Maximiliano Basilio Cladakis
El horror, la crueldad y la violencia son hechos fácticos en la
historia concreta de los hombres. Toda meditación seria acerca de
una práxis ética y política que se proponga transformadora del
status quo debe partir de este factum incuestionable.
Las potencias aniquiladoras, aquello que el teólogo alemán Karl
Barth denominaba lo “nulo”, son realidades efectivas que
atraviesan la existencia humana. En este sentido, la historia humana
es una historia infernal.
La potestad de lo aniquilador como continuum que
rige los destinos de la humanidad hace que la ética y la política
deban ser pensadas y actuadas desde una perspectiva redentoria. Si el
Mal es el origen, el bien es lo que debe instituir un nuevo sentido
en la historia, lo que, en cierta medida, implica gestar una nueva
historia. Parafraseando a Gramsci, el pesimismo es el punto de
partida de un optimismo que se realiza en la praxis.
¿En que se fundamentaría este optimismo? Por un lado, en una
negación del modo en el que se presenta la realidad. Sin embargo, no
se trata de una negación que se agota en sí misma, sino en una
negación dialéctica. La negatividad de este optimismo es al mismo
tiempo la afirmación de lo que la realidad niega. Y lo que niega la
realidad presente es al ser humano. Las potencias aniquiladoras son,
ante todo, aniquiladoras de la humanidad.
Por otro lado, si bien el sentido de la historia esta regido por
estas potencias aniquiladoras, hay momentos de disrupción, momentos
que parecieran resquebrajar el dominio de dichas potencias. Esos
momentos fundan la promesa de una nueva humanidad, o, tal vez sea más
preciso hablar de una humanidad verdaderamente humana, una humanidad
que triunfa sobre lo inhumano. En esa promesa a se abre la esperanza
de otra historia, una historia ya liberada de la tiranía de lo
inhumano. En términos de Marx, es el traspaso del Reino de la
Necesidad al Reino de la Libertad. Dicha esperanza es uno de los
fundamentos del optimismo.
El humanismo, comprendido como realización de lo humano y triunfo
sobre las potencias aniquiladoras, es una realidad que se va
efectivando en actos concretos, realizados en cualquier situación,
donde se niega la realidad de lo inhumano y se afirma la esperanza
de una humanidad integral. Esta humanidad integral es, al mismo
tiempo, la negación de la humanidad tal como se ha dado en el
devenir de la historia del hombre: es decir como humanidad
desgarrada, como humanidad que se divide entre amos y esclavos (según
diría el filósofo ruso alexandre Kojeve). La humanidad integral es
la superación y eliminación de la relación amos-esclavos,
opresores-oprimidos, explotadores-explotados.
La humanidad integral exige, por lo tanto, un nuevo modo de ser
humano. Aquí aparece una idea central para esta forma de comprender
el humanismo, una idea que de manera latente ha estado presente a lo
largo de la historia del pensamiento, desde el Apostol Pablo hasta el
Che Guevara: la idea del hombre nuevo.
El hombre nuevo supera la antinomia “egoismo-altruismo”
porque supera la antinomía “individuo-humanidad”. El hombre
nuevo sabe que su causa es la causa de la humanidad y que la causa de
la humanidad es la propia causa. Esta figura, que aún no es, abre un
movimiento de transformación que se despliega tanto dentro de
nosotros como por fuera. El triunfo sobre las potencias aniquiladores
es, al mismo tiempo, un triunfo sobre el campo social como sobre
nosotros mismos, en tanto en nosotros mismos también habita, de
manera conciente o inconciente, el dominio de lo inhumano.
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