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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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sábado, 11 de octubre de 2014

El neoliberalismo es un sistema

opinión. Agora...a diario 11/10/2014




Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis

Una larga tradición de pensadores comprende la historia desde una perspectiva esencialmente agonística. Maquiavelo sosteniendo que en cada ciudad habitan dos humores, el de los poderosos que desean oprimir al pueblo y el del pueblo que desea no ser oprimido; la célebre sentencia de Marx aparecida en el Manifiesto comunista acerca de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases; Kojève, en sus cursos sobre Hegel, afirmando que la dialéctica histórica es la dialéctica de la lucha entre amos y esclavos. Se trata de ejemplos notables por pensar la historia más allá de los optimismos ingenuos que ven la historia de la humanidad como si se tratase de una historia de rosas y de confraternidad universal en donde esa gran confraternidad avanza hacia un idílico estado de bienestar indefinido. Sin embargo, si hay avances, dicho avance contendrá, en verdad, la magnífica y terrible frase de Hegel: la historia avanza siempre por el lado malo.

Ateniéndonos a la experiencia concreta, la historia es conflicto y, ese conflicto, es, fundamentalmente, entre dos grupos humanos: oprimidos y opresores. Cada acto histórico se circunscribe en esa dialéctica infinita, es decir, cada acto, es, o bien un acto de liberación, o bien un acto de opresión. Esto implica que el acto no es nunca un acto que pueda ser comprendido de manera aislada, sino que sólo es comprensible dentro de una totalidad. La opresión es, pues, una totalidad, al igual que la liberación. La dialéctica es la forma de comprender la totalidad: totalidad de la historia, totalidad del conflicto, totalidad de la opresión, totalidad de la lucha contra la opresión.

Una época histórica es una totalidad que guarda en sí misma la historia pasada y la actualiza y renueva abriendo nuevos campos de conflicto. Hay un sino trágico en el devenir histórico del hombre: más allá de las utopías, cada nuevo momento implica un nuevo conflicto. Y más, los oprimidos de ayer pueden ser los opresores de hoy, y los oprimidos de hoy, los opresores de mañana. Cada utopía lleva en sí misma su negación, y cada oprimido que se libera lleva en potencia el germen de la opresión. Caben mencionar dos ejemplos: la burguesía era la clase oprimida dentro del sistema feudal y las Trece Colonias formaban parte del bloque de oprimidos del sistema colonial. Hoy la burguesía y Estados Unidos son los mayores representantes de la opresión a nivel global.

Precisamente, Estados Unidos y sus países aliados junto a la burguesía, en especial pero no exclusivamente la burguesía financiera y mediática, conforman el grupo hegemónico que constituye, en la actualidad, el sistema totalizador de la opresión: el neoliberalismo. Porque el neoliberalismo es un sistema totalizador que abarca las diferentes instancias que constituyen a la experiencia humana. La opresión no sólo es un fenómeno analizable en términos bélicos o coercitivos, sino que guarda un carácter económico, político y cultural. Se trata de una red compleja en donde convergen las fuerzas de las armas, la extorsión financiera, el poder mediático, la cooptación de partidos políticos. Desde está perspectiva, la lógica de la opresión no cambió durante las últimas décadas, a pesar de la caída de la caída del Muro de Berlín. Hay un centro que despliega su poder e intereses sobre la periferia. En ese centro convergen las potencias occidentales y las corporaciones económicas más poderosas del planeta. Del otro lado, hay una periferia que aparece representada, o bien como “patio trasero”, o bien como “estados terroristas”, o bien como regímenes “enemigos de la libertad”. En este contexto, el neoliberalismo es la forma en que el centro se extiende, o busca extenderse, por sobre la periferia para expandirse en pos de sus intereses. En este sentido, la libertad que proclama el neoliberalismo es la libertad de los opresores para oprimir al infinito a la periferia.

Esta libertad, que se quiere a sí misma como infinita, no es sólo una libertad económico-comercial, es una libertad total: es bélica, es cultural, es política. A los fondos buitres, a Goldman & Sach, le siguen las bombas sobre Irak, sobre la Franja de Gaza, los intentos golpistas en Venezuela, la demonización mediática de China, de Rusia y de gran parte del Mundo Islámico. Y muchas veces no se trata de actores distintos que juegan distintos papeles dentro de una misma obra. El litigio argentino contra los fondos buitres lo deja claro: estos mismos fondos participan del saqueo de recursos naturales sobre las islas Malvinas, que es parte fundamental del enclave colonialista británico, quienes votaron en contra de la Argentina en la ONU son los mismos que despliegan su poder bélico sobre Medio Oriente. El afán de dominio del centro se extiende como una red que busca infiltrase en todas partes.

Así y todo, como señala Simone De Beauvoir, los opresores no podrían ser tan poderosos si no hubieran oprimidos que defendiesen sus intereses. En efecto, la opresión, en la mayoría de los casos, sólo puede funcionar con una quinta columna dentro de las filas de los oprimidos. En Argentina, se ve, actualmente, que los oligopolios mediáticos, los grupos concentrados de la economía y la oposición política cumplen dicha función. Corroer desde dentro la resistencia al poder-libertad de la entente opresora. El ataque desde dentro también es múltiple: intentos de golpes de mercado, perpetua difamación del gobierno, llamamientos a la desobediencia civil, estratagemas para esmerilar la legitimidad del Congreso. En suma, intentar deconstruir el modo de Estado constituido durante la última década para volver a consolidar otro: el Estado neoliberal.

Precisamente, frente a la posible pregunta acerca de cuáles serían hoy los instrumentos de resistencia frente al neoliberalismo, la respuesta es sencilla: el Estado. Sin embargo, no se trata de cualquier Estado, ya que muchas veces se habla de él de manera abstracta. En líneas generales, el Estado suele aparecer representado como aquello que hay que combatir. El Estado es el Mal, podría decirse. Esta tesis es compartida tanto por los liberales confesos de derecha, como por el pseudo-progresismo, como por la pseudo-extrema izquierda. Hay en todas estas posiciones una hegemonía del liberalismo que subyace a diferencias ideológicas que son, en verdad, secundarias. En un texto sobre Hegel, Rubén Dri habla de los distintos Estados que se han presentado en la modernidad: el Estado absolutista, el Estado liberal, el Estado democrático y el Estado ético. Podríamos decir que, en la periferia, es el Estado ético la instancia de resistencia frente al afán de dominio global.

Es en la concepción hegeliana del Estado donde este se presenta como Estado ético. Esto significa que el Estado es la dimensión del interés universal, la superación de los intereses particulares. En la periferia, un Estado que se constituya a partir del bien común, que vele por la totalidad y que se despliegue como un proyecto colectivo superador de las mezquindades imperantes en la sociedad civil, es, de manera necesaria, antagónico del neoliberalismo. La dinámica inmanente al neoliberalismo supone la sumisión de la periferia y, por lo tanto, de sus millones de habitantes. El Estado ético al velar por el interés de la comunidad de la cual él mismo emana entra en conflicto con dicha dinámica. El Estado, en tanto dimensión ética donde se dan los intereses y valores compartidos por una comunidad, es el principal enemigo del ansia de extensión del centro y de sus aliados subalternos.

En nuestro país, ese Estado es el Estado que el kirchnerismo, como fuerza gobernante, ha ido constituyendo a lo largo de una década. Y es ese Estado el que el neoliberalismo quiere disolver para habilitar, nuevamente, el modelo de Estado que por casi treinta años imperó en Argentina y en gran parte de América Latina, un Estado que asegure y garantice los interés de las grandes potencias y de las grandes corporaciones económicas. Porque cuando, desde el neoliberalismo, se habla “achicar el Estado”, lo que en verdad se propone es el reemplazo de un Estado que vela por la totalidad por uno que vele por los intereses de las minorías. El neoliberalismo no es un mero “modelo” económico sino, como dijimos, se trata de un sistema totalizador que atraviesa la cultura, la política, y que requiere, por más que lo niegue, un Estado que, como diría Alfonsín, custodie la libertad del zorro en medio de las gallinas.

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