Maximiliano Basilio Cladakis
“Deskirchnerizar” la Argentina es un imperativo prioritario en esta
época. Los vientos de cambio que atraviesan nuestro país tienen por objetivo,
entre otros obviamente, eliminar todo vestigio del kirchnerismo como identidad
política. El proceso de “normalización nacional” iniciado el 10 de diciembre de
2015 requiere, necesariamente, exorcizar el fantasma de ese populismo
izquierdista que fue gobierno durante doce años. La letra “K”, incluso, ha
adquirido un sentido teológico y metafísico bien definido: es un símbolo del
Mal radical que asoló a la Argentina durante la primera década del siglo XXI.
Precisamente, la “normalización nacional” es la finalidad esencial del
proyecto político, económico y cultural encarnado por la Alianza Cambiemos y,
para lograrla, debe eliminar toda huella y rasgo identitario de la “anomalía”
kirchnerista (como bien la llamó Ricardo Forster). “Normalizar”, pues,
significa hacer retornar la Argentina al
dominio de los grupos concentrados de la riqueza nacionales y transnacionales,
de la misma manera que hacer de las palabras de sus voceros intelectuales y
mediáticos verdades absolutas. Como supo decir alguna vez un periodista,
defensor de todas las dictaduras que ensangrentaron nuestra historia: el
kirchnerismo es un cáncer que debe ser extirpado antes de que haga metástasis.
La extirpación, eliminación y desaparición del kirchnerismo atraviesa
varias esferas: desde la detención de militantes al silenciamiento de las voces
que supieron identificarse a partir de la letra maldita. Sin embargo, la “normalización”
necesita, además, la construcción de una “oposición” normal. La constitución de
alternativas electorales y de partidos políticos que dialoguen en una misma sintonía forma parte del complejo
entramado de la reconfiguración de la realidad llevada a cabo en este retorno
de la Argentina a la normalidad y la cordura. En este aspecto, la oposición es
reconocida como tal en tanto se trate de una oposición que comparta una misma
visión del mundo: sacralidad del mercado y de la propiedad, reducción del
concepto “mundo” a Estados Unidos y Europa Occidental, comprensión del
genocidio de los ´70 como una “guerra” y refundamentar, así, la teoría de los
dos demonios. Pueden ser “peronistas”, “radicales”, “progresistas”, “socialistas”,
nada de eso importa, mientras concuerden que el kirchnerismo está por fuera de
los parámetros de la civilidad.
Por esto mismo, la única resistencia real
a este proceso de normalización es a partir del “kirchnerismo”. El “kirchnerismo”
es la identidad política que se intenta eliminar y es por ello, que a partir de
él, de ese nombre maldito, debemos identificarnos todos los que, sin grises ni
gestos de complacencia, nos oponemos a la realidad que la derecha edifica, día
tras día, sobre nuestras vidas.
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