Maximiliano Basilio Cladakis
Desde hace
tiempo, en el campo nacional-popular, hemos comenzado a hablar del “poder real”.
Con este término, nos referimos al conglomerado corporativo, económico y
comunicacional que detenta la posibilidad de estructurar el mundo a partir de
sus intereses materiales y simbólicos. La acepción responde, también, a la
necesidad de diferenciarlo del poder político representado por los gobiernos
populares que, sobre todo en Latinoamerica, han surgido durante la primera
década del siglo XXI. Para no hacer del “poder” un significante vacío, la
diferenciación es fundamental. El poder real no es el poder político, por el
contrario, los gobiernos populares tales como los de Kirchner, Lula, Evo,
Chávez, Cristina, Correa, han sido el polo de disputa contra el cual se ha
alzado el poder real a lo largo y ancho del continente.
La disputa
entre ambos poderes es una disputa totalizadora en la articulación de las
sociedades contemporáneas. No se trata, como muchas veces se ha querido insinuar
desde un escepticismo que no tiene nada
de inocente, de meros enfrentamientos aleatorios; por el contrario, se trata de
una lucha entre sentidos contrapuestos de la existencia humana. Los gobiernos
populares tienen como substancia que les da fundamento al pueblo y su finalidad
es la consolidación y extensión de derechos para las grandes mayorías. Por el
contrario, el poder real se constituye como un plexo corporativo cuyo fundamento
es la abundancia de recursos (monetarios, comunicacionales, incluso bélicos) y
su finalidad es la maximización de riquezas.
Dentro de los
recursos del poder real se encuentra también la posibilidad de subordinar al
poder político y al Estado: o bien por medio del empleo de las fuerzas armadas
(dictaduras militares), o bien por las cooptación de partidos políticos de
arraigrambre popular (como sucedió con el menemismo y el delarruismo), o bien,
por el armado de partidos nuevos que logran instalar candidatos que provienen directamente
del mundo de los negocios. En estos casos, el poder político no es un poder
autónomo, sino que es una extensión más del poder real, un mero instrumento
entre otros instrumentos.
El horizonte
político actual de nuestro país es un claro ejemplo de ello y, hace unas
semanas, Cristina lo señaló claramente en un discurso: el actual Presidente de
la Argentina no es el poder real. En todo caso, Mauricio Macri es solamente a quien el poder real, a partir
de una serie de tácticas mercadotécnicas, logró instaurar en la Casa Rosada.
Por ello mismo, no responde a los intereses del pueblo, sino a los de aquellos
que son sus mandatarios. La reunión con los CEOS de las grandes empresas
nacionales y transnacionales en el CCK es la fotografía más notoria de este
fenómeno. Macri habló allí para parte de ese poder real a quien responde y, más
allá de algunas críticas que lo trataron de ser demasiado “tibio”, por ello fue
aplaudido y ovacionado, las políticas que la Alianza Cambiemos está llevando a
cabo desde el 10 de diciembre de 2015 son las políticas que el poder real
exige. Y el actual gobierno no es más que un agente subordinado de dicho poder.
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