Ágoraa diario la arena política

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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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martes, 1 de abril de 2014

Bestias

opinión. Agora...a diario 01/04/2014

Maximiliano Cladakis

   Bestias, ese es el único epíteto que merecen. Bestias salvajes. Bestias fascistas. Bestias asesinas. Cincuenta bestias linchando a un adolescente de dieciocho años: apoteosis de la conjunción miserable del miedo y la brutalidad. Cobardes y brutales, victimas imaginarias de la “inseguridad”, victimarios reales de un asesinato vil, ignominioso. Aquellas bestias representan la expresión más cabal del maniqueísmo fascista que subyace en el sentido común imperante. Por un lado, están ellos, los “decentes”, los hombres de bien, los que justifican su existencia a partir de sus supuestos méritos y logros personales. Por otro lado, están los “otros”, lo innombrables: “delincuentes”, “drogadictos”, “villeros”, “negros”, la encarnación del Mal. Ellos son el Bien, los “otros” son el Mal. Y entre el Bien y el Mal no hay mediación. Todo se devela en sus palabras, en sus gestos, en su temeroso cruzarse de vereda cuando ven a uno de los “otros” andar en dirección contraria, en la búsqueda de complicidad en las filas de un banco o en el asiento de un taxi, en sus frases que, por momentos, son susurros, por momentos, irrupciones de cólera incontenibles. Frases en donde el temor y el ansia de sangre se entrecruzan en una amalgama en las cuales se vislumbra el verdadero rostro de la “decencia”. Padres de familia, buenos vecinos, mujeres de “su casa”,  jóvenes que trabajan y estudian.  Simpáticos, amables, “honestos”: máscaras detrás de las cuales habita la bestialidad. Una bestialidad legitimada por los medios de comunicación, por una tradición  educativa forjada a sangre y fuego en la irreductible oposición “civilización-barbarie”, por una comprensión de El matadero como una de las cumbres culturales de nuestra historia, por un sistema jurídico que coloca la propiedad privada por encima de la vida. Y en esa legitimación se eligen a sí mismos. Pues, si bien son penetrados por un discurso que los antecede, que los “forma”, ellos son responsables, ellos se eligen en ese discurso. Y no se trata de un discurso que se agota en palabras. Por el contrario: es un discurso que se hace carne, que convierte un cuerpo joven en un manojo de sangre y huesos rotos bajo  pies decentes y civilizados, que transforma la vida en muerte en un carnaval orgiástico, donde cada asesino se afirma en su civilidad y decencia. Eso es la civilización, eso es la decencia: bestialidad que se afirma al linchar al otro. Eso son los civilizados y decentes: asesinos, en acto o en potencia, que se realizan tanto en la compra de un nuevo celular, como en el asesinato de aquel que no es su “igual”. Precisamente, en eso radica el secreto abominable de su existencia, pues su consumismo desenfrenado sólo se justifica negando al otro, sea gestual, discursiva o prácticamente. Y esa negación conlleva, de una manera u otra, siempre, a la muerte del otro, se afirma a sí misma en ella, depende, ineludiblemente, de ella. En cada hombre “decente”, habita, pues, la posibilidad de un asesino. El linchamiento de la semana pasada es una manifestación nefasta de ello.






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