Leandro Pena
Nací en democracia y viví mi niñez en tiempos
de la dictadura cívico-militar. Mi maestra de primer grado, Graciela, pedía a
mi mamá que comprara cuadernos de caligrafía para que aprendiera a escribir. Recuerdo
que lo usábamos para todos las materias hasta tercer grado. La maestra me
decía: “Pena, haga bien la pancita de la “a”, y que no se salga de la
cuadrícula de arriba y cuando baja la mina del lápiz hágale una pequeña casita
y vuelva hacerle el circulito completo sin pasarse arriba y de debajo de la
línea de demarcación.” Su voz era suave aunque, sin duda, firme. Así fue todo mi primer grado. Y en
segundo, también lo tuve que hacer y en todas las materias. Incluso matemática
en la que el segundo palito del cuatro, el que va hacia abajo, debía coincidir
en la bajada justo quebrando en el medio de la línea inclinada del reglón de
caligrafía. Vivía en Córdoba. A la salida del Colegio tipo cinco de la tarde,
íbamos rápido a tomar el colectivo 72 o 73 que nos llevaba al barrio La France.
Allí vivía con mi abuela. Cada tanto la sirena de lo automóviles policiales Torino,
solían sonar. Los autos eran azules y blancos. Mi abuela me ponía en mi mochila
el carnet de escolar para viajar. Esos hombres de azul y gorra con el escudo
nacional plateado arriba de la visera
eran gordos y de rostro adusto y me daban miedo siempre.
El tema de la letra siempre fue un problema.
En mi primer año de profesorado el profesor de Teoría de la educación no
corrigió el examen porque no me compendia la letra. Se lo tuve que leer todo
completo. Recuerdo que al finalizar, con torso adusto me preguntó: A Ud:.
¿Quién y cuando le enseñó a escribir? ¿No sabe escribir bien?
Ayer fue el día del profesor. En uno de los
institutos me regalaron un anotador pequeño, de anillado plateado tapas azules
y tiene escrito en letras verdes y blancas una leyenda que dice así: “Enseñar
es escribir en el corazón de un niño”.
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