Maximiliano
Basilio Cladakis
La existencia humana es una existencia
política. Existir en el mundo es existir
junto a los otros. Cada existencia se despliega en relación a las otras
existencias, instituyendo la historia colectiva de la humanidad. Aristóteles lo
señaló muy claramente en las primeras páginas de su Política: el hombre es un animal político. Por lo tanto, negar la
política es negar la propia humanidad. La etimología de la palabra “idiota” es
significativa en este aspecto. Los griegos designaban como idiotes a aquel cuya vida se limitaba a lo propio, a lo particular,
es decir, a aquel que no tomaba partido en los asuntos de la polis, de la comunidad. La existencia autentica del hombre se da sobre
el horizonte de un mundo y de una historia donde los destinos particulares se
entretejen con los destinos colectivos.
En ese entrecruzamiento, el conflicto es una
noción central. La vida colectiva implica diversidad y oposición, intereses
opuestos, cosmovisiones antagónicas, disputas, luchas. El sentido conflictual,
agonístico de la vida común tiene un eje nodal, una oposición primaria: la
opresión. La opresión es la relación esencial sobre la que se articula la historia
y la política. Marx lo expresó en la célebre frase del Manifiesto comunista acerca de que la historia de la humanidad es
la historia de la lucha de clases. El
antagonismo entre opresores y oprimidos se revela, a lo largo de los siglos,
como oposición originaria. La opresión es la realidad efectiva de la historia.
Toda idea, en torno a la política y a la historia que intente velar este hecho
es una toma de posición a favor de los opresores. “Hay opresión”, se trata de
una verdad insoslayable cuyo velamiento significa complicidad. Los discursos
del dialogo y del consenso que parten de la falsa idea de una igualdad ya realizada
son meros artilugios de la derecha para seguir reivindicando sus privilegios de
clase. Pues ser de derecha es
elegirse a favor de los opresores.
Existir nos coloca ya en la inexcusable
obligación de tener que elegir. Se trata de una elección radical que pone en
juego no sólo nuestra subjetividad sino a todos los demás hombres: se está del
lado de los opresores o de lado de los oprimidos. Se trata de una elección
total y absoluta que define a cada uno y a su mundo circundante. Se existe políticamente en el mundo y ese existir
implica una toma de partido. Se está a favor o en contra de la opresión, se
está a favor o en contra de la deshumanización de las capas más amplias de la
población mundial. Siendo la opresión un hecho, no hay forma de no tomar
posición. Incluso, elegirse como idiotes
es elegirse a favor de los opresores. La apoliticidad, además de negar a propia
humanidad, nos hace cómplice en una historia donde la opresión dirige los
destinos de la humanidad.
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