Ágoraa diario la arena política

realidad en blanco y negro...

Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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viernes, 26 de octubre de 2012

SCHMITT, SAMPAY Y EL POPULISMO NACIONAL

opinión. Agora...a diario 26/10/2012







Por Gabriel Costantino

UNSAM-EPyG


1. INTRODUCCIÓN


Los gobiernos de Latinoamérica son acusados frecuentemente de caer en posiciones populistas y fascistas al estilo de las formuladas por Carl Schmitt en su extensa obra de entre guerras. Líderes como Chávez, Morales, Correa, Kirchner son criticados por gobernar de manera ilegítima, socavando la institucionalidad del Estado democrático de derecho. Se sostiene que los presidentes aludidos tratan a los opositores como enemigos públicos, no favorecen el diálogo y el disenso razonable, intervienen en la economía de manera predadora, no respetan la libertad de prensa, atacan la independencia del poder judicial y del parlamento, y los derechos individuales de las personas.

La mayoría de las veces esta asociación con Schmitt no tiene otra finalidad que diseminar la idea, poco fundamentada, que existen similitudes trágicas entre las presidencias latinoamericanas y el Estado Nazi. En menos casos, los textos encierran cierto estudio de la obra de Schmitt y de los populismos latinoamericanos, y proponen semejanzas y diferencias más o menos interesantes. En este artículo pretendo sumarme a los intentos de relacionar el pensamiento de Schmitt y del peronismo, a partir de la comparación de la obra del jurista alemán con la de uno de los primeros ideólogos del movimiento argentino: Arturo Sampay. Considero que este ejercicio es útil tanto para comprender el pensamiento político de los dos juristas como para analizar alguna de las razones de ser del peronismo y del fenómeno populista en general.

El artículo se estructura de una manera muy simple. En la primera parte desarrollo las principales características del pensamiento político de Schmitt entre 1919 y 1939, momento en que el autor alemán desarrolla el núcleo más sugestivo de su obra. En el segundo apartado ensayo una comparación entre las posiciones del jurista nazi y las del autor argentino. Concluyo argumentando que la asociación del peronismo de Sampay y de la obra de Schmitt es ilustradora, pero no por coincidir en las posiciones extremistas del nacionalsocialismo.
La visión de la democracia nacional de Sampay, a diferencia de la de Schmitt, no implica la aceptación de los métodos de dominación de poblaciones heterogéneas como el colonialismo y el imperialismo típicos de las potencias demócratas del siglo XIX y XX. Tampoco se asocia con las políticas de homogeneización de la población como la expulsión de extraños y extranjeros, el exterminio de los diferentes, etc. Lo que sí comparte con Schmitt es la crítica del liberalismo y la apuesta por un poder Ejecutivo enérgico y plebiscitado para promover los derechos civiles y sociales de los sectores más vulnerables. En este sentido, ambos autores son clave para comprender el mito populista del Leviathán democrático, en oposición al mito liberal de la sociedad autorregulada. Y éste elemento común es lo que los convierte en autores importantes para comprender el fenómeno peronista y populista en general.

2. SCHMITT


El punto de partida de la reflexión de Schmitt en la época de entreguerras es la situación crítica de Alemania, pero más en general, la crisis del Estado territorial europeo y su autoconciencia -el derecho público europeo-. Schmitt escribe varios textos donde se refiere a estas cosas, sin embargo es en El concepto de lo político (1927) dónde lo enfrenta de manera más directa.1

Schmitt denomina Estado territorial europeo a la forma de organización política surgida a principios de la edad moderna -tan teorizada por autores germanos más o menos contemporáneos a Schmitt como Otto Hintze, Max Weber y Joseph Schumpeter-1 que implicó la concentración de recursos militares, policiales, financieros, legales bajo el gobierno discrecional de un soberano absoluto (por encima de las leyes). En palabras de Schmitt, el nuevo poder soberano se convirtió en el portador del monopolio más asombroso de todos los monopolios: el de la decisión política. El de ser capaz de decidir, por una energía propia, basada en esa concentración de poder, quién es el enemigo público, interior o exterior, y cómo combatirlo. En su momento formativo, el Estado territorial europeo es un Estado gubernativo. Un Estado dónde la energía se centra en el poder Ejecutivo. En el monarca y sus comisarios (militares, policiales y tributarios).2

Para Schmitt esta forma de organización política logró dos progresos civilizatorios inverosímiles en sus orígenes a comienzos de la edad moderna: i) establecer la paz interior de una población en un territorio, hasta entonces sometido a las guerras civiles entre facciones religiosas, estamentos sociales y magistraturas locales. ii) Regular la guerra por medio del derecho entre los Estados, al punto de no considerar a los civiles como enemigos, ni a los enemigos como criminales o seres subhumanos merecedores de exterminio.3

A diferencia de la historia liberal del Estado y las relaciones internacionales, para Schmitt los Estados gubernativos edificados por los monarcas absolutos marcan un momento positivo en la historia política de Occidente, en la medida que consiguieron tales logros. De hecho, según Schmitt, el avance de las potencias marinas (Reino Unido y EUA) y la hegemonía de su discurso liberal durante el siglo XIX, incluso en los países continentales, produjeron dos consecuencias que pusieron en crisis al Estado territorial europeo y sus progresos civilizatorios, afectando especialmente la situación de Alemania: el desarrollo del Estado total pluralista de partidos y el desarrollo de un derecho internacional funcional al imperialismo económico de las potencias marinas.


El Estado total pluralista de partidos4 es una forma de Estado que se caracteriza por: i) la extensión de los derechos políticos, ii) la preeminencia del poder legislativo como centro energético del Estado, iii) la polarización de partidos ideológicos, iv) la intervención estatal en esferas humanas que antes eran consideradas esferas privadas (economía, cultura, educación, etc.), pero no de una manera coherente, sino a partir de las negociaciones de grupos de interés y partidos corporativos. El resultado es un Estado cuantitativamente abarcador pero cualitativamente débil. Es un Estado donde el gobierno no tiene autoridad para llevar adelante políticas públicas que permiten el orden y el bienestar social.

El derecho internacional funcional al imperialismo económico5 es un nuevo tipo de discurso jurídico que transformó el significado de varias nociones clave del jus publicum europeo, agravando los conflictos bélicos por tratar a poblaciones enteras como enemigas y a los enemigos como criminales (vg. Tratado de Versalles y la Sociedad de Naciones de 1919). Lo típico de este nuevo discurso jurídico es permitir el desarrollo de las hostilidades económicas a las soberanías estatales, hostilidades que van desde la especulación con el crédito internacional y los bloqueos comerciales y de alimentos, hasta la intervención de la potencia hegemónica para estabilizar la economía del país subdesarrollado (vg. Doctrina Monroe y política norteamericana sobre Centroamérica).

En efecto, El concepto de lo político es un texto que quiere mostrar esta situación crítica que sufre especialmente Alemania durante la República de Weimar, situación donde no existe una autoridad gubernativa que ponga límites al conflicto interno y al imperialismo externo. Para Schmitt, revertir esta situación crítica requiere crear un nuevo discurso político, diferente y casi opuesto al sentido común liberal, cuyas principales características son: poner de manifiesto el concepto de lo político y su inevitabilidad como acontecimiento (2.1); apostar a la democracia plebiscitaria para responder al desafío de lo político (2.2); denunciar la peligrosidad del liberalismo para este tipo de gobierno (2.3).

2.1. El desafío de lo político

Para Schmitt el desafío de lo político parte del hecho de que la guerra -interna y externa- sigue siendo una posibilidad real en el mundo contemporáneo. Si bien quizás las guerras son menos numerosas y usuales, su capacidad destructiva es mucho mayor. Vinculado a esto, las potencias marinas (Reino Unido y Estados Unidos de América) han desarrollado una capacidad productiva y militar sin precedentes y han generado nuevos tipos de hostilidades, típicamente económicas, que insisten en presentar como pacíficas. Este tipo de hostilidades van desdibujando los conceptos clásicos de paz y guerra, favoreciendo el desarrollo de los conflictos totales que no diferencian civiles de militares, promoviendo las guerras en nombre de la humanidad contra sociedades enteras.

El interés de Schmitt de definir lo político como el área de las acciones humanas basadas en la distinción amigo – enemigo se relaciona directamente con esta situación de ocultamiento de las nuevas hostilidades imperialistas. Schmitt quiere recordar a los alemanes que la acción política por excelencia, que es la acción soberana por excelencia, sigue siendo la de un pueblo que decide por una energía propia quién es el enemigo público y cómo ponerle límites. Este tipo de acción no es prioritaria porque sea deseable tener enemigos e ir a la guerra. Sino porque la puja y el conflicto de los intereses nacionales es una posibilidad siempre presente. Lo primero y fundamental para Schmitt desde el punto de vista político es, entonces, que un pueblo quiera ser pueblo; es decir, soberano e independiente. En efecto, debe tener la energía para decidir de forma propia quién es su enemigo y cómo combatirlo, y no a partir de los intereses y presiones de actores políticos extraños a él mismo (por ejemplo, los intereses de las potencias liberales y comunistas).

Si un pueblo teme el riesgo y las fatigas de la existencia política, y la concentración y uso de poder que implica, se encontrará con otro pueblo dispuesto a hacerse cargo de tales esfuerzos, garantizando su “protección de los enemigos externos” y asumiendo así el dominio político. Será entonces el protector quien determinará el enemigo (primero externo y luego interno), como resultado de la conexión que existe entre protección y obediencia.

2.2. La posibilidad democrática.
Durante el período de entreguerras Schmitt considera que la mejor posibilidad para Alemania de evitar la agresión y la dominación de las potencias económicas es construyendo un poder gubernativo fuerte capaz de decidir quiénes son sus enemigos públicos. Este poder gubernativo fuerte implica un Ejecutivo con amplias facultades discrecionales, que puede decidir el estado de excepción, que puede decidir con medidas discrecionales una situación dónde hay un agrupamiento armado que amenaza el orden nacional. Este poder discrecional supone a la vez una organización férreamente jerárquica que obedece a un líder, organización que Schmitt asocia en textos diferentes a las figuras del ejército, la policía, los comisarios y el movimiento.6

En el contexto del Estado pluralista de partidos, la mejor posibilidad para lograr este liderazgo es basándolo en la legitimidad democrática, la legitimidad propia del mundo contemporáneo. Ahora bien, a Schmitt le interesa resignificar el concepto de democracia de manera de oponerlo tanto contra la ideología liberal como contra la comunista.7 La democracia significa para Schmitt la identidad de gobernantes y gobernados, identidad que se basa en la igualdad sustancial del pueblo y la diferencia sustancial con el resto de la humanidad.8

De esta definición de democracia Schmitt desprende consecuencias que muestran su contraste especialmente con el igualitarismo liberal y su humanitarismo -pero que se podría extender al comunismo por sus pretensiones universales-. La democracia se basa en el trato igual a los iguales (el pueblo), y en el trato desigual al extranjero. Schmitt llega a decir que el poder político en una democracia se basa en saber eliminar lo extraño o desigual, lo que amenaza a la igualdad sustancial nacional. Por ello, son coherentes con la igualdad democrática:

1)

Las políticas de homogeneización de la población: expulsión de extraños y extranjeros, control de la inmigración, etc.
2)

Los métodos de dominación de poblaciones heterogéneas.
3)

La protección de la economía nacional frente al poder económico extranjero.
4)

La incondicional primacía de lo público/político sobre lo privado. Pues tan pronto como la desigualdad económica o el poder social de la propiedad ponen en peligro la igualdad sustancial del pueblo, puede hacerse necesario suprimir por ley o por medidas tales estorbos o peligros.9

Claro, Schmitt deposita en la posibilidad democrática no sólo la esperanza de solucionar el conflicto externo sino también el interno, producto de las grandes desigualdades que ha permitido el Estado mínimo liberal. Sólo el líder democrático puede promover que la burocracia estatal y los actores privados respeten y promocionen el interés común del pueblo. Por ello, para el jurista alemán, un líder democrático siempre va a intentar que en las negociaciones entre patronos y obreros la situación de explotación sea la menor posible. “Sólo un Estado débil es el siervo capitalista de la propiedad privada. Todo Estado fuerte –si realmente es un tercero superior y no sólo idéntico con los económicamente fuertes- demuestra su verdadera fuerza no frente a los débiles sino con respecto a los fuertes en el terreno social y económico. Los enemigos de César eran los optimates, no el pueblo; el Estado del príncipe absoluto tuvo que imponerse a los estamentos, no a los campesinos”. 10

2.3.
El peligro liberal.

Desde la perspectiva de Schmitt, el liberalismo es un discurso político cuya finalidad es subordinar al gobierno a la defensa de las libertades individuales y la propiedad privada. Parte de una visión idealizada e ideológica del hombre y de la sociedad civil (nacional e internacional), donde los individuos y asociaciones privadas que actúan de manera libre y espontánea, ya sea a través de la producción y el intercambio en el mercado o a través de la libre expresión en los medios de comunicación, con el voto o en el parlamento, generan consecuencias que benefician a todos. En este contexto, el gobierno y su burocracia aparecen en cada conflicto con actores privados, nacionales o extranjeros, como obstaculizadores de la lógica virtuosa del mercado y de la deliberación pública.

Para Schmitt es claro que la evolución hacia el Estado total y el imperialismo de las potencias económicas demuestra que la libre producción e intercambio privado en el mercado va de la mano de la concentración del capital y la explotación económica. También que la discusión en los medios de comunicación y en el parlamento no tiene nada que ver con una deliberación racional acerca del bien público, sino que más bien es una negociación entre grupos de poder corporativos que genera la crisis de la unidad política. En efecto, es necesario un poder gubernativo fuerte para llevar adelante políticas públicas a favor del pueblo nacional y para evitar el conflicto interno y externo.

3. SCHMITT, SAMPAY Y EL PRIMER PERONISMO

Sampay manifiesta la lectura de Schmitt desde los primeros títulos de su obra. La filiación a Perón data por lo menos de 1945, cuando muchos radicales yrigoyenistas adhirieron al nuevo movimiento nacional. Su momento cumbre dentro de la intelectualidad peronista se da durante la discusión pública que generó la reforma constitucional en 1949, de la cual formó parte como convencional constituyente.

Justamente en su fundamentación de la importancia de la reforma constitucional, Sampay manifiesta de forma meridiana las coincidencias políticas centrales con el jurista alemán.11 La primera de estas coincidencias es la interpretación crítica del liberalismo y su forma de ver al hombre y al Estado. Como Schmitt, Sampay resalta que las constituciones liberales se basan en la creencia de que el individuo privado, movido sólo por su interés propio, genera automáticamente un orden justo. El individuo que ejerce su libertad económica, por ejemplo, no puede explotar a otro hombre. En lo cultural, el individuo no necesita adquirir hábitos de virtud para la convivencia social. El constitucionalismo liberal tiende, entonces, a contener al Estado en un mínimo de acción frente al problema de la economía y de la cultura, neutralizándolo en el mayor grado posible con respecto a las tensiones de intereses existentes entre actores privados en el seno de la sociedad.12

Los dos juristas comparten también que esta visión liberal del hombre y del Estado favorece una situación típica y penosa del mundo contemporáneo: la concentración de la riqueza en pocas manos y su conversión en un instrumento de dominio y de explotación del hombre por el hombre. “La realidad histórica enseña que el postulado de la no intervención del Estado en materia económica, incluyendo la prestación de trabajo, es contradictorio en sí mismo. Porque la no intervención significa dejar libres las manos a los distintos grupos en sus conflictos sociales y económicos, y por lo mismo, dejar que las soluciones queden libradas a las pujas entre el poder de esos grupos. En tales circunstancias, la no intervención implica la intervención en favor del más fuerte, confirmando de nuevo la sencilla verdad contenida en la frase que Talleyrand usó para la política exterior: ‘la no intervención es un concepto difícil; significa aproximadamente lo mismo que intervención’”.13
Ahora bien, estas posiciones de Schmitt y Sampay los podrían confundir con las de otros críticos famosos del liberalismo como Marx, Engels o Lenin. Lo que aúna a los juristas alemán y argentino y los distingue del pensamiento marxista es que consideran que la solución a las inequidades del Estado liberal no pasa por una revolución proletaria sino por el gobierno enérgico de un presidente popular.

Pues la promoción de los derechos civiles y sociales entre los sectores más vulnerables necesita de la intervención del Estado en lo económico, en lo social y en lo cultural. Pero dicha intervención es coordinada y consistente sólo si se reconoce que el centro de gravedad del ejercicio del poder político (estatal) está en el órgano Ejecutivo nacional. “El jefe del Poder Ejecutivo elegido directamente por el pueblo es la condición sine qua non del gobierno independiente y enérgico que necesita el Estado en nuestros días. Por lo demás, es indudable que un presidente de la república con basamento democrático se constituye en el mejor defensor del orden constitucional, en un activo centro de unidad política, de continuidad y homogeneidad en el funcionamiento del Estado, que son condiciones consubstanciales con la vida de este último”.14

Si bien Sampay no lo explicita claramente –tampoco Schmitt-, podemos intuir por sus escritos que la importancia del presidente popular reside en la apuesta por un soberano posicionado para recibir información sobre los intereses comunes de los ciudadanos y con la energía para ejercer presión sobre la administración pública y las corporaciones privadas en función de dichos intereses de manera de hacer efectiva la ley. Como arriesgan varios autores contemporáneos a Schmitt -y a nosotros-, un Ejecutivo elegido democráticamente promovería que la burocracia sea más dinámica y más sensible al interés común de la mayoría del electorado.15 Cuando disminuye la influencia del Ejecutivo -y de la mayoría a la cual sólo él representa-, la burocracia promueve en menor grado la efectividad de los derechos, ya sea porque tiende a la consecución de sus propios intereses, y/o a la osificación, y/o a ser cooptada por los intereses creados de grupos de poder.

Fomentar la endeblez del Ejecutivo nacional y la potenciación de un parlamento y un poder judicial siempre pluralistas y fáciles de cooptar por los intereses corporativos dan como resultado la incapacidad para actuar estatalmente a favor de los sectores más vulnerables del pueblo nacional.16 En efecto, hay que estar atento a los enunciadores del discurso institucionalista liberal pues lo que buscan muchas veces es socavar la legitimidad de los Ejecutivos nacionales, y con ello, buscan erosionar la capacidad del gobierno para dirigir y controlar a las burocracias, y regular a los actores sociales, para cumplir funciones públicas fundamentales como garantizar el orden o redistribuir recursos en función de los sectores más desventajados.

Para Sampay esto explica que cuando en Argentina se produjo la irrupción de la democracia de masas como efecto de la ley Sáenz Peña, Yrigoyen pudo iniciar el viraje del Estado liberal al Estado social de derecho, gracias a la organización del poder Ejecutivo y a sus vigorosos atributos. Otro ejemplo histórico que Sampay interpreta de la misma manera es el “New Deal” de Roosevelt. Pues fue su liderazgo presidencial el que intentó limitar “la libertad absoluta de las poderosas organizaciones capitalistas americanas y el desenfreno de los productores, orientando socialmente la economía y protegiendo las clases obreras”.17 Finalmente, la revolución nacional liderada por Perón también promovió los derechos sociales, y las medidas encaminadas a programar la economía en procura del bien común.18


En los tres casos, los liberales (argentinos y estadounidenses) denunciaron las reformas como inconstitucionales y contrarias a los derechos de los individuos. Por ello Sampay considera urgente “incorporar definitivamente al texto de nuestra Carta fundamental el nuevo orden social y económico creado, cerrando de una vez la etapa cumplida, y desvaneciendo las asechanzas reaccionarias, para que la Constitución renovada, al solidificar una realidad jurídica que si no puede decirse inconstitucional, es extraconstitucional, sea para los sectores privilegiados de la economía argentina como la leyenda que Dante vio en el frontispicio del Infierno: Lasciate ogni speranza, e inicien, en consecuencia, una segunda navegación orientada hacia la economía social, que si en algo mermará su libertad, hará más libre a la inmensa mayoría del pueblo, porque esa libertad de un círculo restringido, que tanto defienden, se asentaba en la esclavitud de la gran masa argentina”.19

4. CONCLUSIONES

En este artículo quise relacionar el pensamiento de Schmitt y del peronismo de Sampay a fin de comprender mejor la obra de ambos autores y también para hechar luz sobre algunas de las razones de ser del peronismo y del fenómeno populista en general. Como dije más arriba, la asociación del pensamiento de Schmitt y de Sampay es ilustradora pero no por las similitudes que generalmente se enuncian. Si bien está claro que el jurista argentino toma muchas cosas de la obra del alemán, es evidente también que deja de lado las argumentaciones extremas que llevan a tratar a la oposición como enemigos públicos en el sentido schmittiano, o la promoción de políticas totalitarias cuyo objetivo es subyugar o eliminar a lo extraños y diferentes. De hecho, el jurista argentino condena explícitamente las políticas opresivas y de exterminio de las poblaciones heterogéneas típicas de las potencias del primer mundo del siglo XIX y principios del XX.
Lo que sí comparte con Schmitt es la apuesta por un poder Ejecutivo enérgico y plebiscitado para promover los derechos civiles y sociales de los sectores más vulnerables. Ambos autores comparten un aire de familia con Thomas Hobbes, los antiguos teóricos de la razón de Estado y del arcanum imperium, pues defienden contra las posiciones liberales la existencia de un gobernante con amplias facultades y capacidades discrecionales (para recaudar dinero, para distribuirlo, para crear y eliminar cargos, elaborar reglamentaciones, etc.) sin las cuales no podría dirigir y controlar a las burocracias públicas y a las empresas privadas para asegurar el orden público y el bienestar de los que menos tienen. Al igual que varios autores más contemporáneos, entienden que un Ejecutivo enérgico y elegido democráticamente promovería que la burocracia sea más dinámica y más sensible al interés común de la mayoría del electorado.20

El populismo como ideología política puede definirse entonces como un conjunto de posiciones y estrategias argumentativas cuya finalidad es defender y promover la autoridad y el poder del Ejecutivo Nacional, único cargo público elegido por la mayoría del pueblo, pues se entiende que con su liderazgo las burocracias son más eficientes y la ley más efectiva. Es una ideología política contraria a la liberal pues lo característico de ésta es denunciar y responsabilizar al gobierno por la inefectividad de los derechos individuales. Su contenido típico son las infinitas denuncias por parte de periodistas independientes, legisladores representativos, jueces imparciales, etc. por la falta de vigencia de un derecho de las clases típicamente favorecidas.

Claro, en este punto Schmitt y Sampay insistirían en que al Presidente hay que evaluarlo en relación con la vigencia de la Constitución como un todo y teniendo en cuenta su responsabilidad vis a vis otros actores poderosos. No hay que ser inocente cuando se escucha la infinidad de denuncias mencionadas; en la medida que son recriminaciones públicas, la mayoría de estas denuncias no son neutrales ni apolíticas, pues en general esconden una plataforma de poder que los instala en los medios de comunicación y un tiro por elevación al gobierno. En efecto, correspondería hacer explícita esta plataforma de poder y entender que al Presidente hay que evaluarlo por su papel en la defensa integral de los derechos ciudadanos y teniendo en cuenta los apoyos y obstáculos por parte de otros actores poderosos para hacer efectiva la Constitución.

Por reflexiones como estás, y las mencionadas más arriba, Schmitt y Sampay son referentes del populismo nacional, constructores del mito del Leviathán democrático que se opone al mito liberal de la sociedad autorregulada. Estudiar a estos juristas es una tarea sugestiva para nuestra época, dónde Latinoamérica redescubre la fuerza del mito estatal. Fuerza para ganar elecciones, fuerza para hacer efectivos derechos entre los sectores postergados. Estamos en una época dónde es más fácil comprender las convicciones de estos pensadores, y también discutir los alcances y límites del mito populista. Finalmente, quedará para otro momento la discusión sobre el papel de los mitos (liberal, marxista, populista) en la comprensión y en la praxis política.


Notas:

1 Schmitt escribe en el prólogo a la edición de 1963 que El concepto de lo político es un texto “didáctico” y “tentativo” para encuadrar un problema inabarcable cuya raíz es la crisis mencionada. Es un texto que busca encuadrar la discusión y que no pretende terminarla. Cfr. Schmitt 1998: 42 y ss.

2 Para la historia schmittiana del Estado moderno y su conceptualización, cfr. especialmente Schmitt 1999, 1982 y 2001b.
3 Los logros civilizatorios del Estado territorial europeo pueden encontrarse en Schmitt 2001c, 1995 y 2002.

4 La idea del Estado total pluralista de partidos es expuesta en varios textos del período de entreguerras. Cfr. Schmitt 2001b, 1971 y 1983.
5 Schmitt analiza los cambios en el derecho internacional en los textos citados en la nota 3.
6 En La dictadura (1999) la acción soberana es posible sobre todo por la organización comisarial típica del ejército y la policía. En El ser y el devenir del Estado fascista (2001a) y en Estado, movimiento y pueblo (2001d) se vislumbra otra posibilidad para la acción soberana: la existencia de un partido ultra jerarquizado bajo la dirección incuestionable del líder.

7 La resignificación schmittiana de la democracia puede verse principalmente en Sobre el parlamentarismo (1990) y en Teoría de la Constitución (1982).
8 Según Schmitt, la sustancia de la democracia ha variado en la historia. Puede ser en base a una homogeneidad física, moral, religiosa, nacional, etc.. En cuanto a la democracia nacional, su homogeneidad puede ser promovida por diversos elementos: lengua común, comunidad de destinos históricos, tradiciones y recuerdos, metas y esperanzas de políticas comunes. Cfr. Schmitt 1982: 225 y 226.
9 Schmitt 1982: 246 y ss.
10 Schmitt 2001a: 79 y 80.

11 Es de notar que un poco más tarde Sampay se diferenciará de Schmitt y asociará el pensamiento del alemán con las filosofías totalitarias que se expresaron históricamente en las experiencias nacionalsocialista y bolchevique. Cfr. Carl Schmitt y la crisis de la ciencia jurídica (1965).
12 Sampay 1963: 26.

13 Sampay 1963: 27.
14 Sampay 1963: 28.
15 Creo que los escritos políticos de Max Weber se pueden leer de ésta manera, pero no lo puedo desarrollar aquí. Autores más actuales que plantean esta posición son Calabresi 1995, Lessig y Sunstein 1994, Kagan 2000.

16 Sampay 1963: 29.
17 Sampay 1963: 30 y ss.
18 Ibid.
19 Sampay 1963: 34.
20 Ver cita 13.


Bibliografía

Calabresi, Steven, 1995, “Some Normative Arguments for the Unitary Executive”, Arkansas Law Review 48:23, HeinOnline.
Lessig, Lawrence y Sunstein, Cass, 1994, “The President and the Administration”, Columbia Law Review Vol. 94, Nro. 1.
Kagan, Elena, 2000, “Presidential Administration”, Harvard Legal Review 114: 2245, HeinOnline.
Sampay, Arturo, 1963, La Constitución argentina de 1949, Ediciones Relevo, Buenos Aires.
Sampay, Arturo, 1965, Carl Schmitt y la crisis de la ciencia jurídica, Abeledo-Perrot, Buenos Aires.
Schmitt, Carl, 1971, Legalidad y legitimidad (1932), Editorial Aguilar, Madrid.
Schmitt, Carl, 1982, Teoría de la Constitución (1928), Alianza, Madrid.
Schmitt, Carl, 1983, La defensa de la Constitución (1931), Tecnos, Madrid.
Schmitt, Carl, 1990, Sobre el parlamentarismo (1923), Tecnos, Madrid.
Schmitt, Carl, 1995, “Nacionalsocialismo y derecho internacional” (1934), en Carl Schmitt, Escritos de política mundial, Ediciones Heracles, Argentina,
Schmitt, Carl, 1998, El concepto de lo político (1932), Alianza, Madrid.
Schmitt, Carl, 1999, La dictadura (1923), Alianza, Madrid.
Schmitt, Carl, 2001a, “El ser y el devenir del Estado fascista” (1929), en Carl Schmitt, Carl Schmitt, teólogo de la política, Fondo de Cultura Económica, México.
Schmitt, Carl, 2001b, “El giro hacia el Estado totalitario” (1931), en Carl Schmitt, Carl Schmitt, teólogo de la política, Fondo de Cultura Económica, México.
Schmitt, Carl, 2001c, “El imperialismo moderno en el derecho internacional” (1932), en Carl Schmitt, Carl Schmitt, teólogo de la política, Fondo de Cultura Económica, México.
Schmitt, Carl, 2001d, State, Movement, People (1933), Plutarch Press, EUA.
Schmitt, Carl, 2002, El Nomos de la tierra (1950), Editorial Comares, Granada.













lunes, 14 de marzo de 2011

“Tengan ejemplos, pero sean ustedes mismos”

opinión. Agora...a diario 14/03/2011

 
   Unos días atrás hablamos de la lucidez y claridad intelectual de la Presidenta. En el acto realizado en el Estadio de Huracán el último viernes se volvieron a confirmar dicha claridad y dicha lucidez. La Primera mandataria brindó un discurso impecable, donde se conjugaban las emociones más fuertes, propias de una apasionada militante, con la racionalidad política que se corresponde con su talante de gran estadista.

  
Maximiliano Basilio Cladakis


Entre los varios temas que trató, hubo uno sobre el que hizo especial hincapié: el de respetar las distintas tradiciones e identidades políticas, buscando los puntos en común y dejando de lado diferencias nimias y banales para, juntos, lograr una Patria más justa, digna e igualitaria. La Presidenta sostuvo con énfasis que la definición de nuestra actividad política debe estar dada no por el lugar de donde venimos, sino por el lugar hacia donde vamos.

    Se trató de una posición clara, concisa y profunda, con la que quien escribe coincide plenamente. En efecto, lo que define a una práctica política es su finalidad. Sartre decía que el sentido de cada acción  debía buscarse en el fin por el cual esta era realizada y no en las causas anteriores. Somos, pues, definidos a partir de nuestros actos, y estos actos se definen a partir de la transformación de lo dado, de la imagen del mundo que queremos construir, de aquello que “no siendo aún” nos moviliza a trastocar “lo que es”. Definir nuestra actividad política únicamente  por identidades conformadas en un pasado más cercano o lejano, pero siempre pasado, implica el riego de caer en el dogmatismo y en el sectarismo, renunciar a la transformación real del mundo para encontrar la comodidad de una esencia ahistórica.

   Hace unos meses se instaló un debate en algunos medios sobre la aparente dicotomía entre “peronismo” y “progresismo”. Quien escribe fijo su posición al respecto en otro artículo. Sin embargo, es de señalar la forma en que, en medio de este debate, algunos sectores del Partido Justicialista sacaron a relucir lo que habitualmente se llama “peronómetro”. Es decir, se presenta como un argumento de autoridad la propia historia pasada, los años de pertenencia al Partido, dando lugar a una concepción de la política donde lo prioritario es la posesión de una identidad que va a ser más “verdadera” en tanto más tiempo se lleve siendo partícipe de esa institución. Las consecuencias de esto son varias. Por un lado, se tiende a una falsa anulación del debate, puesto que se vuelve más importante “quien” sostiene tal o cual posición que la posición en sí misma. Por otro lado, se presenta la idea de una doctrina verdadera, atemporal, irrefutable y eterna, de la cual el Partido debe ser custodio feroz. Obviamente se trata más de una cuestión fideística-religiosa que de comprender la política como praxis  transformadora. La fundamentalización de la identidad partidaria, en estos casos, constituye una estrutura conservadora que conlleva a la reproducción de lo dado.

    Sin embargo, esto no significa que no sea importante el arraigo a una identidad política, ni mucho menos. Las identidades y  tradiciones políticas representan el suelo desde donde se piensa el futuro, desde donde muchas veces surgen las fuerzas espirituales que nos guían al trastrocamiento del orden establecido. El horizonte simbólico dado por la tradición puede suponer un mundo por crear donde lo que quedo inconcluso de las gestas de antaño son aquello por realizar en el futuro. La identidad política nos brinda imágenes, palabras, sonidos, un ethos con el cual hacemos del Otro un compañero; es decir, se genera una comunidad ética, donde el Otro se convierte en un mismo. La diferencia radica en comprender estas identidades en una dialéctica en donde no hay una “doctrina verdadera” sino que la “doctrina” se va innovando, transformándose dialécticamente en base a las exigencias del presente y del futuro. Esto hace que nuestra identidad se encuentre marcada por el porvenir y que las diferencias con otras identidades, aún sin anularse, puedan confluir en un mismo proyecto político e histórico que tenga por finalidad la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

  Precisamente, cuando la Presidenta dijo en el acto: “tengan ejemplos, pero sean ustedes mismos” se refería a esto. Evita y el Che, Jauretche y Marx, Castro, Perón e Yrigoyen, Norma Arrostito, Sartre si se quiere, Salvador Allende, el mismo Alfonsín (el padre, obviamente), cada uno tendrá sus ejemplos, sus héroes, personalidades que marcaron a fuego su vida y sus historias. Sin embargo, debemos ser nosotros mismos, lo que significa ser hombres y mujeres de nuestro tiempo, comprometidos con nuestra coyuntura y nuestra situación, comprendiendo que la multiplicidad de tradiciones no limita al Proyecto sino que lo enriquece en tanto la multiplicidad converja en un mismo anhelo. El Estadio de Huracán fue la prueba de ello. Las banderas de La Campora ondeaban con el mismo viento que las del Partido Comunista, que las de Juventud Sindical, que las del Socialismo, que las del Movimiento Evita y que las  de tantas otras que llenaban de los más variopintos colores un acto Nacional y Popular haciéndolo no sólo más atractivo, sino también más fuerte, más rico y más capaz de transformar  lo dado para configurar un la profundización del modelo por que el todos bregamos.






lunes, 21 de febrero de 2011

¿Peronismo versus progresismo?

opinión. Agora...a diario 21/02/2011


   La cuestión acerca de la posibilidad de que Nuevo Encuentro presente en los comicios de este año una lista  que lleve, además de sus propios candidatos, a Cristina Fernández como candidata para la Presidencia de la Nación, avivó el debate sobre la aparente oposición entre peronismo y progresismo; un debate que, vale aclarar, lleva ya largo tiempo dándose dentro de los distintos sectores que constituyen el kirchnerismo.

   
 Maximiliano Basilio Cladakis

No es la intención de este artículo entrar en polémica acerca de si el kirchnerismo es una superación del peronismo o si, por el contrario, es solamente la etapa actual de este, tampoco lo es discutir el lugar que ocupan, o deben ocupar, el Partido Justicialista con respecto a las demás fuerzas que constituyen el armado político sobre el cual se apoya el Gobierno Nacional. Ambas  cuestiones, sin embargo, serán tratadas en futuros artículos.

   Unas líneas más arriba hablamos de una “aparente” oposición entre peronismo y progresismo. Precisamente, eso es lo que queremos intentar dejar en claro en las siguientes párrafos: la oposiscón entre peronismo y progresismo no es más que aparente. Peronismo y progresismo, pues, no constituyen un par de oposición; sino que, tanto uno como otro, son elementos que se refieren a distintos estamentos de la vida política.

   En el caso del progresismo, su término antinómico no es “peronismo” sino “conservadurismo”. En efecto, el término “progresismo” se refiere a una concepción de la política donde esta es comprendida a partir de la transformación de lo dado. Sin lugar a dudas, en el concepto mismo de “progresismo” resuenan las premisas propias de la modernidad acerca de la búsqueda de una sociedad más justa e inclusiva en la cual se tienda a la abolición de privilegios y a la realización de la igualdad entre los hombres, cosa que implica la ampliación de derechos tanto individuales como colectivos. Por el contrario, el conservadurismo es la concepción de la política que comprende a esta a partir de la finalidad, como su misma palabra lo dice, de “conservar” lo dado. Es decir, el conservadurismo se define a partir de la defensa de lo establecido, de los privilegios y diferencias, tanto económicas, como raciales, religiosas y de género. Un par de oposición similar al de “progresismo-conservadurismo”, es el de “izquierda-derecha”. Se trata, por lo tanto, de matrices ideológicas a partir de la que se definen las acciones políticas en tanto estas busquen mantener lo dado o busquen superarlo.

  El peronismo, por el contrario, hace referencia a una identidad político-simbólica, definida a partir de una experiencia histórica concreta. Sin lugar a dudas, esta experiencia histórica representó la emergencia real del progresismo en la Argentina. Ampliación de los derechos de los trabajadores, de los niños, de las mujeres, inclusión social, mayor igualdad, etc. Sin embargo, el devenir histórico y coyuntural (que sería imposible de tratar aquí) hizo que el peronismo se afianzara, esencialmente, como una identidad política en la cual conviven matrices ideológicas tanto progresistas como conservadoras, tanto de izquierda como de derecha (cosa por su parte que habita también en la mayoría de los partidos políticos, se trate de la Unión Cívica Radical o del Partido Socialista). En este sentido, si habría que encontrar un polo de oposición en el cual se encontrara el peronismo, no hace falta más que replegarse sobre el clásico “peronismo-radicalismo”. Se trata, más que nada,  de diferencias culturales y simbolicas, de contar distintos mitos de origen, de hallarse en otros lugares de pertenencia, que muchas veces no representan posiciones ideológicas opuestas (esto se ve bien claro en las afinidades entre dirigentes peronistas como Duhalde y dirigentes radicales como Cobos o Sanz).

   El peronismo abarcaría entonces una tendencia “progresista” o de “izquierda” y una “conservadora” o de “derecha”. No hace falta más que observar nuestra historia reciente para descubrir esto: un proyecto peronista “conservador” fue el que otorgó los indultos a los genocidas, el que realizó la oleada privatizadora, el que llevó a cabo la desactivación de la industria nacional y la consiguiente perdida del trabajo para una enorme cantidad de argentinos; por otro lado, fue un proyecto peronista “progresista” el que derogó las leyes de la impunidad, el que renacionalizó Aerolíneas Argentinas y los fondos jubilatorios, el que reactivó la industria nacional y estableció los salarios mínimos más altos de América Latina.

   A partir de esta oposición entre un peronismo conservador y un peronismo progresista nos encontramos con una convergencia identitaria pero con una divergencia ideológica.  Reduciéndolo: por un lado, la derecha peronista, por otro, la izquierda. peronista.  Por lo general, en el debate entre matrices ideológicas, la derecha peronista ha empleado la estrategia de negar la existencia de la oposición entre derecha e izquierda dentro del movimiento para acusar a la izquierda de falta de pureza, de agregar elementos extraños a la doctrina. En este sentido, en las acusaciones de “progre” llevadas a cabo, tanto por referentes territoriales como por escritores de blogs, parece resonar ese viejo macartismo que, en nombre de un inexistente purismo , no hace otra cosa que disfrazar  su matriz ideológica conservadora y derechista.


miércoles, 12 de enero de 2011

Estado y explotación

opinión. Agora...a diario 12/01/2010



Maximiliano Basilio Cladakis

   Todo obrero es explotado. Marx lo ha demostrado magistralmente a lo largo de sus obras, desde los Manuscritos de 1844 hasta El capital. La sociedad capitalista y las riquezas producidas en ella se fundamentan en la explotación que los propietarios realizan sobre los no-propietarios. No hace falta que expongamos aquí las tesis del genial filósofo, economista, sociólogo y militante alemán. Sólo basta decir que la división de la sociedad moderna en clases sociales implica que unos opriman a los otros, que unos “roben” el trabajo de los otros, que unos dominen a los otros; en el capitalismo, los  “unos” son los capitalistas o burgueses; los “otros”, los proletarios o, más sencillamente, los obreros o  trabajadores.

   Sin embargo, si bien la riqueza del capitalista se basa siempre en  la plusvalía (es decir, en una parte del trabajo del obrero de la cual se apropia el capitalista), no toda explotación es igual. Más allá de que la lógica misma del sistema de producción tienda a que el propietario conciba al obrero como una “cosa” cuya única razón de ser es la de generar una mayor plusvalía, dependiendo del desarrollo en se encuentre una sociedad, esa lógica tendrá más o menos resistencias que le imposibiliten su realización total (Sartre demuestra genialmente la imposibilidad de dicha realización ya que ella implicaría la muerte del obrero, por lo que el capitalismo mismo se derrumbaría en tanto dejaría de existir el ser en cuya explotación se fundamenta). Ejemplos sobran. Centrándonos en nuestro país, podríamos señalar que la situación del obrero de principios del siglo XX no es la misma que la del obrero del primer peronismo. De igual manera, la situación del obrero durante la década de los ´90 no es la misma que la situación del obrero actual. Derecho laboral, estipulación de salarios mínimos, jubilaciones, obras sociales, paritarias, derogación de las leyes de flexibilización laboral; se trata de una conjunción de elementos que, aún cuando tanto en unos casos como en los otros sea explotado por el dueño del capital, redignifican al obrero en su humanidad.

   En dos de los casos que mencionamos (primer peronismo y kirchnerismo), es el Estado el instrumento de redignificación de los sectores postergados. En efecto, el Estado de Bienestar o el Estado Populista, tiene como característica esencial la integración y el reconocimiento de los que, librados a lo que Hegel denominaba “sociedad civil”,  eran “casi hombres”, poco más que cosas. Obviamente, hay con anterioridad,  toda una serie de luchas sociales cuyas demandas el Estado de Bienestar o Populista vienen a satisfacer[1]. Pero, precisamente, frente a estas demandas, el Estado Populista se presenta como articulador a la vez que  como herramienta de institución de derecho de los sectores demandantes. Las políticas estatales, en estos casos, se reconfiguran sobre la dimensión del reconocimiento y dignificación universales. Esto conlleva a una delimitación de los poderes fácticos (es decir, grupos económicos, corporaciones mediáticas, cúpulas eclesiásticas, organismos financieros nacionales y transnacionales), que tiende al fortalecimiento de los grupos subalternos. Sin ese fortalecimiento, estos grupos quedan desnudos, desamparados, frente a la explotación a la que los grupos dominantes los someten. Desligada del derecho, la dinámica del mercado lleva a la casi aniquilación de la humanidad de los explotados, convirtiéndolos en algo informe, menos que humanos, poco más que bestias.

   El caso de Nidera es la muestra clara e infame de esto último. Alrededor de ciento treinta hombres (entre ellos treinta menores) viviendo en condiciones infrahumanas, casi como animales (aunque teniendo en cuenta que, a diferencia de los animales, los hombres, de una forma u otra, tienen conciencia de su condición podríamos decir, que se encontraban en un estado peor que los animales). Es la lógica de la explotación que, operando entre las sombras y quebrando el derecho, lleva al extremo la cosificación y la deshumanización. Una explotación amparada, a su vez, por los oligopolios mediáticos, en tanto, o bien no se pronunciaban sobre el hecho, o bien repetían las voces de los explotadores. Sin embargo, esto no debe de asombrarnos se trata de una complicidad de intereses, en términos gramscianos, puede decirse que forman parte del mismo “bloque histórico”.  Una simple muestra: Grupo Clarín posee la mayor parte del predio de la Rural; Nidera es parte fundamental de Expoagro, Nidera, a su vez, es sponsor de TN canal de cable que pertenece al Grupo.
   




[1] Reconocemos aquí dos cuestiones para pensar. Por un lado, la relación entre Estado Populista y luchas sociales. Se trata de una relación dialéctica, y, por lo tanto, compleja. Algunas veces, hay una contraposición entre algunas demandas sociales y la posibilidad de acción del Estado Populista. En este caso, es el Estado el que está a la zaga. Sin embargo, otras veces, el Estado genera políticas de integración y reconocimiento, adelantándose a las demandas. En este caso, es la sociedad la que queda a la zaga. El otro problema trata sobre si existe una diferencia real entre Estado y Estado Populista. Precisamente, si seguimos a Hegel, encontraremos que el sentido del Estado es, precisamente, regular la actividad de la sociedad civil (lugar de las luchas económicas) y reconocer e integrar a todos los miembros de una comunidad. De ser así, lo que en nuestra región denominamos “Estado Oligárquico-Liberal”, como opuesto al Estado Benefactor o Populista, no sería más que la ausencia de un Estado propiamente dicho. Sin embargo, tanta una como otra cuestión no quedan pendientes para otro texto.

martes, 7 de diciembre de 2010

Teoría y praxis en Apuntes para la militancia de John William Cooke

opinión. Agora...a diario 7/12/2010

Maximiliano Basilio Cladakis

  Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luís Duhalde, en el prólogo a la edición de 1973 de Apuntes para la militancia, sostienen que Cooke escribe este texto, en 1964, con un objetivo bien determinado: acercar a las bases del Movimiento Nacional Peronista una visión histórico-política que sea comprensible. En efecto, Cooke considera que el conocimiento teórico e histórico es fundamental para la lucha por la liberación llevada a cabo por este Movimiento. Para Cooke, contar con información adecuada no es sólo un derecho que la masas  se han ganado por sus años de lucha, sino también (y principalmente), se trata de una condición esencial para cumplir la tarea de liberar la patria de la “explotación nacional e internacional”[1].

     El planteo de Cooke es, por lo tanto, que el conocimiento teórico posibilita la articulación de estrategias y tácticas mas adecuadas para la lucha. La cuestión gira en torno  a la relación entre teoría y praxis.  En cierta medida, se trata de aquello que Marx planteara en su celebre Tesis 11: “la filosofía hasta ahora a intentado comprender el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Cooke habla de un tipo de conocimiento cuya finalidad no es el conocimiento en sí mismo, sino que, por el contrario, debe ocuparse de orientar a las masas en su quehacer revolucionario. En este sentido, su posición se arraiga en una tradición que contradice la formula aristotélica del conocimiento como finalidad última, tradición en la cual podríamos enmarcar a Maquiavelo, al ya mencionado Marx, a Gramsci, a Sartre, etc.

   En algunos momentos del texto, Cooke habla de una “mision histórica” de las masas peronistas. El empleo de esta construcción, es decir de “misión histórica”, podría retrotraernos a cierta lectura del marxismo determinista, a partir de la cual se comprende que las condiciones objetivas del devenir histórico hacen del proletariado el sujeto socio-económico al cual ineludiblemente le está conferida la misión de acabar con el capitalismo. Sin embargo, lo que dice Cooke no puede ser comprendido a partir del determinismo. Precisamente, al advertir sobre los riesgos que corre el Movimiento, al no tener una adecuada formación teórica e ideológica, significa que no hay un triunfo pautado de antemano. (Seguir leyendo...)