Maximiliano Basilio
Cladakis
El neoliberalismo impone un destino. Su
finalidad es la concentración infinita de la riqueza. Es el reinado absoluto de
la forma-mercancia por sobre todas las dimensiones que constituyen la
existencia humana. Un error común es concebirlo solamente como un modelo
económico. El neoliberalismo es un sistema totalizador que, obviamente, abarca
la esfera de lo económico, pero también lo hace con lo político, lo ético, lo
cultural, incluso con lo metafísico y teológico. Se trata de un sistema que
instituye al mundo como totalidad, que instaura un destino sobre la humanidad
entera.
La lógica neoliberal cercena millones de
vidas y lo hace desde los más diversos planos. Desde la dimensión material, la
concentración de la riqueza asesina por hambre, por desnutrición, por generar
condiciones de vida invivibles, por enfermedades propias de la miseria. Pues,
la miseria es la condición necesaria de la concentración de la riqueza, la miseria
está en el núcleo mismo de la lógica neoliberal. Por otra parte, el
neoliberalismo mata por medio de la represión hacia quienes se alcen contra su
dominio. La libertad del neoliberalismo es la libertad de la mercancía y esa
libertad significa un orden dictatorial que no admite cuestionamientos. La cárcel o el plomo son el
destino que impone a quienes se atrevan a desafiarlo.
Ahora bien, hay una forma más sutil a partir
de la cual dicho orden asesina. La oposición “ganadores-perdedores” es uno de
los ejes a partir de los cuales el sistema intenta justificarse culturalmente.
Los poseedores son tales porque supieron jugar
en el libre juego del mercado (que se presenta a sí mismo como la vida
misma) mientras que los no poseedores
son de dicha condición por no haber sabido jugar
o por haber jugado mal ese juego. Es
decir, los unos son lo que son debido a su merito, los otros por a su falta de
mérito. Dicha oposición muchas veces es introyectada y el no poseedor se
concibe a sí mismo como perdedor, como culpable de la condición en la que se
haya, en vez de comprenderse como víctima de un destino impuesto desde fuera.
La subjetividad, entonces, queda destruida. El “perdedor” se existe como
perdedor, excluido de todo valor (ya que el
único valor es el de la mercancía), por lo que al identificar su
subjetividad con dicha idea, muere como hombre psicológica y culturalmente.
El hambre, la represión, la cárcel, la
destrucción del sí mismo es el destino que el neoliberalismo instituye para las
grandes capas de la población. Se trata de un destino perverso, genocida y
deshumanizante que sólo puede quebrarse a partir de una organización colectiva
fundada en lógicas humanistas que tenga por finalidad reinstituir lo humano por
sobre la divinización de la mercancía.
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