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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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viernes, 24 de febrero de 2012

La cosa pública va en tren y lo privado sobrevuela y rapiña.

opinión. Agora...a diario 24/02/2012

José Antonio Gómez Di Vincenzo



El acontecimiento, por duro que sea, promueve la reflexión, exige un pensar que se adentre en la densidad de lo ocurrido, en la complejidad y el cruce de circunstancias que llevaron al acontecimiento mismo. Del trágico accidente del Sarmiento en la cabecera Once, tras el éticamente obligatorio pero, a la vez solidario, acto de silencio, congoja y apoyo moral a los damnificados, emerge la necesidad de buscar respuestas.

Respuestas que expliquen algo más que el acontecimiento. Pero no sólo el acontecimiento. Toda tragedia como hecho evitable exige explicaciones. Desde una racionalidad instrumental puede exigírselas para “mejorar las prestaciones del servicio y que la cosa no vuelva a pasar”. Así operan, por ejemplo, los organismos públicos o privados que tienen a su cargo la investigación de accidentes aéreos. Se reclama una explicación que cierre o clausure la incógnita. Y cuando ella se hace presente, se puede enterrar la cuestión. Todo seguirá funcionando y lo hará aún mejor. Y gracias a los muertos en accidentes que pagaron con su vida (por eso están bien muertos) hoy sabemos más y tenemos una tecnología aeronáutica más segura.

No es este el caso. No quiere quien escribe que lo sea. Si fue el freno o no, si hubo fatiga de material o no, pueden ser factores que expliquen el hecho, por qué ocurrió lo que ocurrió pero esta lógica no permitirá una cabal comprensión de cómo llegamos a este punto en que el sistema no da para más. El acontecimiento cobra un sentido especial en la coyuntura, actúa como la punta de un iceberg, una señal que remite a toda una serie de cuestiones relacionadas con lo paupérrimo del servicio o sistema de transportes. El acontecimiento podrá tener un por qué. Pero por relevante que pueda ser en tanto acontecimiento lo que debe interesar aquí es eso que queda oculto tras los hechos. Me refiero a una compleja trama de acuerdos, contratos, negociados, políticas, acciones y prácticas concretas mediante las cuales, se ha pretendido sistematizar la prestación del servicio.

La herencia de los 90, las privatizaciones, ese pus que drena cada tanto, cuando ocurren estas desgracias, pero que estuvo empobreciendo a la sociedad desde las entrañas, al instalar lógicas de acción de corte neoliberal a nivel institucional tanto en el sector privado, como también (y esto es lo más grave) en el sector público, exige en quienes tienen hoy el rol de representar los intereses de todos un ejercicio tremendo inteligencia y estrategia para torcerle el brazo a las circunstancias. Pero sobre todo demanda una acción concreta y ya.

Es sabido (y lo es desde mucho antes de la catástrofe del miércoles) que la cosa no da para más. Es menester explicar entonces por qué no se han tomado cartas en el asunto, por qué se actúa tan sólo como el gerente que sale a vender espejitos de colores. Porque si bien es cierto que lo esencial en primera instancia era hacer que los trabajadores puedan dirigirse a bajo costo a sus lugares de trabajo (muchos recientemente creados por el resurgimiento de la economía en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner) y para eso los subsidios, la verdad es que no se avanzó en los cambios estructurales que son necesarios y ni siquiera se planteó un debate en serio dejando esa oportunidad en manos de cierto payaso mediático bocón que con el objeto de convencer que todos los males de la Argentina se solucionan estatizando el ferrocarril inundó la escena mediática con una ráfaga de pamplinas y paparruchadas con escaso sustento empírico y lógico.

Este gobierno ha cosechado una cantidad de votos en las urnas no sólo por lo que dijo sino más bien, por lo que pudo traducir en hechos. Para los trabajadores que viajaban en los primeros vagones del tren siniestrado (y sí, en el tren viajan los laburantes, obreros o comerciantes, administrativos o educadores, etc. etc.), la Argentina no era, ni es la del 2001. Negar las transformaciones operadas en el período K sería necio. Este escriba sabe que para explotar  posiciones negadoras de todo y sobre todo negadoras de la política hacen fila en el casting de los multimedios desde los denunciadores compulsivos de siempre, los delirantes adalides de revoluciones etéreas, hasta los pastores de los pueblos vendedores de estampitas, etc. y no quiere quitarles protagonismo. Sin embargo, se amarga porque ciertos logros no se han traducido aún en mejoras concretas en puntos prioritarios como es, en particular, el caso del transporte público pero podría ser también, el del sistema de salud y la educación.

Quien escribe lejos de adherir a las miradas conspirativas, a años luz de pensar que un conjunto de capitalistas en sociedad con funcionarios públicos representantes de la burguesía complotan para matar trabajadores, renuente a toda explicación mecanicista y reduccionista de los hechos tiene a pensar  que más que nada lo que tenemos es una compleja trama de estupidez, ineficacia, maldad y robo.  Las maravillas con las que se vendía en los 90 la gestión privada de los servicios públicos se hizo añicos en más de una triste tragedia ferroviaria. Pero del atolladero se sale saldando cuestiones en un profundo debate y mediante la profundización de políticas que procuren materializa en lo concreto beneficios para la gente.

En primer lugar, hay que debatir la pertinencia de la gestión privada de la cosa pública. Si los ferrocarriles deben ser del Estado o privados o si queremos que sean públicos o privados. Si todo el ferrocarril debe ser público o sólo una parte. Si debe el Estado manejarse con concesiones. Quién o quiénes deben controlar qué. Qué es posible hacer hoy desde el punto de vista económico. Quiénes deben  gestionar el servicio: trabajadores, empresarios, funcionarios públicos, una mixtura.

Quien esto escribe no tiene respuestas sobre estas y otras cuestiones en particular. No sabe, no domina ciertos saberes. Sólo cree que debe comenzarse inmediatamente a debatirse la cuestión y que en la mesa de debate deben encontrarse sentados distintos actores pero sobre todo quienes dominan el tema. Sin embargo, está convencido que la cosa como está, no da para más, que el gobierno debe dar señales en lo inmediato de que se abre una instancia de cambio y que deben rodar algunas cabezas.

Tal vez muchos de los que murieron o resultaron heridos en la tragedia de Once votaron por el partido que está gobernando y no por TBA, tal vez muchos lo hicieron porque reconocieron los logros que el gobierno concretó en el período anterior, porque notaron que la política que busca el bienestar general por sobre los intereses privados se impuso por sobre las lógicas provenientes de la economía, el tongo, la rosca y el negociado. No se puede mirar para otro lado, ya no se puede estafar al soberano que exige profundizar la propuesta e ir hacia un horizonte de igualdad. Y si cabe rescatar algo de este triste suceso es el hecho de que todo parece indicar que aún dentro mismo del movimiento nacional y popular tenemos bien viva la crítica y la presión para que la cosa siga cambiando para mejor.






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