Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis
Cuando el candidato presidencial del Frente para la Victoria Daniel
Scioli dijo que de lo que se trata, en las próximas elecciones, es de elegir si
“gobierna el Estado o (…) el mercado”, lo que hizo fue subrayar el sentido que
el kirchnerismo le ha dado al Estado durante los últimos doce años. En la
disyunción pronunciada por Scioli, entre gobierno del Estado y gobierno del
mercado, se hace presente la reconfiguración del concepto “Estado” con respecto
al consolidado durante el periodo de la hegemonía neoliberal.
El neoliberalismo, pues, delimita el rol del Estado al de garante y guardián
del mercado y de sus supuestas “leyes inherentes”. El mercado, en verdad, no es otra cosa que el ámbito en donde se
compran y venden las mercancías. Como señala Marx en El capital, en el mercado lo humano se reduce a la posesión o no
posesión de mercancías. Ahora bien, si la misión del Estado (misión sagrada para
el neoliberalismo) es reguardar el mercado, el Estado es el legitimador de la
cosificación de las subjetividades bajo el dominio de la forma mercancía. La
realización de dicha misión culmina en la protección de los poseedores de
mercancías en detrimento de los no poseedores. Los teóricos más explícitos del
neoliberalismo, como Robert Nozick, sostienen que, en el libre juego del
mercado, hay ganadores y perdedores. En ese juego perverso, donde
los que pierden, pierden prácticamente la vida, el Estado se vuelve el custodio
de los ganadores.
Más allá de la contradicción (contradicción no dialéctica, ya que se
trata de una contradicción formal, contradicción, por lo tanto, que concluye,
no en una superación, sino en una falacia) de que el neoliberalismo solicita la
reducción del Estado, al mismo tiempo que exige que este asegure cuestiones tales
como la “seguridad jurídica (es decir, exige la intervención del Estado), el neoliberalismo significa la expansión
metastásica del capital por sobre el Estado. El Estado debe subordinarse a los
designios de los poseedores del capital, de los ganadores del “juego del libre mercado” (vale aclarar, nombrando
nuevamente a Marx, que los ganadores
no son tales por esmero ni por virtud sino que, desde su origen, el capital
nace bañado en lodo y sangre; todas las grandes fortunas fueron amasadas por
crímenes de los más diversos tipos; véase, en Argentina, por poner un ejemplo,
el poderío de Clarín y el rol del multimedios durante la última dictadura
cívico-militar).
Retomando el sentido kirchnerista de “Estado”, este se vuelve a presentar
bajo la formulación clásica de ser el responsable resguardar el bien común. El
Estado, para el kirchnerismo, no es el custodio del mercado, sino del interés
general. En un sentido casi hegeliano, el Estado es la dimensión donde acontece
la eticidad y donde se reconocen los derechos particulares y colectivos. En
este punto, cabe señalar que la “eticidad” se contrapone a los afanes
individuales de acumulación y donde la comunidad se realiza en una relación dialéctica que
hace del "yo" un "nosotros" y de "nosotros" un "yo", oponiéndose a la formulación de un
“yo” puro e “independendiente” de todo “nosotros”. El “libre juego del mercado” encuentra,
entonces, sus límites en la defensa de lo común, y los ganadores en la defensa de la comunidad, la cual incluye, obviamente,
a los perdedores. Para el Estado, no
hay ni ganadores ni perdedores, sino sujetos cuyos derechos
no dependen del resultado de ningún juego, y estos derechos son universales y
tienen como única condición el simple hecho de existir. Vivienda, salud, educación,
son, para el sentido clásico del Estado, derechos inalienables de todos los
ciudadanos.
Lo dicho por Scioli pone blanco sobre negro en torno a lo que está en
juego en las próximas elecciones: o bien, gobierna el Estado, en su concepción
kirchnerista, es decir, gobierna el bien común, o bien, gobierna el mercado, es decir, los
ganadores de un juego en el cual los mismo ganadores hacen sus reglas, tanto
antes como después de la partida.
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