológico.
Debe considerar la consciencia separada del mundo material y lograr tal
separación. Esto es fundamental puesto que la acción social etérea tiene que
negar la realidad para colocar en su lugar, una funcional al relato. Por más
etérea que sea la acción, ésta debe estructurarse en un relato homogéneo,
coherente, en lo posible (siempre quedan grietas e intersticios por donde
entrarle) consistente.
Entonces, lo que tenemos es un
discurso que se impone a las consciencias individuales articulando escenarios
que no dan cuenta de la complejidad de lo real ni intervienen sobre lo real mismo
para transformar nada sino que reemplazan lo objetivo por una virtualidad
surgida de una narrativa que realza todas los exabruptos del sentido común, ese
que enfoca los procesos desde lo más simple y trivial.
La acción social virtual refuerza
el núcleo común propio del discurso enajenado, solidariza en lo que es
característico del uno heideggeriano. Como opera al nivel de lo simbólico con
el fin de unificar formas de pararse frente a lo real, no procura ni tiene por
fin una intervención sobre las cosas mismas. Eso queda para más adelante. A la
espera de que una alternativa política funcional a los intereses del grupo (el
que nunca se hace explícito en el mensaje) sí cambie las cosas o las vuelva a
ordenar para que todo sea funcional a sus parciales perspectivas.
En resumen, se opera virtualmente
sobre un colectivo social mediante un proceso de operaciones:
Primero se parte de un hiato
entre la consciencia y la realidad. Luego se opera simbólicamente sobre la
consciencia creando un escenario virtual para que se introyecte en el
imaginario individual (que es social también y solidario con el uno).
Posteriormente, se evalúa dicho escenario con categorías propias del uno, del
sentido común que es siempre funcional a la derecha y los intereses de los
grupos económicos concentrados. En último lugar se machaca para que el uno
repita como loro y se abstenga de intervenir o retrucar. Y repita lo que el uno
dice para que todos los unos se hallen en sintonía con el medio.
A este tipo de accionar social se
contrapone el que es propio de quienes llevan adelante una praxis política que
articula los significados con las prácticas sociales, el imaginario popular con
las transformaciones necesarias para cambiarle la vida concreta a las personas.
Desde una lenta marcha sobre los problemas concretos, un grupo de sujetos políticos
y politizados, de diferentes agrupaciones y con formaciones distintas en el
plano ideológico trabaja, codo a codo, para que la teoría y la práctica no se
desvinculen. Y el resultado es que logran realizar cambios pequeños, medianos y
grandes que logran otro tipo de multiplicación en un nivel más simbólico pero
nunca desligado de lo concreto.
Es en el espacio de la acción
social concreta que el discurso virtual hace agua. Porque no encuentra el
espacio para hallar una consciencia desvinculada de la practica y los problemas
concretos. Y es éste el escenario que debería ampliarse para que el discurso
virtual no prenda. Y ese multiplicar se realiza desde una praxis política
transformadora que pondere que nada en la sociedad cambia si no cambia su
anatomía, si no se apunta a desarticular una economía que fabrica pobres si
queda en manos de los grupos concentrados.
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