Maximiliano Basilio Cladakis
Es conocida la tesis de Hegel acerca de que hay hombres en donde se
encarnan las fuerzas históricas de una época. Para el filósofo alemán, el
Espíritu (concebido como "espíritu de época") se hace carne en
individuos particulares que traspasan su propia individualidad para convertirse
en la revelación concreta de las fuerzas vivas de su tiempo.
Hegel hablaba de "hombres". Si con este término se refería a
un universal o a un género, es algo que excede las posibilidades de este texto.
Sin embargo, en todo caso, Hegel escribía en el siglo XIX, más de un siglo
antes que Simone de Beuavoir y su célebre Segundo
Sexo. Lo dicho por Hegel, por lo tanto, puede hacerse coextensivo a ese
género que, a partir del devenir histórico de los últimos cien años, ha dejado
de ser "segundo" para compartir un piso de igualdad con el antaño
"primer sexo". Es válido y legítimo, por lo tanto, hablar
también de mujeres en las cuales el Espíritu se hace carne.
La Presidenta de la Nación es una de ellas. La Presidenta de la Nación
encarna, pues, las fuerzas vivas que atraviesan nuestra Patria, una Patria que
no sólo se encuentra constituida por los estrechos y ficticios límites de lo
"argentino", sino que se trata de aquella Patria Grande, de aquél
sueño irredento que visionaron San Martín, Bolívar, Mariátegui, Perón, el Che,
y que Abelardo Ramos supo describir como la única Nación verdadera frente al
proceso de balcanización llevado a cabo por las potencias hegemónicas mundiales
en su lógica de dominio y explotación.
La voz de la Presidenta, por lo tanto, se
extiende no sólo como la voz de un Partido, ni tampoco de un país, sino de una
región del mundo que, desde hace dos siglos, clama por su segunda y definitiva
independencia. En su voz, en sus palabras, en sus gestos, resuenan los ecos de
Túpac Amaru, de Moreno, de Juana Azurduy, de la Revolución Cubana, de la
Resistencia Peronista, de Allende, e, incluso, va más allá, pues,
resuenan también, ecos de voces provenientes de tierras lejanas, voces como las
de Fanon, Ho Chi Min o Eric El Rojo.
Si bien Hegel hablaba de una "Astucia de la Razón" que
hacía posible la conversión del singular en universal, esta conversión sólo es
posible a partir de las elecciones de una vida que fue haciéndose a sí misma,
elecciones que se constituyen a partir de una elección originaria donde se
establece un proyecto de vida totalizador, en donde cada elección posterior es
sólo comprensible y encuentra su sentido dentro de esa totalidad primera;
es decir: el todo antecede a las partes.
Cristina es la Presidenta de la Nación. Sin embargo, antes de ser
Presidenta de la Nación fue, es y será Cristina. Cuando se habla de la
"fuerza de Cristina" se habla, por lo tanto, de ese particular que se
fue "haciendo" a sí mismo. Pensar, sentir, la vida de Cristina
es pensar, sentir, una vida que se fue constituyendo esencialmente como una
vida política. Sin embargo, no se trata de comprender la política como
"ocupación de cargos políticos", sino de la política como un proyecto
colectivo que excede lo meramente particular. Elegirse y definirse a partir de
la política es elegirse y definirse más allá de sí mismo, quebrar con las
lógicas liberales que hacen del individuo el principio y el fin de toda acción.
Cristina se eligió y definió a partir de la política, lo que implica
trascenderse a sí misma, exceder su individualidad, convertirse y entregarse a
una causa que va más allá de sí y que, paradójicamente, está hoy representada
en su persona.
Hoy Presidenta, ayer Senadora, siempre militante. Si el discurso dominante perpetrado por los
poderes económicos durante las últimas décadas consiste en la exacerbación del
“yo”, la elección fundamental de Cristina implica la elección contraria.
Elegirse como militante significa no elegirse como un mero “yo”, sino como
partícipe de un “nosotros” que se articula en torno a un ideal y a una causa
colectivos. Evita decía que ya no se pertenecía a sí misma, sino al Pueblo. Todo militante real, en efecto, no se pertenece
a sí mismo, sino que se entrega a aquello por lo que milita, y, en ese acto de
entrega, se le revela su propia existencia, una existencia en donde lo
particular y lo colectivo se entrelazan
dialécticamente.
Cristina se comprometió y ese compromiso es
reafirmado a cada instante de su vida. Como elección fundamental y
totalizadora, el compromiso político quiebra con la falsa dicotomía entre lo
público y lo privado, lo social ya no se presenta como lo Otro que limita y
constriñe el desarrollo de la propia individualidad, sino que, por el
contrario, lo social es aquello que posibilita y enriquece una individualidad
que se sabe imbricada ineludiblemente con los destinos de la comunidad de la
que forma parte.
Desde el ámbito de la descripción del carácter
individual, Cristina posee, al menos tres rasgos fundamentales: fortaleza,
coraje y valor. Estos tres rasgos emanan del proyecto originario de Cristina.
Cristina no se doblega, no se quiebra, no se rinde. Cristina es la “Presidenta
Coraje”, pero ella fue “Coraje” antes de ser Presidenta y lo seguirá siendo
tras terminar su mandato. Ese coraje se enraíza de manera directa con su
proyecto originario, el cual no es solamente una forma de elegirse a sí misma,
sino de elegir una forma de ver el mundo, la historia, la vida, incluso, la
muerte. Y es, precisamente, a partir de ese proyecto fundamental, que Cristina
es la encarnación de las fuerzas espirituales y materiales, de las fuerzas
vivas que surcan, hoy, los senderos de la Gran Patria Latinoamericana. Y, por
eso mismo, Cristina es la conductora del movimiento nacional-popular en la
Argentina, porque cada uno de nosotros ve en ella la exigencia máxima, el
compromiso absoluto, una fortaleza que supera la nuestra. Cristina es líder,
estímulo, ejemplo, potencia movilizadora.
Cuando, durante las terribles jornadas de
octubre de 2010, repetíamos en pancartas, gritos y llantos, la frase: “Fuerza
Cristina”, si bien en lo que pensábamos era en darle “fuerza” a ella,
probablemente el sentido verdadero de esas palabras era otro: que ella nos dé
“fuerza” a nosotros. Pues ya en ese entonces sabíamos, como lo seguimos
sabiendo hoy, que la fuerza de Cristina es inquebrantable.
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