Por José Antonio Gómez Di
Vincenzo
“Si querés saber qué dijo, tenés
que leer todo lo que dijo, y más también”. Tal cual, las palabras de un pibe de
primer año de la carrera de antropología, mientras se tomaba un mate esperando
entrar a una clase de las tantas que tendrá que sobrevolar a lo largo de su
formación académica, en una universidad argentina.
Dos alternativas (y seguramente
más que dos) para abordar lo que la Presidenta de la Nación dijo en Harvard en
relación a la Matanza. La
opción simple, que es lineal y confrontativa, del tipo dicotómico, blanco o
negro, Harvard o Matanza. La otra, más compleja, difícil pero más acorde para
la comprensión del lenguaje hablado, de la oralidad con todas sus idas y
vueltas, su tensión en tiempo real.
Vayamos por partes.
Lo que la mandataria dijo, en
primer lugar, contestando a uno de los preguntadores harvardianos, que si tal estaba
estudiando en EEUU, es porque quien pregunta, problemas de dólares no debe
tener y agregó: “¿Vos sabés la cantidad de argentinos que ni siquiera podrán
llegar a la Universidad
de La Matanza ,
nunca?”
El problema ahí es cómo
interpretar el verbo “llegar”. Llegar puede ser leído como acercarse, haber
recorrido un camino en términos espaciales y temporales hasta el fin previsto,
estar dónde se planeaba que debía estarse luego de recorrer. Es obvio que
llegar a EEUU para estudiar en Harvard implica un gasto económico (y no sólo,
también de capital social y cultural en términos bourdianos) que acercarse a la Matanza para ir a la
universidad. Es bueno tener la posibilidad de estudiar en la Matanza para aquellos que
no contamos con el capital económico, social y cultural que nos deposite en
Harvard, es genial hacerlo sabiendo que allí obtendremos una formación
académica de primer nivel, nacional, atenta a los problemas locales y
sudamericanos. Harvard queda lejos, es caro, es otro mundo, es caer preso en
una racionalidad, en representaciones, en significados y problemas que no son
los nuestros y que, como demuestra la historia, en muchas ocasiones van contra
nuestros intereses.
Pero “llegar” puede ser leído
análogamente como “conseguir”: “llegué a ser doctor”, “llegué a conseguir mi
título”. En Harvard llegar es conseguir por la vía del capital, aunque también
de la inversión de esfuerzo y mucho capital social y cultural. En Matanza es
esfuerzo, constancia, esfuerzo, constancia…
La presidenta dijo, minutos
después, a otro preguntador interpretado que se consideró uno de los pocos
privilegiados algo así como “Chicos, estamos en Harvard, por favor, esas cosas
son para La Matanza ,
no para Harvard”.
Lo que este escriba leyó en el
preciso momento de la alocución fue que privilegiados en verdad son los
estudiantes de la Matanza ,
precisamente por contar con el privilegio de acceder a una educación superior
gratuita, ganada por el esfuerzo de todo un país que proyecta a futuro formando
sus profesionales e intelectuales. A diferencia de Harvard, que es una
universidad que cuesta mucho dinero, que debe ser financiada por el individuo
(o alguna empresa u organismo interesado en que dicho sujeto estudie allí vía
préstamo, vía beca, etc.) y a la que desde una representación liberal burguesa,
se va sólo para capitalizar cultura y amontonar certificados que brillarán cual
espejitos de colores en un currículum vitae, Matanza es un lugar para crecer,
para tener una oportunidad personal pero que replique en la comunidad.
Muchos intérpretes desde una
lectura lineal encontraron en el episodio un derrape de la Presidenta argenta.
Interpretaciones hay varias, quien impone la suya machacando, la hace valer
como herramienta política. Pero como suele ocurrir, muchas cosas quedan en el
tintero para ser retomadas. Los columnistas estrella de la corporación
mediático-financiera local siempre dejan picando un retome por lo que obvian
sus argumentos más que por lo que dicen sus líneas.
¿Desde dónde, desde qué visión se
construye cada interpretación posible? ¿Cómo impacta el discurso presidencial
en los sujetos comprometidos con el proyecto y cómo en sus cuestionadores? ¿Qué
entendió quien nunca lee o penetra los discursos políticos, el analfabeto
político? ¿Qué representaciones se tienen de la educación superior en el
exterior? ¿Por qué debería importar lo que preguntan estudiantes de Harvard más
de lo que preguntan los curiosos de la Matanza o cualquier universidad del conurbano o
del interior del país? Llegar en cualquiera de sus sentidos, ¿es un llegar para
qué? ¿Para qué en Harvard, para qué en una universidad privada, para qué en una
pública nacional?
En definitiva, los preguntadores
de Harvard, estudiantes de política y gobierno, parecían más típicos
principiantes lectores de segunda mano que interpeladores de la realidad. En
cualquier universidad del país uno puede encontrar, aún en estudiantes de grado
como el pibe que hablaba al comenzar esta nota, una mayor capacidad para ir a
fondo, para indagar, para interpretar, para interpelar, para retrucar, criticar
y buscarle la vuelta a esta cuestión o a cualquier problemática política, desde
una praxis transformadora que no queda en la mera reproducción vaporosa en el
mundo de las ideas de las exégesis oficiales de los medios corporativos o
siquiera del signo político en el poder. Los pibes movilizados en las calles
reclamando por una educación acorde a su elección profesional, sin importar del
signo político que sean, habla más sobre nuestra capacidad de profundizar la
democracia y ahondar en los debates, que la pregunta tonta esgrimida bajo las
luces y los espejitos de colores de Harvard por un lector de segunda mano. Y
eso para un país que pretende liberarse de los significados y las acciones que
colonizan las mentes y condenan al atraso cultural y económico es mucho. No
olvidemos que en su momento, en nuestro país, lo que decía, pronosticaba o
sugería un Chicago boy o los modelos de un ministro pelado harvardiano pesaba
más que el esfuerzo de tantos investigadores condenados a lavar platos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario