Por
José Antonio Gómez Di Vincenzo
Resulta
sumamente complejo definir qué entiende uno por realidad. El tema devanó los
sesos de incansables filósofos durante mucho tiempo. Ni qué hablar si lo que
tratamos de explicar es cómo nos apropiamos cognitivamente de eso que llamamos
realidad, cómo conocemos. Ontología y gnoseología, qué es y cómo se conoce lo
que es, son campos densos y poco llanos para quienes pretenden recorrerlos.
Transformar
la realidad es una de las más caras metas de todo militante comprometido que
juzga una situación dada como injusta y pretende impugnarla para ir a otra más
cercana a la justicia social. Resulta claro que para transformar el mundo
tenemos que apropiarnos cognitivamente de él y al mismo tiempo, saber qué es
eso que llamamos mundo, sociedad.
Definir
lo que es, cómo es, cómo cambiarlo, desde qué tipo de acciones, quiénes, con
qué y cuándo. Todos estos problemas son fundamentales si se desea emprender una
praxis revolucionaria.
Tal
vez por esto, la discusión con las tradiciones hegemónicas en el campo de la
filosofía fue uno de los primeros y principales esfuerzos de un genio que nunca
dejó de ser filósofo, Marx. En efecto, el cabezón de Tréveris debió saldar
cuentas con empiristas, racionalistas, materialistas e idealistas, mientras
diseñaba el recorrido que lo llevaría a su gran obra maestra filosófica, El
Capital.
No
es este el lugar para aburrir al lector con una clase de filosofía. Ni la
metafísica ni la gnoseología permitirán ahora a este escriba decir lo que
pretendía antes de lanzarse al abismo garabateando los párrafos anteriores.
Téngase en cuenta, sólo por ahora, que el más grande de los intelectuales de la
impugnación de lo dado y la revolución debió adentrarse en un estudio y disputa
intelectual sin precedentes para saldar cuentas y elaborar su propia concepción
del mundo, de la forma de apropiarse de él y transformarlo.
Dicho
esto bajemos a la Tierra y vayamos a lo que nos compete. El lector
desinteresado en la filosofía que viene escaneando la nota y juzgándola como
presuntamente soporífera puede empezar a concentrarse más ahora o bien
abandonar todo para dedicarse a mejores cosas.
Últimamente,
con muchos amigos del palo venimos notando que existe una al menos ingénua
(cuando no estúpida) forma de concebir la relación del político y el público en
general con el dato empírico. Es muy común escuchar a muchos referentes de la
oposición caer en el lugar común y el recitado de datos (todos los que
convengan para lanzar excremento contra las acciones de gobierno). La creencia
de que el dato es la realidad y que el dato es incontrastable, la idea de que
la exposición del dato alcanza para dar cuenta de la realidad, esta suerte de
frenesí por invocar la realidad sin definir nunca qué se entiende por ella
suele aparecer ligada a discursos que se presentan como impugnadores del
proyecto que el gobierno nacional está llevando a cabo. Suele ser expuesta ya
sea por parte de derechosos o progresistas de cartón o lentejuelas o por parte
de la izquierda paleolítica.
Hace
muchos años, un tal George Berkeley (1685 – 1753), obispo de profesión,
desarrolló una filosofía conocida como idealismo subjetivo, una forma
exacerbada de empirismo. El clérigo era tan pero tan empirista, creía tanto en
que todo conocimiento debía partir de la realidad, del dato, que pensaba que se
es sólo de dos maneras: si se es percibido por la mente o si se percibe. En
extremo, todo aquello que no está siendo captado por mis sentidos deja de ser.
Es más, lo que se puede conocer de un objeto es lo que se percibe de él pero no
el objeto en sí mismo.
El
cura no estaba dispuesto a aceptar cosa como tal, el mundo debía existir más
allá de nuestra percepción porque dios lo había creado antes que a nosotros.
Como buen creyente, George siempre tenía a dios para arreglar los desajustes de
su razonamiento. En efecto, Berkeley invocaba al supremo creador sosteniendo
que las cosas siguen existiendo cuando no las vemos porque él lo ve todo
constantemente. El dios del empirista irlandés es un dios garante.
Como
quiera que sea, del aporte del obispo Berkeley se sigue que sólo puede haber
conocimiento genuino si se destila del acto de conocer todo lo que tiene que
ver con teoría, intervención del intelecto.
Estas
ideas han prendido muy fuerte en el sentido común. La prensa corporativa, los
políticos afines al establishment económico o los irredentos críticos incapaces
de correrse del lugar común, siempre dispuestos a correrse para el lado que
tañen las cacerolas, suelen tirar datos sin teoría.
La
idea de un idealismo subjetivo ingenuo y tomado en solfa puede ser muy fértil
en la mente de Macri, en las estrategias
de Duran Barba y sus otros laderos. Un subte que no se ve puede dejar de ser un
problema, una basura que tapa la ciudad puede olvidarse para seguir gozando de
la vida del buen burgués. Un séquito de periodistas mercenarios encabezados por
Lanata hará que los datos sean interpretados para constituir un cinturón
protector del candidato de derecha. El dato inflacionario puede venir bien para
apuntalar la idea de que todo se va al carajo, el precio del dólar paralelo
para mostrar que al gobierno se les fue la economía de las manos.
No
hay meros datos. La realidad siempre es realidad pensada. Lo es porque hay
seres humanos pensantes. No tiene sentido hablar de realidad sin hablar de
sujetos transformadores para quienes la realidad es sólo uno de los componentes
en la dialéctica con el sujeto. La idea del dato que habla por sí mismo satura
el examen de empirismo ramplón. Datos sin teorías no sirven para nada. Y aquí
teoría es teoría política. Porque aún en esa pretensión del dato neutro,
objetivo, hay teoría, hay interpretación, y toda teoría e interpretación es
sesgada.
La
teoría puede no sólo construir el dato sino también deconstruirlo,
resignificarlo. Un x por ciento de inflación no dice nada acerca de la
realidad, lo mismo que el riesgo país, el precio del dólar blue, etc. El
análisis de la realidad social económica para su transformación no debe partir
del dato y quedarse en el dato. El dato se construye para transformar la
realidad, la realidad se construye tanto como el dato. Un dato sin militante
político, sin subjetividad o no existe o es pura letra muerta.
La
praxis política no puede hacerse desde la letra muerta, se hace en la práctica.
Es allí donde nuestras elucubraciones mentales son juzgadas. De nada sirve
tirar datos y hacer diagnósticos si no se es capaz de transformar lo dado.
Afortunadamente
para la Argentina la historia de las ramplonas conspiraciones gestadas desde
posiciones empiristas ingenuas no se están traduciendo ni en destituciones ni
en los guarismos. Afortunadamente mientras de prestidigita con números miles de
militantes en los barrios y fábricas siguen haciendo política y transformando
la realidad para superar lo dado e ir hacia el socialismo.
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