Maximiliano Basilio Cladakis
La verdad de las democracias republicanas modernas se dirime en
el disenso, no en el consenso. La absolutización de esta última
noción proclamada, bajo la impronta del “fin de la historia”,
por el neoliberalismo no significa el triunfo de la democracia, sino
su muerte. Es en el conflicto, en la disputa, en aquello que tan bien
es signado por la pabra griega “agon”,
donde se despliega la existencia democrática. Sin embargo, como
señala Chantal Mouffe, el agón propio
de la democracia, más aún de la política en el sentido clásico
del término, se encuentra enmarcado en una serie de normas que
legitiman las acciones llevadas a cabo por las partes en conflicto.
Es decir, no todas las acciones son legítimas en el agón
de la vida política.
A partir de la emergencia, en el
plano institucional, de la diferencia “oficialismo-oposición”,
pueden señalarse dos formas en que la legitimidad de origen puede
desviarse hacia una ilegitimidad de praxis que quebrantaria estas
normas. En el caso del oficialismo, su legitimidad de origen puede
dar comienzo a un estado dictatorial o semidictatorial. Ejemplos
existen de sobra: persecusiones políticas, represión , censura,
etc. En el caso de la oposición, ella puede derivar en “golpismo”.
También sobran ejemplos de esta desviación: intentos de
destitución, alianza con los poderes mediáticos, ecónomicos y
judiciales para deponer a un gobierno electo democráticamente,
acciones violentas contra los simpatizantes y militantes de ese
gobierno, etc. En definitiva, se trata de procesos que, en
Sudamerica, conocemos de sobra y que, en el momento de mayor auge de
gobiernos progresistas, vivimos casi a diario.
En el tiempo que atraviesa
nuestro país, nos encontramos frente a la terrible amenaza del
primer tipo de casos, el de la desviación del oficialismo hacia un
cercenamiento, paulatino pero progresivo, del Estado de Derecho. La
legitimidad de origen de la actual alianza gobernante dio inicio a
una serie de acciones ilegitimas, casi en el dia mismo del comienzo
de su gobierno (no cabe más que recordar la fecha en que se
encarceló ilegitimamente a Milagro Sala). Presos políticos,
represión, desapariciones que nos retrotraen a los “años de
plomo” de nuestra historia, cercenamiento de la libertad de
expresión y cercenamiento de la libertad de información: se trata
de signos de una volutad que no desea ni permite oposición real
alguna. Y decimos “oposición real” porque
no nos referimos a esa oposición deseada por el oficialismo, esa
oposición llamada “seria y respónsable”, que no es otra cosa
que un conjunto de partidos que, en la praxis, son aliados del
Gobierno. Ser oposición real
es un derecho inexpugnable de la democracia y que, en el caso de ser
cercenado, significaría el fin de la democracia en la Argentina.
Es un derecho, porque la
democracia, exige un disenso real que sólo puede llevar a cabo una
oposición real. Es un
derecho, también, porque la democracia exige la libertad de expresar
la oposición al oficialismo. Y es un derecho, además. porque esa
oposición fue votada para que sea efectivamente eso:oposición,
oposición real, voz
discordante, representación efectiva de todos aquellos que nos
oponemos de una u otra forma a la alianza de partidos que hoy
gobierna el destino de la Argentina.
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