Maximiliano Cladakis
40 años, desde aquel nefasto 11 de septiembre de 1973.
40 años, desde que la Dictadura pinochetista se instaló a sangre y fuego en
Chile. 40 años, desde que, una vez más, la condición humana sacó a relucir su
doble rostro, sus posibilidades extremas. 40 años, desde que el hombre se
mostró como una bestia más salvaje que cualquiera de las que pueda habitar el
planeta. 40 años, desde que el Mal se hizo carne, y ese Mal sólo es posible en
el hombre, o, mejor dicho, que el único Mal posible es el hombre. 40 años,
desde que el hombre se mostró, también, como todo aquello en lo que puede
convertirse en sentido inverso a las bestias, sus posibilidades más nobles, su
humanidad verdadera, humanidad que está siempre en devenir. 40 años, desde que
un hombre dio, y le arrebataron, todo por el otro, por un pueblo, por sus
convicciones. 40 años, desde que la desesperación, el genocidio y el nihilismo
impusieron su verdad en el mundo. 40 años, desde que la esperanza, la fe en el
hombre y el heroísmo también impusieron su verdad en el mundo, aún en el seno
mismo de la derrota. 40 años, una cifra de las llamadas "redondas",
donde el imperialismo y sus sicarios, donde el Departamento de Estado y los
golpistas y genocidas apátridas, se irguieron como lo más execrable de la condición
humana, como el abismo donde la humanidad se niega a sí misma y donde lo
no-humano surge de lo humano y se impone. Pero, 40 años se cumplen, también, de
aquella fecha en donde la figura de Salvador Allende demostró la imagen
salvífica de una humanidad que tiene la posibilidad de redimirse, donde, en
medio del derrumbe, de la catástrofe, de la instauración de la tiranía, emergió
la palabra, la voz y la encarnación de ese hombre nuevo que a lo largo de los
milenios se viene anunciando y que, de tanto, en tanto irrumpe en una historia
dominada por la opresión y la masacre.
40 años, desde que las bombas cayeron sobre La Moneda. 40 años, también, desde que se abrieron las Alamedas.
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