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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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sábado, 9 de noviembre de 2013

Kirchnerismo y emergencia de la voluntad nacional-popular

opinión. Agora...a diario 09/11/2013






Maximiliano Basilio Cladakis


   La racionalidad histórica, a diferencia de la racionalidad científico-matemática, encierra, en sí misma, una lógica profunda en donde lo necesario se entrecruza con lo contingente, y lo contingente con lo necesario. Desde una posición reduccionista (que luego se tornaría hegemónica en la filosofía marxista durante gran parte del siglo XX), Federico Engels decía que, de no haber existido Napoleón, la historia lo hubiera creado. Se trata de una reducción de la historia al modelo de la física newtoniana, donde se hipostasian los fenómenos de la naturaleza al campo de la actividad humana, haciendo del hombre un ser pasivo, movido por leyes que están más allá de sí mismo. Se niega su libertad, lo que implica negar su voluntad y, por tanto, se niega, también, el carácter esencial de la política como construcción humana, como aquello que define, desde los tiempos de Aristóteles, lo más propio del ser humano.

    En una entrevista  dada hace poco, la Presidenta de la Nación pronunció dos sentencias cuya relevancia histórico-conceptual es incuestionable, y que se contraponen a todo reduccionismo. Por un lado, sostuvo que el kirchnerismo es una construcción colectiva. Por otro, que hay hombres que irrumpen en la historia para inaugurar una nueva época. Estas dos sentencias son claves para la comprensión del momento histórico que, tanto nuestro país como la mayoría de los demás pueblos de América Latina, se encuentran atravesando en los últimos diez años.

   Con respecto a la primera, la comprensión de un movimiento político como una construcción colectiva significa pensar la política como articulación de una voluntad que sea más que la mera sumatoria de voluntades individuales. En este sentido, vale recordar aquello que el pensador italiano Antonio Gramsci (un marxista que se oponía a los determinismos históricos) sostenía: el principal objetivo de un partido o grupo que tenga por finalidad la transformación de lo dado es  consolidar una voluntad nacional-popular, es decir, consolidar una voluntad colectiva. Si la ortodoxia marxista concebía al proletariado como sujeto histórico por excelencia, Gramsci va a pensar que el sujeto de la praxis política debe ser el colectivo nacional-popular. No se trata de un simple cambio de nombres, sino de un cambio de lógicas a partir del cual se va a repensar toda la dinámica histórica y política. Lo que subyace a la clasificación realizada por el marxismo ortodoxo es un esquema mecanicista (esquema que aún hoy es mantenido por grupos minoritarios que se piensan a sí mismos como sujetos sabedores de las supuestas “leyes de la historia”), a partir del cual el proletariado, debido a su posición dentro del modo de producción capitalista, llevaría, en sí mismo, y, a pesar de sí, la tarea histórica de enterrar al capitalismo. Por el contrario, el planteo de Gramsci hace hincapié en la articulación de diferentes sectores, grupos y clases en una gran voluntad colectiva. Desde esta perspectiva, la diversidad de intereses e identidades debe ser articulada políticamente en una unidad, donde la acción y lo conceptual se vinculen dialécticamente.

 Cabe resaltar que la articulación de una voluntad colectiva, de una voluntad nacional-popular conlleva, por sí misma, un factor  férreamente “subversivo” para con el orden de cosas sostenido por el establishment. El filósofo francés Jean Paul Sartre (otro pensador crítico de los reduccionismos), en su obra la Crítica de la razón dialéctica, sistematiza la oposición entre “serie” y “grupo”. La “serie” es la sumatoria de individuos que no constituyen una unidad sino que, hallándose “uno al lado del otro”, cada uno permanece en su propia individualidad como una esfera cerrada en la cual comienza y termina el mundo. Por el contrario, el “grupo” implica una unidad de individuos que se encuentran ligados entre sí por lazos de integración y que persiguen un fin común, una meta compartida.

 Precisamente, en nuestro país,  la “serialización” ha sido uno de los instrumentos fundamentales a partir de los cuales el neoliberalismo se instaló como visión hegemónica del mundo desde 1976 hasta fines de los años ´90. El Terror, las campañas publicitarias, la propagación del “fin de las ideologías” y de la “muerte de la historia” como mantras sagrados e irrefutables, la exacerbación del “yo” como sujeto único de interés, la anulación de la política a partir de la comprensión de la política como mero instrumento para la satisfacción de los apetitos singulares, han sido elementos cuya finalidad era constituir al “hombre serializado”. En efecto, constituir una sociedad de “individuos”, en la cual cada uno persigue exclusivamente su propio interés, es la forma en que, en un esquema de relación “radial”, el poder económico-corporativo buscó, y busca, consolidar su dominación por sobre el resto de la sociedad.

 Ahora bien, la constitución de una voluntad colectiva significa quebrar con la serialización y, por tanto, constituir un interés colectivo que atraviese y trascienda los intereses exclusivamente particulares. Del mero “yo” vacío se pasa al “nosotros”, no como anulación de la individualidad sino como un enriquecimiento de ella. Como sostenía Hegel, se trata de un “yo” que se reconoce como “nosotros” y de un “nosotros” que se reconoce como “yo”. En la Argentina, la emergencia del kirchnerismo como construcción colectiva significó, sin lugar a dudas, la emergencia de esta voluntad colectiva, de un “nosotros”, que quiebra con las lógicas “serializantes” impuestas por el neoliberalismo. La recuperación de términos como “Patria”, “Pueblo”, “Movimiento Nacional y Popular”, son pruebas fehacientes de ello, de una reconstitución del sentido profundo de la palabra “comunidad”, lo que significa, ni más ni menos, que la reconstitución y recuperación de la “política”, en su sentido más originario, más real, más verdadero, como así también del término “democracia”, por fuera de los estrechos y abstractos márgenes, en los que esta es reducido por el pensamiento liberal tradicional. En este aspecto, la política como construcción colectiva cuya finalidad es, precisamente, el interés colectivo atenta directamente contra los poderes fácticos y su dominio económico, social y cultural.

    Con respecto a la segunda sentencia de la Presidenta, aquella acerca de los hombres que inician una nueva época, se trata de una proposición que va hacia las tramas más profundas de la estructura de la propia historia humana. En El Príncipe, Maquiavelo expone una dialéctica entre el hombre y la Fortuna (comprendida esta última como Kairós, como momento propicio para la acción), en la cual afirma que, sin la Fortuna, el genio de los hombres quedaría sin realizar, pero, al mismo tiempo, sin el genio de los hombres, la Fortuna no sería más que una oportunidad perdida. Contra Engels, Maquiavelo diría que, si bien, la Historia abría una posibilidad, sin Napoleón, dicha posibilidad no hubiera sido más que eso: una posibilidad que quedaría sin realización.

   La llegada de Néstor Kirchner al Gobierno estuvo atravesada por  avatares, por azares, por contingencias. No hace falta mencionarlos explícitamente. Todos los conocemos. En ese momento, Argentina se encontraba en uno de los fosos más profundos de su historia; el “Infierno”, tal como decía el propio Néstor Kirchner. En cierta medida, podría decirse que estaban “dadas” las condiciones “objetivas” para una transformación radical en la vida de  los argentinos. Sin embargo, sin la aparición de Néstor Kirchner dichas “condiciones”, muy probablemente se habrían quedado en ese estadio. Como se refirió en el párrafo anterior, la posibilidad no implica la realización. La historia argentina había llegado al desastre, un desastre no sólo económico, sino también, y quizás ante todo, ético, moral y cultural. Un desastre, una crisis de sentido, la percepción de que la Argentina era un proyecto frustrado, que la Argentina, como se decía en ese entonces, no era un “país viable”. Néstor Kirchner abrió una nueva etapa en el devenir histórico de nuestro país. Y esa nueva etapa significó una reconfiguración omniabarcadora de la Argentina. Del sentido de “ignominia” se pasó al sentido de “dignidad”: derogación de las ignominiosas leyes de la impunidad, término de las ignominiosas “relaciónes carnales” con el Imperio, final de la ignominiosa subordinación de la política a los poderes económicos, tanto nacionales como internacionales.

   Las dos sentencias pronunciadas por la Presidenta se entrecruzan, por tanto, en un nudo complejo que se hunde en las sinuosas profundidades de nuestra propia trama histórica. Voluntad colectiva, contingencia histórica, un líder que movilizó y reconstituyó al Pueblo como sujeto colectivo, tras casi treinta años de dominación neoliberal, el kirchnerismo representó, representa y representará un cambio de época, ya que como dijo Rafael Correa “no se trata de una época de cambios, sino de un cambio de época”. Hay un cambio de época a nivel global, y, en nuestro país, ese cambio está representado por el kirchnerismo. Se trata de un cambio que se encuentra  signado por la emergencia de una voluntad colectiva, nacional y popular, que no se subsume a las lógicas inmanentes de la dominación ejercida por los poderes económico-corporativos.

    Sin embargo, esto no significa que  estas lógicas de dominación hayan desaparecido, ni, mucho menos, que hayan sido derrotadas. Por el contrario, continúan manteniendo un gran poder y una gran influencia. De lo que se trata, es que, volviendo a la terminología gramsciana, a su hegemonía se le ha presentado una contra-hegemonía. Por un lado, los poderes económico-corporativos; por otro, el kirchnerismo como construcción colectiva de una voluntad nacional-popular. Esos son los polos en disputa que atraviesan nuestro país. En esa tensión agonística se debate el destino histórico de la Argentina. La suerte está echada, como dijo Julio Cesar, sin embargo, no está escrito el resultado, ya que no hay leyes que determinen a priori el rumbo de la historia. La historia es praxis, lo que significa que todo depende de lo que hagamos nosotros, pensándonos como partícipes de un sujeto colectivo nacional y popular para evitar, así, caer en la serialización que nos llevó a ser presas de un poder omnívoro y predatorio.







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