Edgardo Pablo Bergna
El combate (pólemos) es el padre de todas las cosas. De unos ha hecho dioses, de otros hombres. Heráclito.
Agón
Lo
histórico-político se despliega siempre en situación de agón. La ausencia de tal situación, en
tanto representación mental (concepto), anula el movimiento, su devenir. En la
Grecia clásica (y aún hoy en nuestro español) agonía es el paso de la vida a la
muerte, no hay nada mas demostrativo de
un cambio ontológico que el pasaje de la vida a la muerte. Cambio, transcurso
de la vida devenida en muerte; puro movimiento. Los cambios histórico-políticos
se despliegan en devenir, esto es posible si se representa como horizonte la
posibilidad de la muerte o la posibilidad de seguir con vida. Vida en sentido
humano. Walter Benjamin plantea en su ensayo Para una crítica de la violencia que la vida del hombre no coincide
nunca con la nuda vida, se refiere a
la vida desnuda “biológica” en tanto que vida, en cierto modo investida,
sagrada, es la que permanece idéntica en la vida terrestre, en la muerte y en
la supervivencia. No acepta, el autor de Tesis
de filosofía de la historia
sacralidad alguna en una vida vulnerable físicamente por otros, equivalente
a la de un animal, incluso, la de un vegetal[1]
Asimismo el
término agón refiere siempre a una
disputa discursiva que se “resuelve” en debates donde intervienen agonistes. Así se presentaba en el teatro
clásico y del cual nos queda el término protoagonistes. En todo debate (el debate es una controversia
o contienda) se discute sobre algo desde posiciones opuestas: contrarias o
contradictorias. No hay duda de que lo histórico y lo político son del orden de
lo agónico, en tanto que los contendientes sufrirán un cambio ontológico
después de debatir. Puesto que nunca se busca
la verdad (que ya se lleva al debate), sino vencer en dicho trance
con-venciendo a-con-otros y, dado que
este “otros” es la realización del concepto de reconocimiento como muestra
G.W.F. Hegel en la Fenomenología del
Espíritu[2] . El
vencedor no busca que su oponente lo reconozca en su verdad sino que respecto
de él (de su oponente) lo que espera es anularlo. Los contendientes asumen el
reto y a su derrota, saben, les espera
la más pura soledad. Soledad equiparable a la muerte
Eris
Salir airoso de
un debate se presenta necesario. Vencer es seguir con vida (en sentido
político). Restarle importancia a la instancia política del debate, barrar su
sentido agónico o poner cualquier simulacro en su lugar es no entender lo que es un debate, y abre un espacio
donde prosperan expresiones cómicas o sangrientas. Una de las formas de anular
el debate es su banalización, llevarlo fuera del ámbito de lo que podemos
definir de manera muy general como el ágora para los griegos o los parlamentos
para nuestros contemporáneos. En el ágora ateniense desplegó prístinamente y como parádeigma, con
sus luces y sombras, el modo de ser democrático, donde la controversia, la disputa
sobre un “mundo” en permanente conflicto requería (y aún requiere) del debate. Fuera
de allí, del ágora, asambleas y parlamentos,
están los circos conducidos por especialistas en espectáculos o lo que es mucho
peor, los campos de batalla y los de concentración. Polemos para los griegos Bellum
para los romanos y para nosotros Guerras.
Tal situación,
entonces, amerita a nuestro entender buscar en los textos clásicos, formadores
de la cultura occidental, aquellas figuras que, a partir de mitos transmitidos
en forma oral por aedos que componían y recitaban sus versos, y rapsodas que más adelante los cantaban
acompañándose de instrumentos, nos llegan después de más de 25 siglos. Y nos
siguen interpelando.
Durante ese
tiempo los mitos fueron prefigurando
maneras de pensar y actuar en la polis constituyendo ámbitos de eticidad
que a la vez intervenían en los versos de rapsodas
y aedos dialécticamente. Creemos en
un cierto dinamismo del mito, esto concuerda con la variedad de funciones,
muchas veces contradictorias, atribuidas a figuras míticas, y se comprende, en
tanto que durante muchos siglos, como se dijo, la transmisión a través de rapsodas era oral en virtud de su
carácter de ágrafos o de una valoración positiva del repentismo a la hora de
decir el verso, cuestión que aun hoy prospera en casi todo el mundo. Ejemplo es
el versolarismo vasco, la trova y payada en el centro y sur de América y, por
cierto, hay ejemplos en todas partes y en todas las épocas.
Elegimos dos fuentes clásicas de la antigüedad para mostrar como pueden
remitirnos a la cuestión acerca dell sentido conflictual de la historia. Tomamos
los versos Homéricos y el texto del poeta Hesíodo en tanto que ambos influyeron sobre la Grecia de la
antigüedad de los siglos VIII y VII ad C y probablemente sean quienes mas
penetraron en la polis griega antes,
y a partir de allí su influencia en toda la política occidental.
Conflicto,
palabra que disociaremos del concepto de la “teoría del conflicto” que surge de
la sociología estructuralista de los años 1950-60. Nos referimos a
“conflictual” en la acepción originaria de “afligir” y de ahí “abatir”
devolviéndole al término el marco donde pueda relacionarse semánticamente con
los conceptos Polemos y Eris. Entonces vamos al auxilio de los
textos y lo primero que observamos allí es que los mitos lejos de proponernos
cuestiones que rayan lo imposible, operan como si fueran dispositivos de
“realidad aumentada” narran la situación humana de su tiempo y amplifican los
rasgos de esa humanidad, de sus relaciones. El amor, el odio las relaciones
incestuosas, las sexuales en toda su diversidad, la traición, el heroísmo, la
cobardía, las guerras y todo,
trágicamente aumentado, amplificado. Pero nada, de lo que no pudiera verse o
pensarse. Los mitos lejos de comportarse como disipadores de ciertas verdades
operan como concentradores de ellas.
Erística es el arte del conflicto en el marco
del debate. Eris es la diosa griega que los romanos llamaron discordia. Eris aparece mencionada en textos clásicos, Homero
en La Ilíada comienza con Zeus, padre
de Eris, enviándola a incitar a los aqueos: Zeus
envió a las veloces naves de los aqueos la Disputa -Eris- dolorosa
con la prodigiosa señal del combate[3].
Se la considera como quien inició la guerra de Troya.
En Trabajos y Días Hesiodo menciona dos:
No
era en realidad una sola la especie de las Erides sino que existen dos sobre la
tierra. A una, todo aquel que
logre comprenderla la bendecirá; la otra, en cambio, solo merece reproches. Son
de índole distinta; pues ésta favorece la guerra funesta y las pendencia, la
muy cruel. Ningún mortal la quiere, sino que a la fuerza,…[4]
En Teogonía Hesíodo a diferencia del texto
citado arriba se refiere al linaje y descendencia de la diosa. Por su parte la maldita Eris parió a la
dolorosa Fatiga, al Olvido, al Hambre y
Dolores que causan llanto…[5]
Como se ve Hesíodo atribuye a Eris buena parte de las causas del dolor en el
mundo, origen de guerras y catástrofes en Teogonía
no hay siquiera la posibilidad que da en Trabajos
y Días donde se vea una salida a la comprensión de Eris.
El debate se da en el ámbito de la erística
que concluye con la eliminación de uno de los contendientes. Eliminación en
sentido dialéctico es conservar una parte de lo que se elimina para que quede
un solo momento dialéctico: aufhebun
superación, que como momento dialéctico está representado por el pueblo, jurado
o público que es en términos políticos para quien se debate.
La situación agonística se expresa pues en la
política pero se arraiga y a la vez surge de la existencia (lo agónico es
inmanente no trasciende la existencia y la existencia siempre es humana) en
tanto que siempre al desamparo, la existencia, es presa de la misma existencia
otra.
Polemos
Las relaciones
entre los grupos humanos incluso entre individuos está basada en tensiones más
o menos profundas, pero siempre desgarradoras.
Se dice que las
guerras son el fracaso de la política. Nos
permitimos aclarar este asunto en tanto que algunas teorías proponen que el
hombre pudo haber vivido sin necesidad de Estado (política) hasta que vio en
peligro su propiedad y por ello su propia vida. En virtud de tal cosa se
instituyó el Estado, adquiriendo la potestad de la vida, la muerte y confiriéndole
exclusivamente el uso de la fuerza. Aunque se sabe que el modelo expuesto no es
constatable históricamente, sirve para sostener la tesis, aunque discutible,
que el hombre pasó de vivir de forma individual para posteriormente constituir
una sociedad política y un Estado. Con todo, hay quienes proponen que el
hombre, en tanto gregario, no tuvo un momento donde pudo vérselo sino en
comunidad mas o menos organizada.
La
proposición Homo homini lupus fundamental en el pensamiento de Thomas
Hobbes, aunque la locución pertenece a la comedia Asinaria de Plauto (254-184) formula que
el hombre es el lobo del hombre. Hobbes atribuye una forma de
relacionarse donde existe un estado de guerra permanente basado en el egoísmo:
Hallamos
en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia: La primera;
la competencia, La segunda; la desconfianza, La tercera; la gloria (…) con todo
ello es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder
común que los atemorice a todos, se hallan en la condición que se denomina
guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos[6]
Carl Schmitt desarrolla una noción nodal en la filosofía
política contemporánea: el concepto amigo/enemigo político. A pesar de que,
estamos convencidos, el autor pertenece a lo mas denso del pensamiento
conservador y reaccionario del siglo pasado. Lo mencionamos, en tanto que el
despliegue del concepto schmittiano adquiere actualidad por tratar lo político en su dimensión
agonística donde lo que se discute son valores opuestos y contrarios. Se
disputan en la dimensión política visiones del mundo opuestas sin posibilidad de
consenso.
Estamos de
acuerdo con el concepto vertido por el autor, citado arriba. Hay valores,
visiones del mundo que son irreconciliables, al enemigo político se le gana en
elecciones democráticas y sigue siendo enemigo en virtud de que la oposición es
combativa y “análoga”.
Enemigo
es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo
con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo
es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto
tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo
ipso carácter público.[7]
Para terminar hacemos rápida mención a la citada Fenomenología del Espíritu donde el filósofo
de Stuttgart traza de manera clara y distinta el concepto de reconocimiento. Cada conciencia
espera ser reconocida por la otra, ante la imposibilidad de que el
reconocimiento sea mutuo cada una busca imponerse sobre la otra. Una, la que se
impone se transforma en Señor, la
depuesta en Siervo. Si se quiere comenzar desde aquí, se ve en la
relación Siervo-Señor prístinamente la maqueta de la relación
oprimido-opresor madre del sentido
agonal histórico-político.
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