Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis
Un hombre es lo que hace de sí y lo que hace de los otros. La existencia
humana no es otra cosa que ese permanente elegirse que compromete a la
humanidad entera. Fidel Castro se eligió, durante toda su vida, en el modo más
alto que puede hacerlo un ser humano: se eligió como revolucionario. En una
historia que se asemeja a un cumulo catastrófico de ruinas, donde se apilan,
uno sobre otro, los cadáveres millones de condenados, donde lo inhumano se
impone sobre lo humano, elegirse como revolucionario es elegirse como la
negación de un sistema que asesina, cosifica y veja la dignidad de hombres y
mujeres alrededor del mundo. Y en esa negación, el revolucionario se
transfigura como ser humano integral.
Fidel Castro, ejemplo de humanidad, hizo de su vida un símbolo para los
oprimidos de la tierra en su lucha por la emancipación. Cada acto de su vida,
desde el asalto a Moncada a sus últimas reflexiones acerca del estado actual
del mundo, Fidel se instituyó como voz discordante frente a la injusticia,
frente al imperialismo, frente a la degradación y saqueo de los pueblos en pos
de la acumulación de capital por parte de las ententes corporativas del mundo.
Su vida ha sido su obra y esa obra nos interpela y compromete. Fidel, en tanto
individuo, ya no está entre nosotros, pero su obra permanece y, por lo tanto,
él permanece en ella. La revolución se encuentra de luto porque partió de este
mundo uno de sus mayores representantes. Sin embargo, se trata de un luto que
nos convoca a continuar con su lucha, lucha que es la más noble, la más
importante, la más sublime de cuantas luchas puedan darse.
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