Maximiliano Basilio Cladakis
Marx
comienza su célebre Dieciocho Brumario con la conocida frase:
"Hegel decía que la Historia se repite, al menos, dos veces, pero se
olvidó de decir que lo hacía una vez como tragedia y otra como
farsa". Las palabras de Marx bien
pueden dar cuenta del estado actual del mundo, en donde los últimos
acontecimientos se encuentran deviniendo en un nuevo conflicto bélico que
tienen como escenario un país del cercano oriente. Sin embargo, para este caso,
la frase de Marx debería ser revisada en su última parte: tragedia y farsa no
son polos antinómicos, sino que, por el contrario, se entrecruzan y nutren recíprocamente,
en un espectáculo criminal, irracional, burlesco, genocida.
La historia
se repite, sí, pero en su carácter trágico y farsesco al mismo tiempo. Los
mismos protagonistas, las mismas víctimas, las mismas falacias empleadas como
"argumentos". Estados Unidos prepara su invasión contra Siria, Europa
se arrastra sicariamente a besar los pies de su Amo para asegurarle que va a
estar siempre de su lado, un pueblo "no occidental" (es decir, ni
europeo ni estadounidense) espera los bombardeos de sus
"libertadores". Hasta el pretexto es el mismo: Siria tiene
"armas químicas". Lo mismo se dijo de Irak. En ese momento, el
presidente de la principal potencia bélica del mundo sostenía enfáticamente
"¡Si no tienen armas químicas que lo demuestren!". Se pedía lo
imposible, lo que se contrapone a los más elementales principios de la lógica:
demostrar la existencia del no-ser. Sin embargo, no importaba, Estados Unidos
"sabía", el Imperio siempre "sabe", aunque luego se
demuestre lo contrario (como se demostró, pues, que Irak no tenía armas
químicas). Sin embargo eso no importa, el Imperio se puede contradecir a sí
mismo y nadie puede recriminárselo. El Imperio es, pues, saber y poder
absolutos.
Hoy ocurre lo
mismo, Estados Unidos "sabe" que Siria tiene armas químicas y su
saber es tal que no debe ni siquiera demostrarlo. Europa le cree, como el más
fiel de los devotos. Estados Unidos es, en efecto, el Dios cuya Palabra es un pecado juzgar. Europa
anhela, mediante una fe irrevocable, adquirir algún lugar en aquel Cielo
tachonado de barras y estrellas. Mientras tanto, se prepara una nueva y
sangrienta hecatombe. Claro, la sangre que correrá no será ni occidental, ni
europea (o estadounidense, es lo mismo), ni cristiana, será simplemente sangre
bárbara. La Revolución Francesa terminó con la división entre la "sangre
azul" y la "sangre roja", pero el imperialismo trajo consigo una
nueva división hematológica: la "sangre civilizada" y la "sangre bárbara", no se
diferencian por el color, sino por algo más inefable, esotérico, casi tanto
como el saber del Imperio; es decir, el saber de Dios.
Y, por ello,
a pesar de Marx (y quien escribe es un marxista convencido y confeso), la
tragedia y la farsa se dan la mano. Se dan la mano tanto en el pasado como en
el presente, y como, casi seguramente, también lo harán en el futuro. Sin embargo,
la tragedia es para unos y la farsa es para otros. La tragedia es para aquellos
que reciben las bombas, el fósforo blanco, las torturas, las violaciones. La
farsa es para los que se otorgan, entre ellos mismos, nóbeles de la paz, para
los que hablan de derechos humanos, de democracia, de diversidad, para los que
juegan el juego de "progresistas" o "conservadores", de
"izquierdas" o "derechas" danzando sobre los millones de
cuerpos insepultos que cubren las tres cuarta parte del planeta; cuerpos que son,
a su vez, la condición necesaria para que estadounidenses y europeos puedan
seguir manteniendo su juego. En última instancia, tal vez eso sea lo único
importante y nosotros (latinoamericanos, asiáticos, africanos) no lo podamos
ver: que "ellos" puedan seguir jugando.
Se
equivocan, por tanto, todos aquellos que temen que la invasión a Siria podría desencadenar
un estallido bélico a nivel mundial. A ellos nos les va a pasar nada, como
nunca les ha pasado en los últimos setenta años. Les va pasar a los otros, no a ellos. Ellos están
seguros, la tragedia no los tocará. Su vida es la farsa, no la tragedia. Y lo
saben, en los más íntimo de sus conciencias lo saben. Sartre, aquél europeo tan
odiado por los europeos y tan estimado por los no "europeos", se los
ha dicho más de una vez en la cara. Tal vez esa sea una de las razones por las
cuales su obra ha sido arrojada al mayor de los ostracismos en los círculos
académicos internacionales.
Alguien dijo
alguna vez que las tragedias de los hombres, son la comedia de los dioses. Es
así, las tragedias del mundo no-occidental, son el carnaval farsesco del mundo
civilizado. Siempre ha sido así. Y en el caso, más que probable, en que se
lancen las bombas sobre Siria, seguirá siendo así. Los perderos serán los de
siempre, los ganadores también. Como
dice el viejo adagio del Eclesiastes:
nada nuevo hay bajo el sol.
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