Maximiliano Basilio Cladakis
En el plazo exacto de una semana, la historia nos interpela a la
conmemoración de dos fechas nefastas que se articulan en una misma matriz
política, cultural e ideológica: el odio gorila. El 16 de junio de 1955 y el 9
de junio de 1956 son expresiones atroces de una forma de comprender y habitar
el mundo. Los bombardeos sobre la Plaza de Mayo, donde fueron asesinados
alrededor de cuatrocientos civiles, y los fusilamientos clandestinos en los
basurales del conurbano bonaerense no son hechos aislados, ni caprichos de la
historia, ni tampoco meros acontecimientos coyunturales. Por el contrario, son
hitos inherentes a la lógica del “gorilismo”.
El “gorilismo” es la expresión real, concreta y coherente de la derecha argentina.
En tanto propugnadora de privilegios, de un orden basado en la desigualdad de
clases, la emergencia de un gobierno nacional-popular, como lo fue el
peronismo, que extendió derechos hacia los sectores más vulnerables de la población
y restringió el anhelo de dominio absoluto de las elites locales y transnacionales
sobre los destinos de la Argentina, hizo que emergiera su verdadero rostro. Se
trataba de un rostro violento, salvaje, golpista y asesino. Los distintos
sectores que constituyeron la alianza golpista (Fuerzas Armadas, Iglesia,
grupos de poder concentrado de la riqueza, partidos políticos) revelaron, en
esas masacres, la verdad de su
existencia. El honor de la Patria, Dios y la Cristiandad, los intereses del
país, la institucionalidad, incluso la democracia y la república no eran, ni
son, más que meras palabras que se desvanecen en las acciones concretas de cada
sector.
Aunque estos sectores divergían en lo discursivo, los unía la práctica.
Las fronteras entre el conservadourismo y el autodenominado “progresismo”
(encarnado esencialmente en la Unión Cívica Radical y en el Partido Socialista)
se diluyeron para ser parte de un mismo bloque político, cultural y económico.
Las diferencias entre un sacerdote reaccionario que promulgaba el “Cristo Vence”
como lema para destituir al gobierno popular y democrático de Juan Domingo Perón
y las palabras de un llamado “socialista” como Américo Ghioldi acerca de que se
había acabado la leche de la clemencia para dar mostrar así su apoyo a las
masacres cometidas por el régimen criminal de Aramburu, lo exponen sin tapujos.
El gorilismo responde a una lógica clasista y segregadora que trasciende
la clasificación nominal de las ideologías. “Demócrata”, “republicano”, “”socialista”,
“cristiano”, “nacionalista” son significantes vacíos, cada nomenclatura es una
mera superchería, un ornato, que cae como una máscara frente a la realidad del
odio de clase que fundamenta sus prácticas éticas y políticas. La defensa
irrestricta a una configuración nacional que divida de manera casi estamental
las clases sociales y la subordinación a las clases dominantes son las capas
más profundas y reales del gorilismo.
No hay gorilismo de”izquierda”, ni gorilismo “nacionalista”, ni “gorilismo”
democrático ni “republicano”. El gorilismo
odia a quienes desafían su excluyente visión del mundo y ese odio ha sido, y
es, procurador de muertes, torturas y
desapariciones.
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