Maximiliano Basilio Cladakis
“Democracia” y “emancipación” son substantivos y la substantivación
implica el riesgo de la osificación, el riesgo, el peligro, de que conceptos
fundamentales para la vida colectiva se transformen en una mera pieza de museo,
es decir, en piedra muerta. En lo que concierne a estos dos conceptos, los
substantivos se deben fundar en los verbos, no al revés. “Democratizar” y “emancipar”
son verbos, acciones, que designan una praxis continua, inacabada e inacabable.
La prevalencia del verbo implica la prevalencia de la acción por sobre las formas
fosilizadas en una dialéctica abierta, que jamás llega a una síntesis última,
una dialéctica que es el decurso mismo de la historia, de su perpetuo
movimiento y transformación.
Hablamos de “democratizar” y “emancipar”. Ligamos bajo una conjunción
dos conceptos que, a primera vista, podrían inferirse diferentes, no opuestos,
pero sí diferentes. La conjunción es adrede. Hablamos desde la “periferia”,
desde el mundo negado por el Mundo, desde el “patio trasero”, desde lo
subalterno, desde un continente cuyas venas abiertas brindaron su sangre para
alimentar al Occidente civilizado, centro real de la historia según la lógica
imperial.
El Imperio, pues, se realiza en actos que constituyen una lógica, no una
lógica formal, sino una lógica concreta, histórica. Esta lógica, por su parte, se
sedimenta en lo que Sartre llama lo “práctico-inerte”. La praxis se vuelve una
inercia que determina el campo de posibilidades de las acciones posteriores. Al
mismo tiempo, la lógica imperial determina el campo de acción del mundo “imperializado”.
La alternativa cookeana “liberación o dependencia” se encuentra determinada por
el imperialismo. Desde la periferia del mundo, que es periferia a partir de la
totalización imperial, la alternativa se realiza en proyectos políticos
radicalmente opuestos. Se trata de una elección absoluta. Optamos,
necesariamente, por uno de los dos términos de la disyunción y, a partir de
allí, llevamos a cabo nuestras praxis, las cuales generarán, sucesivamente, una
contra-praxis desde aquel que imperializa.
En este sentido, nos encontramos
frente un permanente juego de entrecruzamientos dialécticos, de totalizaciones
y destotalizaciones, donde el “afuera” y el “adentro” se determinan recíprocamente.
En este aspecto, democratizar y emancipar son términos que establecen los
límites y sentidos de todo acto
político, los cuales, necesariamente, se circunscriben en un proyecto político
omnienglobante. Pues, todo proyecto
político es totalizador: optar por democratizar es optar por emancipar y optar
por emancipar es optar por democratizar. Cualquier discurso que no se
fundamente en esta relación, que plantee uno de los términos sin plantear el
otro, es una máscara detrás de la cual se esconde la subordinación y la
desdemocratización, no porque democratizar y emancipar sean lo mismo, sino
porque son elementos constituyentes de una unidad totalizadora dadora de
sentido.
Desde hace (años más, años menos) una década, los latinoamericanos tomamos
la elección de democratizarnos y emanciparnos. Como toda elección, se trata de
una elección que debe ser retomada día tras día. Más aún hoy, cuando el Imperio
vuelve a tenernos en el centro de la mira.
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