Edgardo
Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis
El 24 de marzo de 1976 advino el golpe de Estado que dio inicio a la
dictadura más sangrienta que atravesó la historia argentina. En unos días se
conmemorará dicho acontecimiento, nefasto, atroz, casi innominable. “Conmemorar”,
un verbo complejo, sutil, que no se agota en el simple “recuerdo”, el cual, a
veces, puede presentarse como imagen estática de un pasado ya agotado. Por el
contrario, “conmemorar” es un acto de compromiso con el pasado, pero también
con el presente y con el futuro.
Conmemorar el golpe de Estado de 1976 nos
obliga a pensar el presente, a tomar posición con respecto a nuestro tiempo. Y
nuestro tiempo se tiñe de ese pasado que, constantemente, amenaza con volverse
nuevamente una realidad efectiva. El pasado no está “cerrado”, el pasado es una
posibilidad presente, el pasado puede ser presente. El futuro puede ser el pasado.
La situación actual de Argentina, y, también, de América Latina nos
devela la posibilidad de ese regreso, quizás con formas distintas, más
discretas, donde no se trate de tanques de guerra recorriendo las calles, ni de
un general arrebatando el sillón de la Casa de Gobierno. Sin embargo, nos
encontramos frente a la posibilidad de un nuevo golpe de Estado. Los militares,
en última instancia, no fueron más que repugnantes medios para que las clases
dominantes impusieran a sangre y fuego un proyecto de país que las entronizará
definitivamente como amos indiscutibles de los destinos colectivos.
La última dictadura fue una dictadura cívico-militar.
Si bien, la parte militar de esa dictadura está siendo juzgada y condenada, y
sus nombres han caído en el descredito general, los ejecutores civiles siguen
activos. Grandes empresarios, oligopolios mediáticos, los tradicionales
exportadores terratenientes, ligados a
los intereses de las principales potencias bélicas y económicas que rigen el
mundo, continúan siendo el poder real en la Argentina. Frente a ellos, sólo se
alza el poder político encarnado en los
gobiernos nacional-populares. Derribar a estos gobiernos es el objetivo del
poder real para volver nuevamente a poseer la hegemonía absoluta sobre nuestros
pueblos.
La derecha está atacando hoy. El golpismo nos está atravesando hoy, no
de manera espectacular como unos años atrás, lo está haciendo rizomaticamente.
La derecha que no se dice como tal, que se camufla en periodistas autodenominados
independientes, en un poder judicial que se presenta como guardián sagrado de
los valores cívicos y republicanos, en apacibles ciudadanos autoconvocados a
manifestaciones organizadas en pos del oxímoron de pedir Justicia para la Justicia,
en gremios combativos contra el Estado y, a la vez, sicarios de las patronales, en agrupaciones y
partidos progresistas y de supuesta izquierda
que reivindican las reinvindicaciones de los más poderosos. La entente golpista
aparece difusa, como si nada las entrelazará. Sin embargo, más allá de todo
rizoma, constituyen una unidad totalizadora cuya finalidad es la misma.
Y esto no ocurre sólo en la Argentina. América Latina está siendo
atravesada por el golpismo. Venezuela, Brasil, Chile, son ejemplos de ello. Y
no es casual ni novedoso: América Latina, como sostenía Abelardo Ramos, es una
única nación. Siempre ha sido así y siempre lo será, la lucha por la
Emancipación y la Igualdad es una lucha continental, y los enemigos de esa
lucha son los mismos en cada una de las “patrias chicas”. A Pinochet le siguió Videla,
el intento de golpe contra el gobierno de Nicolás Maduro es en paralelo al intento
de golpe contra el gobierno de Cristina Fernández.
Conmemorar el 24 de marzo de 1976 implica, pues, necesariamente
situarnos en el momento actual que atraviesan nuestros pueblos, definirse en
esa situación, para que la tragedia no se transforme en farsa. En esa fecha marcada en rojo, las rizomáticas
voces golpistas tomarán distintas posiciones, los menos, dirán que lo que se
inicio ese día fue mejor que lo que sucede hoy susurrando, por lo bajo, el
apotegma: “con los militares estábamos mejor”, los más se presentarán
equidistantes y harán alguna reflexión cercana a la teoría de los dos demonios,
condenando la violencia política en abstracto, poniendo en el mismo sitio a víctimas
y victimarios, otros acudirán a la Plaza en un acto contra las Madres y Abuelas
aludiendo que la dictadura y el gobierno que encarceló a los dictadores son lo
mismo.
Las tres posiciones, distintas en lo formal, poseen el mismo contenido:
la realización de un golpe de Estado que haga retornar el entramado de dominación
que, durante dos siglos, imperó en Argentina y en el resto de la Patria Grande,
exactamente lo mismo que ocurrió el 24 de marzo de 1976.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario