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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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sábado, 15 de marzo de 2014

Memoria y Genocidio

opinión. Agora...a diario 15/03/2014






Maximiliano Cladakis

   Cada año, el advenimiento de aquella fecha nefasta que supuso el inicio de la máxima expresión del Horror en nuestra historia nos interpela a sumergirnos en los profundos e intrincados laberintos de la memoria. Una memoria que se despliega hacia ese abismo cuya fecha conmemorativa, desde hace ocho años, se presenta marcada en rojo en los calendarios argentinos, ese abismo que fue la encarnadura de lo innominable, que fue el origen de la realización de lo que, tal vez, muchos pensasen como irrealizable en estas lejanas tierras del Sur. El 24 de marzo de 1976, en la Argentina, se inició, pues, un genocidio. Genocidio: palabra fuerte, desgarradora, que resquebraja los cimientos mismos de la condición humana, que hace tambalear toda fe (sea religiosa o política, teísta o humanista), que hace parecer más real lo inhumano que lo humano, más aún,  que hace parecer que lo inhumano es lo más propio del ser humano, que lo propio del ser humano es negarse como tal, arrojarse a sí mismo a una bestialidad que sólo es posible en él, que esa bestialidad sin límites es una creación pura y exclusivamente suya, es decir, nuestra.

  Cuando la memoria se retrotrae a ese momento supremo del Horror, del Mal (un Mal que, si bien se coloca con mayúsculas, no es de carácter teológico, sino, por el contrario, se trata de un Mal absoluta y terriblemente antropológico), se enfrenta a lo inconmensurable. Ese retrotraerse de la memoria, pues, no es una simple enumeración o compilación de fechas y sucesos, ni tampoco un mero acto reflexivo. Implica estas dos cosas, pero las excede. El despliegue de la memoria hacia el 24de marzo de 1976 significa hundirse carnalmente en aquel foso sin fondo que permanece siempre allí, no sólo en nuestro pasado, sino también en nuestro presente y en nuestro futuro, como huella indeleble que signa nuestras existencias. El genocidio está ahí, está acá, nos constituye, tanto a quienes lo vivieron, como a quienes nacimos durante él, como, también, a quienes vinieron al mundo después de él. El Infierno, un Infierno más real que todo cielo y que todo paraíso, existe y se encuentra presente en nosotros como maldición irredimible. Cada conmemoración del 24 de  marzo nos arroja nuevamente a él.

   Conmemorar el 24 de marzo, por lo tanto, es hundirnos, extraviarnos, caer en el nihilismo más absoluto. Sin embargo, conmemorar el 24 de marzo también es comprometernos, elegir y elegirnos, tomar posición. La Dictadura, el Genocidio, el Infierno, nos constituyen como sujetos, tanto en el plano individual como colectivo, y esa constitución nos interpela en lo más hondo de nosotros mismos. El acontecimiento del Mal, su realidad efectiva, su apoteosis definitiva emergiendo en las entrañas mismas de nuestra historia, nos colocan frente a nosotros mismos. El Infierno es un espejo en donde nuestros rostros se reflejan. Y sobre ese reflejo, decidimos quienes somos. El Genocidio es el acontecimiento absoluto y sobre él nos elegimos de manera también absoluta. La memoria nos hace patente que el origen no es ningún Paraíso Perdido, el origen es, por el contrario, la negación de la vida, la negación de la humanidad. El origen son las torturas, las violaciones, los adolescentes arrojados desde las alturas, los asesinatos, la apropiación de recién nacidos. Ese es nuestro origen, eso nos revela la memoria al volcarnos hacia el 24 de marzo. Un origen permanente que se extiende sobre nuestra historicidad, en cada suceso, en cada uno de nuestros actos.

   La memoria, entonces, nos coloca sobre una elección absoluta, radical: o bien perpetuamos el origen, o bien estamos contra él. Esa es la elección fundamental, eso nos hace quienes somos. La memoria se vuelve praxis, se torna acción. En nuestra elección fundamental, definimos el mundo, al mismo tiempo que nos definimos a nosotros mismos. Nuestros actos se circunscriben en una historia signada por un genocidio, y, por lo tanto, cada palabra, cada gesto, cada elección particular, carga sobre sí su peso.  No hay cuestión más definitoria, no hay tampoco espacios para los grises, ya que el Genocidio no es gris, como tampoco  el Infierno lo es.      









                    

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