Ágoraa diario la arena política

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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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martes, 24 de julio de 2012

Evita, la llama que no se apagará

opinión. Agora...a diario 24/07/2012






   Maximiliano Basilio Cladakis

   Se podría decir que se cumplen sesenta años del traspaso a la inmortalidad de Eva Perón, o, mejor dicho, de Evita, como a ella le gustaba que la llamen sus “descamisados” y sus “cabecitas” (y quien escribe se sabe y se siente un “descamisado” y un “cabecita”). Sin embargo, su paso a la inmortalidad fue anterior a la llegada de la muerte. Evita pasó a la inmortalidad a partir de su vida, de sus actos, de su lucha inclaudicable contra la injusticia, de su amor incandescente hacia los humildes, de sus palabras llenas de coraje, de su pasión desmedida, sobrehumana, de su sacrificio diario en pos de una Patria Justa, Libre y Soberana. Precisamente, las grandes personalidades de la historia, no pasan a la inmortalidad en el acto mínimo de su muerte, sino en los grandes actos de su vida.

   Evita fue un símbolo después de su muerte, es indudable, pero ya lo era en vida. Evita simbolizaba el perfil más revolucionario de ese movimiento que emergió de las entrañas mismas de la Argentina durante la primera mitad de la década de los ´40. Evita era esa revolución. Evita era la Revolución. Sin embargo, no se trataba de una revolución de manual, como la que sostenía esa izquierda cómplice de los poderosos y aliada del imperialismo. Evita era la Revolución real del pueblo real. El amor desmedido que le profesaban los humildes de la Patria y el odio, igual de desmedido, que le profesaban los dueños de la Argentina colonial y futuros genocidas, son una muestra cabal de ello. Una vez, un profesor le dijo a quien escribe, que el odio que provoca el peronismo es igual al amor que provoca. Esa oposición irreductible entre el amor de los humildes y el odio de los poderosos encontró en Evita su expresión más acabada.

   Tras su muerte, Evita continuó proyectándose sobre el destino de nuestra Patria como bandera de las más notorias y nobles aspiraciones colectivas. Sus actos, sus palabras y su férrea voluntad se extendieron más allá de la muerte como impulso ético de varias generaciones de argentinos. El símbolo de los años ´40 y ´50 fue símbolo de las décadas posteriores, incluso, cuando el neoliberalismo se apoderó en los ´90 de las imágenes y nombres del peronismo, la figura de Evita se irguió, más de una vez, como impugnación a las políticas de saqueo y hambre que se realizaban en nombre de aquello que ella había descubierto en su “día maravilloso”. En aquellos años donde el neoliberalismo se había convertido en la forma de vida hegemónica, las palabras de Evita sobre los traidores dentro del movimiento volvieron a resonar como un anuncio profético, como una sentencia visionaria escrita cuatro décadas atrás.

   Hoy, la arrolladora llama de Evita continua ardiendo de manera incandescente. Su nombre es una guía perpetua en el camino de la reconstrucción de la Patria. Evita pervive en la dirigencia y en la militancia del movimiento nacional-popular como inspiración, fuerza moral y mirada rectora. Un claro signo de ello: su imagen se eleva, imponente, en el ministerio de desarrollo social. Como metáfora perfecta de su vida, mira con sonrisa dulce y cálida hacia el sur, mientras que hacia el norte se alza beligerante, inclaudicable, presta a continuar su lucha hasta la victoria.
 







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