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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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jueves, 22 de abril de 2010

De las “relaciones carnales” a la Segunda Independencia

opinión. Agora...a diario 22/04/2010




Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis

Lo ocurrido en el acto-homenaje al Bicentenario de Venezuela era impensable unos años atrás. La primera mandataria argentina fue la elegida para dar el discurso central en la Asamblea Venezolana. Habló de la unidad latinoamericana, de la lucha por la Segunda Independencia (aquella de la que también hablara el Che Guevara), del colonialismo que las potencias siguen ejerciendo sobre nuestra región. En el salón en donde pronunció estas palabras se encontraban, entre otros, Evo Morales, Raúl Castro, Rafael Correa, y, por supuesto, Hugo Chávez. Es decir, se encontraban los máximos representantes del “Eje del Mal” en Latinoamérica.

Esto no deja dudas sobre la posición de la Argentina con respecto al proceso de transformaciones que se vienen desarrollando en América Latina durante los últimos años. Chávez es la figura más detestada por el establishment internacional. Tanto su persona como sus políticas son constantemente atacadas por las corporaciones multimediáticas transnacionales y por los líderes políticos estadounidenses (tanto demócratas como republicanos), hasta tal punto que, como se recordará, un pastor protestante llegó a decir que habría que matarlo. Salvando las distancias, la Venezuela de Chávez podría llegar a ser comprendida como aquello que fue Cuba unas décadas atrás: una bisagra en la región que, según la posición que un gobierno tome con respecto a ella, marcará la tendencia general de ese gobierno sobre su alineación frente a las potencias, al mismo tiempo que establecerá los límites de su concepción sobre la soberanía nacional.

Que nuestra Presidenta, no sólo haya asistido a los actos del Bicentenario, sino que haya sido la principal oradora, es, por lo tanto, una señal irrefutable. Igualmente, no se trata de un hecho aislado. Desde el 2003, los cambios estructurales realizados en la política interna de nuestro país tuvieron como correlato, un cambio de posición con respecto a la alineación internacional. El “no” al ALCA, la integración regional traducida en el nuevo empuje dado al MERCOSUR y en la más reciente conformación de UNASUR, el compromiso con la democracia hondureña tras el golpe dado al gobierno legítimo de Manuel Zelaya, la condena al tratado que firmó el Gobierno de Colombia con Estados Unidos sobre la conformación de las siete bases militares, la condena también al bloqueo económico que Estados Unidos sigue perpetrando contra Cuba, son algunas de las muestras del proceso abierto durante el Gobierno de Néstor Kirchner y continuado, ahora, por el de Cristina Fernández.

Unos renglones más arriba, dijimos que esto era impensable unos años atrás. Efectivamente, los años noventa tuvieron como bastión, en lo concerniente a la política internacional, el lema de las “relaciones carnales”. Más allá de las analogías con las implicaciones sexuales y con el rol que le tocaba a la Argentina en estas, las “relaciones carnales” fueron la subsunción de nuestro país a los intereses de Estados Unidos y de las grandes corporaciones del poder financiero internacional. Eso ameritó que Fidel Castro haya tildado, con razón, al Gobierno Argentino de aquél entonces como “lamebotas de los yanquis”.

A su vez, no es casual, que la época de las “relaciones carnales” haya coincidido con la destrucción social del país. Desde el desmantelamiento del aparato productivo hasta los indultos otorgados a los represores, se trataron de políticas en consonancia con la posición que había adoptado el Gobierno en el plano internacional. Pues, la “Cuestión Nacional” y la “Cuestión Social” se encuentran relacionadas dialécticamente. La subordinación de una nación periférica a los dictámenes de una potencia conlleva necesariamente a la desaparición de las posibilidades tanto de crecimiento como de integración social. La Nación se disuelve y no queda más que un territorio fragmentado y atomizado que tiene como única función acrecentar las ganancias de los países poderosos y de los grupos económicos que en ellos funcionan. Es de notar, a modo de ejemplo, que la afirmación realizada por Julio Roca Hijo de que “la Argentina era la más valiosa de las joyas de la corona británica” se haya realizado en plena década infame, periodo caracterizado por las condiciones nefastas en que se hallaban sumergidos la mayoría de los argentinos.

Por otra parte, en nuestro país, las determinaciones históricas hacen que todo intento de emancipación de las fuerzas dominantes internacionales requiera de la unidad regional enmarcada en un proyecto continental común. Así como la “Cuestión Nacional” se desarrolla dialécticamente junto a la “Cuestión Social”, el destino de la Argentina va de la mano del destino de los demás pueblos latinoamericanos. Es la tesis de la “Patria Chica” y de la “Patria Grande”. En ella se señala que la soberanía nacional sólo es realmente posible en un marco de soberanía regional. Ser argentino implica ser latinoamericano, al igual que ser venezolano o boliviano, también significan lo mismo. Somos partícipes de una Historia común donde la búsqueda de la soberanía y de la justicia social son las metas más importantes a alcanzar.

En este sentido, formar parte del “Eje del Mal”, junto a Chávez, Evo Morales, Castro, etc. se convierte en condición necesaria para la consolidación de la soberanía nacional y también para la constitución de un país más justo y equitativo. La integración regional de la que habló Cristina Fernández, en tanto conformación dialéctica donde las diferencias no se anulen sino que abran nuevos horizontes de posibilidad más ricos y creativos, es una de las metas más importantes a las que debemos aspirar como argentinos y latinoamericanos.




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