Ágoraa diario la arena política

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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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jueves, 17 de diciembre de 2009

El Imperio se muestra tal cual es

opinión. Agora...a diario 16/12/2009



Maximiliano Basilio Cladakis

Si en algún momento se pensó que la presidencia de Obama podía implicar una transformación en lo que concierne a la manera de operar del Imperio, los últimos acontecimientos han demostrado que no se trató más que de una esperanza vana. El “cowboy” de ceño fruncido y de pocas palabras cedió su lugar al afroamericano de sonrisa y gestos liberales. Eso fue todo. Si bien durante la campaña, como así también durante los primeros días de gobierno, hubo palabras, estas no devinieron en actos políticos reales. Precisamente, unas semanas atrás, Michael Moore publicó una carta abierta dirigida a Obama. El director de Fahrenheit 911 y de Bowling for Columbine se había mostrado muy entusiasta con el triunfo del actual presidente de los Estados Unidos; sin embargo frente al posible anuncio de enviar refuerzos a Afganistán, le escribió pidiéndole que no se convierta en un “Presidente de Guerra” y que no defraude al pueblo que lo votó. De más está decir que el pedido de Moore no sirvió de mucho.

El miércoles pasado, en efecto, Obama envió treinta mil hombres a Afganistán. Al día siguiente, cuando recibió el Premio Nóbel de la Paz dio un discurso en el cual el eje giró en torno a la defensa de dicha acción. Se trató de un discurso explícitamente belicista, sin matices. Por un lado, defendió la teoría de la “guerra justa”. Por otro, revalidó el rol que Estados Unidos ha tenido durante seis décadas como policía global en resguardo de la “democracia” y de los principios liberales. Sus palabras fueron el sinceramiento de lo que se venía anunciando. Si durante la campaña y primeros días de gobierno, Obama pareció mostrar cierta ambigüedad en sus posiciones, dicha ambigüedad comenzó a esfumarse mediante cuestiones tales como la continuación del bloqueo a Cuba y el giro tomado en relación al golpe de Honduras. Los treinta mil hombres y el discurso en la entrega del Nóbel fue el blanqueo total. Obama se paró frente a la Fundación Nóbel como lo que es: el Presidente de la mayor potencia militar del planeta. Y dejó bien en claro que los intereses de su país (claro que habló de estos mediante eufemismos tales como “democracia”, “lucha anti-terrorista”, etc.) están por encima de todo, incluso de la sonrisa encantadora y del color de piel.

Por otra parte, haciéndose eco del mensaje dado por su presidente, el viernes pasado la Secretaria de Estado Hillary continuó la línea de imposición imperial. Esta vez, las palabras fueron dirigidas a América Latina. La esposa del ex-presidente les advirtió a los gobernantes de algunos países de la región (principalmente Venezuela y Bolivia) sobre las consecuencias que podría haber si no cambiaban sus relaciones con Irán. No se trató de otra cosa más que de una amenaza. Que un alto funcionario estadounidense hablé de “consecuencias” que podría acarrear el no cambiar de actitud, jamás significó otra cosa. Además, sostuvo que hay gobernantes que son electos por medios democráticos, incluso con el apoyo de enormes mayorías, pero que una vez en el poder comienzan a socavar las instituciones. Dio a entender que eso es algo que Estados Unidos no iba a permitir. No es casual que haya dicho esto cuando, unos días atrás, Evo Morales había triunfado en Bolivia con una mayoría aplastante del sesenta y tres por ciento de los votos. Frente al innegable apoyó popular, revalidado por los medios democráticos tradicionales, se necesitaba una excusa nueva para oponerse a los gobiernos que no siguiesen las directivas emanadas de Washington. Ahí aparece, entonces, el “respeto a las instituciones” (vale aclarar que este concepto es mucho más ambiguo que el de elecciones democráticas y que, por tanto, puede ser manipulado con total libertad según las conveniencias). A partir de este concepto, habrá “democracias buenas” y “democracias malas” y las únicas que merecerán el respeto de los Estados Unidos serán las primeras.

El Imperio, pues, ha comenzado a desplegarse. Esto supone el riesgo para todos los países no alineados bajo su égida. Atilio Borón sostiene que, en Estados Unidos, hay un poder temporal, que es el del presidente, y un poder real, que es el de la corporación militar-industrial. En tanto “real”, es este último el que siempre termina por imponerse. En este sentido, el caso de Obama nos demuestra que dicha tesis no es para nada desacertada.


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