Maximiliano Basilio Cladakis
Ghezzi se detuvo al doblar la esquina del pasillo. Ella estaba
ahí, espléndida, sostenida por una abrazadera donde se
entremezclaban el oro y el jade. Irradiaba una luz sobrenatural que
hacía patente su poder, su perfección y su eternidad. El cuerpo de
Ghezzi temblaba. Realizó grandes esfuerzos por regular su
respiración. Por un momento pensó que iba a morir. La sensación de
encontrarse frente a aquello que había anhelado casi toda su vida,
más aún de encontrarse frente aquello que toda vida anhelaba , era
demasiado para una mente y un cuerpo humanos.
Su búsqueda había comenzado décadas atrás, cuando de niño oyó
sobre ella. En ese momento, su existencia había cobrado un nuevo
sentido. Ghezzi había nacido de nuevo. La mayoría creía que se
trataba sólo de una leyenda más, pero él supo de inmediato que
existía, que necesariamente debía existir. Ella se convirtió en
el sentido y fundamento de su vida, cualquier otra cosa no tenía
más que un carácter meramente anecdótico.
Su búsqueda lo llevo a recorrer el mundo. Atravesó selvas,
montañas, oceanos enteros; visitó los palacios más espléndidos de
los Reinos Civilizados y las moradas más miserables de los pueblos
pobres del Sur . Incluso, llegó a vivir junto a los temibles hombres
bestía durante algún tiempo. Siguió pista tras pista, rumor tras
rumor. Tomaba en cuenta cada palabra que se refería a ella y la
analizaba comparándola con otras cosas que había escuchado o leído.
Trazó infinitas teorías y, a partir de ellas, ideó infinitos
planes, muchos de los cuales culminaron en el fracaso.
Pues en su búsqueda hubo demasiados fracasos y también
sacrificios. Dejó su patria, su hogar, su familia. Nunca volvió a
ver a sus padres ni a sus hermanos. En su travesía por el mundo,
contempló cosas terribles, fue víctima de secuestros y de torturas
que lo pusieron, más de una vez, al borde la muerte. El también
realizó actos terribles. Robó, mintió, traicionó y mató.
Esto último, matar, lo hizo en varías ocasiones. Al comienzo, la
culpa lo embriagaba. Hubo noches enteras en que los rostros de sus
víctimas se le aparecieron no permitiéndole dormir. El más
recurrente era el de Kaynn, un adolescente de la empobrecida nación
de Galledhia. Era un joven huerfano que lo había ayudado en varias
ocasiones y que lo había seguido fielmente en su peregrinaje. Ghezzi
lo había adoptado como una especie de compañero, ayudante e hijo.
Ambos se apreciaban de manera sincera. La necesidad los unía, no
una necesidad unicamente material, sino una necesidad más profunda.
Ghezzi necesitaba algo así como un hijo y Kaynn necesitaba algo así
como un padre. Sin embargo se vio obligado a hacerlo. Sus pistas lo
había llevado a un antiguo templo donde supuestamente se encontraba
un mapa que era fundamental para continuar la búsqueda. La entrada
requería la sangre de un muchacho joven. Ghezzi dudó por unos
momentos pero estaba en juego todo aquello por lo que había vivido.
Hubo derramamiento de sangre y de lágrimas. Fue, sin dudas, uno de
los peores momentos en la vida de Ghezzi.
Sin embargo, con el tiempo fue aprendiendo a deshacerse de la
culpa. Ese tipo de sentimientos no eran más que un estorbo para su
proposito vital. Incluso, realizó una conversión interna. Lo que,
en algún momento lo hacía sentir culpable, se transformó en una
especie de virtud moral. Lo que antes, de manera inconciente
consideraba como bueno pasó a ser malo y lo que antes consideraba
como malo paso a ser bueno. La misercordia, la compasión, el mismo
amor, se volvieron, para él, signos de debilidad. Y la debilidad, en
su nuevo código moral, era el mayor de los males, el peor de los
pecados.
No se había equivocado. Despojarse de la debilidad había sido
fundamental para concluir su búsqueda. Gracias a ello ahora se
encontraba en ese palacio abandonado en medio de la de la nada donde
ella, la gema de todos los deseos, aguardaba, en su soledad de
siglos, por alguien lo suficientemente fuerte y tenaz como para
llegar a su encuentro.
Ghezzi se atrevió a dar un paso. Luego dio otro. Se acercaba a
ella mientras la luz de la gema parecía volverse cada vez más
deslumbrante. Finalmente colocó sus manos sobre ella. A pesar de lo
que esperaba, era fría al tacto. Su luz no emitía ningún calor.
Ghezzi la quito de la abrazadera sin ningún esfuerzo. La miró de
cerca entrecerrando los ojos debido a su luz. Sin embargo, lentamente
la luz se fue apagando. Ghezzi fue abriendo los ojos hasta que
finalmente la luz de la gema se extinguió de manera completa. Lo
único que vio en ella era el reflejo de su propio rostro avejentado.
Ghezzi entrecerró las cejas algo confundido y una especie de risa
burlona comenzó a envolver el palacio.
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