Maximiliano Basilio Cladakis
El sistema en el que vivimos es un sistema signado por la
competencia. Cada uno de nosotros es competidor en una carrera
infinita: se trate de trabajo, de dinero, de reconocimiento, de
profesiones, etc. En esa carrera infinita, se gana o se pierde, es
decir, se es un ganador, o se
es un perdedor. La
experiencia fundamental que tenemos del otro es, entonces, la de un
competidor, la de un rival. Gano porque el otro pierde, pierdo porque
el otro gana. El otro es mi negación y yo soy la negación del otro.
Entre el otro y yo existe una relación de antagonismo recíproco.
En la Crítica de la
razón dialéctica, Jean Paul
Sartre habla de la existencia de una moral maniquea que atraviesa la
historia de la humanidad. Esta moral presenta al Bien y al Mal en
términos absolutos y comprende la propia humanidad como el Bien
mientras que el Mal sería la amenaza a mi humanidad. En la
institución de la vida como carrera, esa amenaza a mi humanidad es
el otro. Todo lo que tengo por ganar se lo tengo que ganar al otro y
todo lo que puedo perder es lo que el otro me puede arrebatar . El
otro, por tanto, es el Mal. Al mismo tiempo, yo también soy, para
el otro, el Mal, ya que su experiencia es la misma que mi
experiencia. Ambos somos competidores de la misma carrera, ambos
anhelamos lo mismo.
El filósofo inglés Tomas Hobbes
decía que, en el estado de naturaleza, “el hombre es lobo del
hombre”. Sin lugar a dudas, en nuestra cotidianidad, la sentencia
aparece como una revelación venida desde los mismos cielos.
Competimos por el otro por un trabajo, por un hombre, por una mujer,
por un cargo académico, por “posicionarnos en la vida”. Debo
vecer al otro o seré yo el vencido por él. Se trata de una verdad
evidente de suyo.
Sin embargo, como muchas
“verdades evidentes” es una falacia. Más aún, es una “farsa”
en el sentido teatral del término. Nos ponen en un escenario que
creemos que es el único escenario posible. La carrera nos engaña:
ganemos o perdamos en ella, al aceptar la imposición, ya perdimos
puesto que aceptamos un juego que nos deshumaniza. Precisamente, la
deshumanización es comprenderse como competidor de una carrera. El
Estado de Naturaleza del que habla Hobbes no es un verdadero Estado
de Naturaleza, es el escenario preparado por un Otro, con mayúsculas,
que me domina a mí y al otro. Ambos somos víctimas de ese Otro, de
ese sistema que nos cosifica y devora, de esa industria de
deshumanización que, a nivel global, cercena vidas por millones,
tanto fisica como subjetivamente.
Recuperar nuestra libertad,
humanizarnos en medio de un sistema de deshumanización requiere,
ante todo, desalienarnos del proyecto existencial que el sistema nos
impone. No jugar la carrera es una condición absolutamente necesaria
para ello. Si el Mal es la deshumanización, el Mal es el Otro, no el
otro. En este sentido, el proceso de reinstitución de nuestra
humanidad implica volver a lo que el filosófo aleman Immanuel Kant
sostenía como uno de los pilares de la moral: “no tomar al otro
como medio sino como fin en sí mismo”. Todo acto de verdadera
emancipación debe partir de esa premisa tan elemental pero, al mismo
tiempo, tan subversiva y trastocadora del orden establecido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario