Ágoraa diario la arena política

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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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lunes, 14 de marzo de 2011

“Tengan ejemplos, pero sean ustedes mismos”

opinión. Agora...a diario 14/03/2011

 
   Unos días atrás hablamos de la lucidez y claridad intelectual de la Presidenta. En el acto realizado en el Estadio de Huracán el último viernes se volvieron a confirmar dicha claridad y dicha lucidez. La Primera mandataria brindó un discurso impecable, donde se conjugaban las emociones más fuertes, propias de una apasionada militante, con la racionalidad política que se corresponde con su talante de gran estadista.

  
Maximiliano Basilio Cladakis


Entre los varios temas que trató, hubo uno sobre el que hizo especial hincapié: el de respetar las distintas tradiciones e identidades políticas, buscando los puntos en común y dejando de lado diferencias nimias y banales para, juntos, lograr una Patria más justa, digna e igualitaria. La Presidenta sostuvo con énfasis que la definición de nuestra actividad política debe estar dada no por el lugar de donde venimos, sino por el lugar hacia donde vamos.

    Se trató de una posición clara, concisa y profunda, con la que quien escribe coincide plenamente. En efecto, lo que define a una práctica política es su finalidad. Sartre decía que el sentido de cada acción  debía buscarse en el fin por el cual esta era realizada y no en las causas anteriores. Somos, pues, definidos a partir de nuestros actos, y estos actos se definen a partir de la transformación de lo dado, de la imagen del mundo que queremos construir, de aquello que “no siendo aún” nos moviliza a trastocar “lo que es”. Definir nuestra actividad política únicamente  por identidades conformadas en un pasado más cercano o lejano, pero siempre pasado, implica el riego de caer en el dogmatismo y en el sectarismo, renunciar a la transformación real del mundo para encontrar la comodidad de una esencia ahistórica.

   Hace unos meses se instaló un debate en algunos medios sobre la aparente dicotomía entre “peronismo” y “progresismo”. Quien escribe fijo su posición al respecto en otro artículo. Sin embargo, es de señalar la forma en que, en medio de este debate, algunos sectores del Partido Justicialista sacaron a relucir lo que habitualmente se llama “peronómetro”. Es decir, se presenta como un argumento de autoridad la propia historia pasada, los años de pertenencia al Partido, dando lugar a una concepción de la política donde lo prioritario es la posesión de una identidad que va a ser más “verdadera” en tanto más tiempo se lleve siendo partícipe de esa institución. Las consecuencias de esto son varias. Por un lado, se tiende a una falsa anulación del debate, puesto que se vuelve más importante “quien” sostiene tal o cual posición que la posición en sí misma. Por otro lado, se presenta la idea de una doctrina verdadera, atemporal, irrefutable y eterna, de la cual el Partido debe ser custodio feroz. Obviamente se trata más de una cuestión fideística-religiosa que de comprender la política como praxis  transformadora. La fundamentalización de la identidad partidaria, en estos casos, constituye una estrutura conservadora que conlleva a la reproducción de lo dado.

    Sin embargo, esto no significa que no sea importante el arraigo a una identidad política, ni mucho menos. Las identidades y  tradiciones políticas representan el suelo desde donde se piensa el futuro, desde donde muchas veces surgen las fuerzas espirituales que nos guían al trastrocamiento del orden establecido. El horizonte simbólico dado por la tradición puede suponer un mundo por crear donde lo que quedo inconcluso de las gestas de antaño son aquello por realizar en el futuro. La identidad política nos brinda imágenes, palabras, sonidos, un ethos con el cual hacemos del Otro un compañero; es decir, se genera una comunidad ética, donde el Otro se convierte en un mismo. La diferencia radica en comprender estas identidades en una dialéctica en donde no hay una “doctrina verdadera” sino que la “doctrina” se va innovando, transformándose dialécticamente en base a las exigencias del presente y del futuro. Esto hace que nuestra identidad se encuentre marcada por el porvenir y que las diferencias con otras identidades, aún sin anularse, puedan confluir en un mismo proyecto político e histórico que tenga por finalidad la construcción de una sociedad más justa y equitativa.

  Precisamente, cuando la Presidenta dijo en el acto: “tengan ejemplos, pero sean ustedes mismos” se refería a esto. Evita y el Che, Jauretche y Marx, Castro, Perón e Yrigoyen, Norma Arrostito, Sartre si se quiere, Salvador Allende, el mismo Alfonsín (el padre, obviamente), cada uno tendrá sus ejemplos, sus héroes, personalidades que marcaron a fuego su vida y sus historias. Sin embargo, debemos ser nosotros mismos, lo que significa ser hombres y mujeres de nuestro tiempo, comprometidos con nuestra coyuntura y nuestra situación, comprendiendo que la multiplicidad de tradiciones no limita al Proyecto sino que lo enriquece en tanto la multiplicidad converja en un mismo anhelo. El Estadio de Huracán fue la prueba de ello. Las banderas de La Campora ondeaban con el mismo viento que las del Partido Comunista, que las de Juventud Sindical, que las del Socialismo, que las del Movimiento Evita y que las  de tantas otras que llenaban de los más variopintos colores un acto Nacional y Popular haciéndolo no sólo más atractivo, sino también más fuerte, más rico y más capaz de transformar  lo dado para configurar un la profundización del modelo por que el todos bregamos.






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