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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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jueves, 22 de marzo de 2012

Memoria histórica y vida en comunidad

opinión. Agora...a diario 21/03/2012




Maximiliano Basilio Cladakis

El establecimiento del 24 de marzo como feriado nacional inamovible se encuentra enmarcado en ese proceso de cambios acontecido en la vida estatal a partir de 2003 que transformó el “Perdón y olvido” en “Memoria, Verdad y Justicia”. Si bien se trató de una medida que, en su momento, generó una polémica multidireccional que abrazó voces críticas tanto por “derecha” como por “izquierda”, hoy no caben dudas de su importancia substancial en la reconfiguración del sentido histórico de nuestra sociedad, una importancia que no se limita sólo a la comprensión del pasado, sino que se extiende hacia el presente y que se proyecta sobre los posibles horizontes del porvenir.

La irrupción de la historia

En su momento, desde algunas posiciones progresistas, se realizó una crítica centrada en el hecho de que la consecuencia de la medida implicaría una banalización de la fecha. En vez de conmemorar el inicio del periodo más nefasto de nuestra historia, se decía, muchas personas utilizarían el feriado para dedicarse al ocio, para “irse un fin de semana afuera”, etc. Se trataba de una crítica sustentada en la estrechez de miras, en la confusión de lo necesario con lo contingente, de lo substancial con lo accidental. Como suele decirse: “el árbol les tapaba el bosque”.

Más allá de que haya quienes en ese día se dediquen al ocio, la fecha enmarcada en rojo supone la constitución de una lógica de la temporalidad colectiva que desarticula las dinámicas individualistas que, desde la Dictadura a los ´90, se consolidaron como hegemónicas. Si bien, desde la lógica de la anti-política (en el sentido de la negación de la vida en comunidad en pos de la primacía exclusiva de los proyectos individuales), la fecha puede ser “aprovechada”, igualmente genera incomodidad, malestar. Que sea una fecha en rojo significa la necesidad, el deber, la obligación podría decirse, de hablar de lo que se originó ese día.

Si la estrategia cultural del neoliberalismo se fundamentada, principalmente, en la exacerbación del individualismo y en la ausencia de una memoria histórica y colectiva, el feriado del 24 de marzo es la penetración del horizonte histórico en los horizontes individuales. Aunque las respuestas a esa penetración pueden ir desde el fastidio al compromiso explícito, pasando también por la “alegría” de poder dormir una hora más, de una forma u otra la memoria es ejercida y la conciencia “apolítica” , incomodada ante las preguntas y comentarios realizados, o bien durante la fecha, o bien durante los días previos. El hijo le pregunta al padre por qué no debe ir al colegio, alguien habla en la radio o en la televisión, las maestras se ven obligadas a referirse al tema, la Memoria penetra en las distintas esferas de la sociedad interpelando a cada uno, obligando a pronunciarse de una forma u otra, es decir, quebrantando el silencio.

Por lo general, una fecha enmarcada en rojo sobre un calendario señala la emergencia de la historia colectiva por sobre las lógicas individualistas. Sin embargo, también es cierto que la distancia con respecto al acontecimiento que se conmemora en esa fecha, sea temporal o espacial, genera una especie de solidificación, en donde la fecha en cuestión se convierte en una especie de monumento de mármol, antes que la posibilidad de reactualización de una discusión o debate, o más aún, una praxis transformadora de lo real que reasuma el sentido de lo recordado. Por el contrario, la cercanía espacial y temporal del 24 de marzo nos abre a un acontecimiento en donde se entrelazan de manera profunda la vida individual con la vida colectiva. La historia es comprendida como historia actual.

24 de marzo y 10 de diciembre

Desde algunos sectores políticos y mediáticos se había propuesto como alternativa que, en vez de conmemorar el 24 de marzo, se “celebre” el 10 de diciembre. Es decir, el Día del Regreso de la Democracia debía imperar por sobre el Día de la Memoria. No caben dudas de que el 10 de diciembre de 1983 fue un día fundamental en la vida de los argentinos. Se trató del fin del Terror, del regreso de la democracia, del regreso de la política, del fin de los años más nefastos de nuestra historia. Ese momento, incluso, fue el inicio de un proceso que llevaría a un acontecimiento que, con todos sus claroscuros, ha tenido una relevancia de suma importancia, tanto a nivel nacional como internacional: el Juicio a las Juntas.

Sin embargo, la presentación de la alternativa “Día de la Democracia” frente a “Día de la Memoria” llevaba en sí misma el objeto de clausurar una historia que aún continúa (y continuará) abierta. Si bien es absolutamente legítimo establecer como celebración nacional el regreso de la democracia, la intención implícita de los que decían sí a los festejos y no a la conmemoración, no era otra que ocultar aquello sobre lo que la memoria se extiende. Sobre todo, cuando muchos de ellos, fueron enemigos implacables de esa democracia que regresaba tras siete años de Dictadura.

A diferencia de otras fechas, el 24 de marzo no nos coloca frente un “triunfo”. Precisamente, el sentido radical de su establecimiento como fecha conmemorativa nacional es que nos coloca frente a un acontecimiento que opera en, cierta medida, como antítesis del 25 de mayo o del 9 de julio. Tanto el Cabildo Abierto como la Declaración de la Independencia son actos fundacionales de nuestra historia como pueblo que representaron puntos de quiebre en la consolidación de nuestra historia desde una dimensión afirmativa. El filósofo francés Maurice Merleau-Ponty habla de los acontecimientos históricos como instituciones dadoras de sentido. Efectivamente, estas dos fechas, como también la del 10 de diciembre de 1983, se presentan como hitos que establecieron valores, símbolos, tradiciones a partir de las cuales nuestro pueblo encuentra su identidad y se afirma en su propia historicidad. Se trata de un pasado que, al actualizarse en la reasunción presente, estrecha los vínculos de la comunidad nacional.

Por el contrario, el 24 de marzo nos abre a una dimensión insondable que opera como contravalor. La memoria se extiende hacia el pasado para encontrarse con un acontecimiento que se instituye desde la negatividad absoluta. Precisamente, el 24 de marzo nos pone frente a lo que no debía acontecer. Hanna Arendt hablaba del Mal radical, la Dictadura instaurada el 24 de marzo es la experiencia concreta de ese Mal radical en la vida de los argentinos. Los secuestros, las torturas, las ejecuciones, las violaciones, el robo de bebés, son la negación de la posibilidad de la vida humana en tanto tal. La memoria, al historizarse hacia ese pasado reciente, descubre un abismo desde donde emerge lo no-humano. En este sentido, la misma categoría de “desaparecido” se hunde en las condenas más atávicas de la cultura occidental. La Antígona de Sófocles y la misma Ilíada se refieren a los insepultos como afrentas a los propios dioses.

Sin embargo, la comprensión del 24 de marzo como la emergencia del Mal radical y de la negación de lo humano, no significa que se tratase de un acontecimiento ausente de racionalidad. Por el contrario, podríamos decir, junto a Adorno y Horkheimer, que el Horror no es lo contrario de la racionalidad, en tanto racionalidad instrumental, sino que depende de ella. El Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia implica un desentrañar la lógica interna y las redes de complicidades que ejecutaron el plan sistemático de exterminio. Se trata de un recordatorio constante del Horror pero también de una exigencia de Justicia y de Verdad que conlleva a un desvelamiento de las responsabilidades ocultas y “ocultadas”. En este sentido, nos encontramos con un cambio de paradigma dado en los últimos años: se está comenzando a hablar de “dictadura cívico-militar” en lugar de “dictadura militar” a secas.

El ya mencionado Merleau-Ponty, en su texto Humanismo y terror, diferenciaba dos tipos de violencia, una que tenía por finalidad acabar con toda violencia; otra que se ejercía para perpetuar la violencia. La Dictadura fue una expresión extrema de esta última. La violencia radical llevada a cabo por el brazo militar tenía como correlato la violencia, también radical, del modelo económico impulsado por grupos empresarios, entidades financieras y capitales extranjeros, como ya lo había denunciado Rodolfo Walsh en su Carta a las Juntas. El 24 de marzo, como Día de la Memoria, abre la caja de Pandora, por lo que salen a la luz, los brazos ejecutores como también los autores intelectuales.

La emergencia del pasado como horizonte histórico del presente

El Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia se nos presenta, por tanto, a partir de una concepción de la Memoria en la cual esta no es mera referencia al pasado sino que se despliega hacia el presente y hacia el futuro. Verdad y Justicia son exigencias actuales no limitadas a un pasado cerrado. Por el contrario, implican la apertura de aquello que se intentó cerrar y el repudio a todo esbozo de punto final. En sus Tesis sobre la Filosofía de la Historia, Walter Benjamin habla de la pervivencia del pasado en el presente y afirma la mutua imbricación de la lucha por el presente y de la lucha por el pasado. Esta doble imbricación que se proyecta hacia el futuro que deseamos construir se nos hace presente en la efectivización del 24 de marzo como conmemoración colectiva.

En la Argentina aconteció un genocidio. Ese hecho atraviesa nuestra historicidad. La fecha en rojo nos pone en contacto con aquello que, como dijimos antes, no debió haber sucedido. El pasado nos interpela, y frente a dicha interpelación estamos obligados a elegir y en esa elección, como decía Sartre, somos responsables por nosotros y por todos los demás hombres. La historia que nos antecede, aún para los que nacieron de manera posterior a la Dictadura o que eran niños en los años del Terror, nos hace, pues, responsables de ese pasado. O bien optamos por el silencio y la indiferencia, lo que implica, de una forma u otra, ser cómplices, o bien optamos por la reasunción de la Memoria en pos de la Verdad y de la Justicia.

En este sentido, la Memoria es praxis. Recordar el Terror es actuar en el presente, asumir un compromiso con la historicidad colectiva en la cual confluye la historicidad particular. En este aspecto, quienes hablan de dejar “el pasado en el pasado” tampoco hablan solo del pasado sino también, y sobre todo, del presente y del futuro. Su rechazo de la Memoria es una apuesta y un compromiso por el Ocultamiento y la ausencia de  Justicia.

Palabras finales

Está claro que el establecimiento del 24 de marzo como Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia no puede ser adjudicado unilateralmente a una decisión tomada en la vida estatal. Por el contrario, las luchas llevadas a cabo durante años por agrupaciones como Madres, Abuelas, HIJOS y tantas otras, han sido los que se han encargado de mantener encendido el fuego de la Memoria y los anhelos de Justicia y Verdad durante los nefastos años del Punto Final, de la Obediencia Debida y de las Leyes de la Impunidad. Vidas dedicadas íntegramente a quebrantar los intentos de silenciamiento y de olvido, son las que han marcado y continúan marcando el camino hacia una Argentina que reasuma el abismo que se abre detrás de ella y mantenga en alto el reclamo, que debe ser permanente, por la Justicia y por la Verdad. En este sentido, el valor del reconocimiento por parte del Estado radica en la extensión de sus posibilidades de acción y de abrir nuevos canales por los cuales proseguir una lucha iniciada en el momento mismo en que la Dictadura se instaló a sangre y fuego sobre nuestra historia.






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