Ágoraa diario la arena política

realidad en blanco y negro...

Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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viernes, 24 de diciembre de 2010

Las cabezas parlantes interlocutoras del más allá.

opinión. Agora...a diario 24/12/2010



José Antonio Gómez Di Vicenzo

Las cabezas parlantes mecánicas (the talking heads) que reproducían sonidos artificiales irrumpieron en el escenario de las cortes europeas desde el siglo X de nuestra era causando en el público, espanto, curiosidad, interés y estupefacción. Se trata de artilugios mecánicos construidos con el objeto de producir placer y diversión en las cortes medievales. Desde el papa Silvestre II (Gerberto de Aurillac) (945 – 1003), Alberto Magno (1193/1206 – 1280), Grosseteste (1175 - 1253) y hasta Roger Bacon (1214 - 1294)construyeron sendas cabezas parlantes mecánicas corriendo el riesgo de ser acusados de herejía por la Inquisición. Más allá de las toscas acusaciones propias de mentes muy proclives a ver brujas por todos lados, la verdad es que las cabezas parlantes no eran más que ingeniosos artefactos construidos con el propósito de entretener a los espectadores incapaces de notar, en principio, que detrás de aquellas fantásticas siluetas, se ocultaba un espléndido artefacto de relojería. Claro es que el truco no duraba mucho y en poco tiempo todos sabían de qué se trataba.

Las cabezas parlantes han vuelto pero ya no son tan precisas como antes. Su lógica no se encuentra tan aceitada. Aún así siguen adjudicándose el derecho y el don de ser mediadoras entre el mundo de las ideas inmutables, las esencias, en definitiva lo real, y las masas torpes y tuertas capaces tan sólo de dejarse llevar por las apariencias. Hay algo que las nuevas cabezas parlantes comparten con sus antepasados medievales: éstas como aquellas son incapaces de ingerir alimentos. El autómata no come, no digiere, no deglute. Ni sapos, ni lomo al champignon, ni choripán, ni nada. El autómata es como un asceta. Rara capacidad la del autómata, un ser dotado de todos los avances de la técnica, un ingenioso mecanismo de relojería cuyos movimientos están autoritariamente determinados por la lógica de su funcionamiento; rara capacidad, decía, la de poder ir más allá de las apariencias y no tragarse ningún sapo. Las cabezas parlantes de hoy nos dicen con esa voz cibernética que las caracteriza que nos van a explicar cómo es la realidad a todos aquellos sapofagos que de un tiempo a esta parte esgrimimos un discurso en el que el rol de lo simbólico se rescata como herramienta de lucha contra-hegemónica. Nos aseguran una vez más que todo es en vano puesto de lo que se trata es de revolucionar las relaciones sociales capitalistas, que nos está engañando un grupo de turros con poder y dinero que no quiere otra cosa que reproducir el statu quo, que no le interesa construir consensos (esto es a todas luces un resongo de derecha, el marxista que se precie de tal no caería en tal pavada a sabiendas que ni Lenin, ni Fidel, ni el mismo Che, estaban dispuestos a paralizar el rumbo de la revolución cayendo en un estado de deliberación permanente). Nuevamente, “chocolate por la noticia”.

El gran problema del que ya me he encargado en otros artículos es que nunca nos dicen cómo hacerlo, nunca llenan el camino dialéctico que debería conducirnos hacia tal objetivo. Con lo cual la política queda clausurada. Gramsci, el gran marxista italiano, se mofaba de quienes como las cabezas parlantes sostenían que la política era cosa de intelectuales capaces de ver sólo las esencias. Decía que la política era más bien cosa de apariencias. Pero claro, nuestras cabezas parlanchinas tienen que deslumbrar a las cortes, tienen que mostrarse ellas mismas como portadoras de las esencias. Lo paradójico es que todo es un gran circo, que todo es una puesta en escena, que todo es pura cáscara y apariencia. Porque detrás de un discurso simplón, de un progresismo berreta que no alcanza ni para garparle la birra al operario fabril de Loma Hermosa, se esconde la actitud del facho que cree sabérselas todas subestimando la capacidad de las masas populares por enrolarse tras un discurso y una práctica como protagonistas y dadores de letra. Del comerse sapos al “van por el tetra y el choripán” hay un solo paso. Es como ese viejo burgués que sentado a la mesa, con la panza llena y el vaso de whisky en la mano te dice “pibe yo te voy a explicar, está bien hoy sos zurdito pero después, con el tiempo, vas a ver que las cosas no son como vos las ves, vas a descubrir que la cosa es más compleja, etc., etc. etc.”.

Es notable que habiendo tanto tema interesante (las condenas a Videla y compañía, los sucesos en Constitución, etc.) las cabezas parlantes se queden enroscadas esgrimiendo argumentos contra interlocutores kirchneristas. Es curioso que tras el innegable curso progresista que están tomando las cosas en el país, cuando se abren nuevos espacios de discusión, cuando se amplía el horizonte de lo posible, las cabezas parlanchinas se cierran en la negación, la clausura de los procesos, incurriendo en una lógica que muy lejos queda de la dialéctica que supieron amasar, negando las grandes experiencias históricas y pensando que las mismas no son ni más ni menos que meras puestas en escena para un conjunto de salames sapofagos. El sujeto histórico es quien ve las esencias, no el torpe llevado de las narices, es casi lo que nos están diciendo. Casi un argumento gorila el que corre por las venas de la cabeza parlanchina.

Este cronista no tiene mucho más que agregar dado que más sería una mera repetición de cuestiones ya esgrimidas de antemano en otros artículos. Se rehusó a volver aquí con aquello del valor de lo simbólico en el tránsito hacia la utopía, en la necesidad de operar en ese plano para conquistar poder e ir haciendo las transformaciones estructurales necesarias y demás cuestiones propias de la aburrida teoría política que nuestra cabeza parlante parece dominar como buen clérigo su biblia. Sólo restaría una reflexión.

En el Medioevo sólo un pequeño grupo de imbéciles se comía el sapo de las cabezas parlantes. Se trataba de ese minúsculo grupo de torpes pero poderosos que veían conspiraciones por todos lados. Ese grupo de trogloditas, más otro que no se creía lo de la cabeza pero sabía que era peligroso que otros sí cayeran, querían quemar en una hoguera al constructor de la cabeza parlante. Dicen que Tomás de Aquino quemó la de su maestro Alberto Magno para encubrirlo y que no lo acusen. Ese minúsculo grupejo de sujetos más papistas que el papa no se enganchaba con el entretenimiento. Para el resto, la cabeza hablaba y nada más. Ocurre lo mismo hoy. Cuando uno va al cine a ver una película de ciencia ficción no se cree que lo que dice la película sea real. Cede y se deja llevar. De eso se trata. Si no, no se daría el hecho artístico. Nuestra cabeza parlanchina cibernética actual se para desde el lugar que todo lo sabe, que todo lo ve, que puede ir más allá, pero su posición es la del cómodo, la del tipo que desprecia al que viene de abajo queriendo aportar para hacer las transformaciones que sean necesarias, toda esa masa de gente que ocupó un lugar en la historia en una Plaza de Mayo innegable hace tan sólo unos meses a la que nuestra cabeza parlanchina ve como sapofaga. Pues esa masa de gente amorfa piensa y hace y en esa praxis transforma lentamente lo dado. Nuestra posición, creo yo, no es ni una ni la otra. Decididamente no es la del que está frente a la película y se deja llevar tan sólo por diversión. La idea es comprometerse. Puesto que la política no es eso que nos pasa como una película de cine, es algo a construir todos los días, es algo en lo que las bases tienen mucho que decir y hacer, es algo que se hace desde lo macro pero también desde lo micro. Nuestra posición, creo yo insisto, no es tampoco la del sabio que sólo ve esencias, que como la cabeza parlante, transmite un mensaje del más allá (un más allá que no habita un mundo trascendental sino un mundo que ya fue, un mundo complejo pero simple a comparación con el actual), inaccesible para el gran público. Nuestro lugar es el lugar del que busca a tientas, del que sabe adónde va, del que piensa estrategias pero ponderando la contingencia. Del que sabe que en esta formación social teñida de una historia que la hace especial, el lugar de lo simbólico es importante como elemento fundamental para el cambio. Ninguna transformación tendrá lugar en lo estructural si no se cambian las cabezas, si las subjetividades no se dejan permear por lo posible, por lo deseable, por la utopía. Pero claro, para nuestras cabezas parlanchinas este horizonte es inalcanzable, habida cuenta mis amigos que las cabezas parlanchinas se oxidaron hace rato.



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