Roberto Pizarro
El ex Presidente Aylwin afirma que
Allende no fue un buen político, “porque si lo hubiese sido no habría pasado lo
que pasó”. Error. Balmaceda fue buen presidente y también terminó derrocado porque
desafió los intereses conservadores. Jacobo Arbenz fue un buen presidente en
Guatemala, pero como no coincidía con los intereses de los Estados Unidos le
dieron un golpe de Estado. Allende cumplió sus compromisos con el pueblo y por
ello fue derrocado. Por tanto, fue un político consecuente, uno de verdad, de
esos que escasean hoy día.
Es curioso lo que sucede con Aylwin.
Aplicó la política de “la medida de lo posible” frente a Pinochet; pero, no fue
capaz de adoptar el mismo camino frente a Salvador Allende. Soberbio ante el
hombre digno; sonriente y complaciente ante el tirano. Eligió la conjura, en
apoyo a los militares, como la mayor parte de los democristianos. Se la hemos
perdonado, pero no hemos olvidado. Reconocemos su papel en la transición. Fuimos
generosos en aceptar sus excesivas transacciones políticas. Pero ello no le
permite decir cualquier cosa, y menos atacar a un hombre digno.
Allende fue un buen político. Mientras
la guerra fría dividía al mundo y las empresas norteamericanas expoliaban
nuestras riquezas básicas, el Presidente pudo comprometer a toda la clase
política, incluida la derecha, para nacionalizar las minas de cobre, mediante
una ley en el Parlamento. Al mismo tiempo, la reforma agraria se profundizó con
las mismas leyes que había aprobado Frei Montalva; y, el área de propiedad
social en el sector industrial se constituyó en el marco del Pacto de Garantías
acordado entre la Democracia Cristiana
y la Unidad Popular.
En ninguna de estas iniciativas optó por golpes de autoridad.
Allende fue un demócrata. Mientras
la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la
lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende se propuso sustituir
el capitalismo por el socialismo, sin violencia, mediante el ejercicio pleno de
las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. Precisamente a
ello se refiere Allende en conversación con el periodista Julio Lanzarotti: “Yo he dicho al país que
mientras sea Presidente habrá elecciones. Ha habido cinco elecciones
complementarias y una elección general y nadie ha reclamado”. Y agrega en otro
párrafo: “….este país es uno de los países en que hay más libertad de reunión,
de información, de asociación y de prensa”
Allende asume nuestra historia. En
el Pleno Nacional del PS del 18 de marzo de 1972, cuando los socialistas
endurecen sus posturas, el Presidente Allende apela a la razón y a la
especificidad de nuestra historia. Rechaza los conceptos leninistas ortodoxos
sobre el Estado, desplegando argumentos teóricos y prácticos sobre la vía
chilena al socialismo: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del
aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El
camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de
lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por
nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de
fundamento capitalista, por otra distinto, que se adecue a la nueva realidad
social de Chile.”
Allende
cumple con su programa de gobierno de transformaciones en democracia. Hay plena libertad de reunión, opinión y
prensa. Se multiplican los periódicos, radios y canales de TV de variado tinte
político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Trabajadores,
que nunca antes habían podido manifestarse, multiplican los sindicatos y hablan
de igual a igual con los patrones, exigiendo sus reivindicaciones y
participando en las decisiones de las empresas. Estudiantes que deciden sobre el
destino de sus universidades, en plebiscitos y elecciones, con los mismos
derechos que las autoridades académicas. Campesinos que se organizan y reúnen
libremente para acceder a la propiedad de las tierras abandonadas y afectas a la Reforma Agraria.
Mujeres y hombres en los barrios que discuten en juntas de
vecinos para defender sus derechos comunales y asegurar el abastecimiento de
los alimentos.
El 11 de septiembre de 1973 se
clausuró un ciclo de largas décadas de lucha del movimiento popular en que la
clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro
país fueron derrotados. El momento de auge fue el gobierno de la Unidad Popular. Hubo
errores propios, por cierto; pero, el golpe de Estado es responsabilidad de los
dominadores, nacionales y extranjeros, conjurados con los militares. Ellos son
los que impidieron que se materializaran los anhelos de Allende y del pueblo de
Chile. Y son los responsables del baño de sangre y de las arbitrariedades de la
dictadura civil-militar que se instaura en Chile.
Los que tuvimos la fortuna de conocer los esfuerzos de
Salvador Allende por transformar la sociedad probablemente comprendemos más que
las nuevas generaciones la tragedia que significó su derrocamiento. El
Presidente Allende hizo un gran gobierno porque nunca renunció a su compromiso
con los trabajadores. Fueron los intereses internacionales y de la oligarquía
local los que no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder,
comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia. Pero ,
la tragedia no fueron sólo los asesinatos, la tortura y el exilio. La mayor de
las tragedias ha sido que la misma generación política que luchó y conoció el
proceso de transformaciones en favor de los humildes, ha debido ahora administrar
el sistema político excluyente y el modelo económico que reinstaló y profundizó
las desigualdades que Salvador Allende desafió con su proyecto y que luego
defendió con su propia vida.
Sin embargo, la experiencia de los tres años de la Unidad Popular y la
figura de Salvador Allende se han instalado en la memoria colectiva y no podrán
ser borrados de la historia.
Nuestros hijos y nietos sabrán que hubo una vez un hombre que
llenó de dignidad a Chile, que nos engrandeció con su lucidez política y nos
estremeció con su valentía. La represión, el exilio y el neoliberalismo no podrán
borrar de nuestra memoria que en los mil días de la Unidad Popular , obreros, campesinos,
jóvenes y desamparados pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual
con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían
usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad
no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende. Aylwin es un personaje
insignificante frente a la figura gigantesca de Allende.
29-05-12
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