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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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sábado, 5 de noviembre de 2011

¿Tragarse o lamerse un sapo?

opinión. Agora...a diario 05/11/2011


Por José Antonio Gómez Di Vincenzo



Hace años, quienes querían transformar el mundo no conocían otra alternativa que reventarlo. Iban por todo. Y obtenían migajas a lo sumo. Una posición simbólica en el Caribe, un período de gobierno en un país lejano, muchas fotocopiadoras mal administradas en universidades nacionales.

La historia y algunos malditos protagonistas que la usurparon hicieron añicos la esperanza de muchos por cambiar las cosas. De la lucha contra la ignominia en los más bastos frentes muchos pasaron al ostracismo para sobrevivir, otros murieron en campos de concentración.

El triunfo del neoliberalismo y su hegemonía noventosa, entre otras cuestiones, arrasó con la praxis política. Lejos quedaban los debates y la lucha por transformar las circunstancias. La política era mala palabra. En las fábricas ya no estaba la foto de Eva y Perón, ni qué hablar el Manifiesto, olvidado desde décadas. Los tornos y telares extrañaban a los compañeros, sus bromas, sus charlas políticas. Añoraban el momento de volver a escuchar a los delegados arengar a los muchachos para ir por más.

Pero de las ciudades en cenizas suelen resurgir las aves Fenix. Y las aves quieren volar. A diferencia de las serpientes felices en la contorción, arrastrándose en el polvo, los Fenix saben del barro de la historia pero tienen su cetro en las alturas. Y quieren ir de a poco para lograr mucho.

Algunas cosas empezaron a cambiar en lo formal y concreto. Es innegable, habría que ser necio para objetarlo. Hoy hemos recuperado aunque sea una parte de nuestras más preciadas banderas. ¿Fue K o fue el pueblo? ¿Fue la resonancia de uno en otro? ¿Fue una burla del espíritu absoluto? No importa, al menos no por ahora y para lo que pretendo señalar aquí. Es un hecho que muchos comenzamos a involucrarnos más en la discusión y transformación de las cosas, a partir de una serie de acontecimientos y procesos que vienen dándose desde el 2003.

Cuando digo muchos, digo muchos amigos. Marxistas, existencialistas, intelectuales, trabajadores. Gente con ganas de hacer política más que de opinar acerca de ella desde las alturas que comenzamos a sentir – no le tengamos miedo al término, no somos nada más que máquinas de calcular- que debíamos hacer algo. Y en ese viaje empezamos a hacer realidad la profundidad, la densidad concreta de uno de nuestros más altos marcos teóricos; ese que queda claramente expresado en la Tesis 11 sobre Feuerbach, escrita en la lejanía de los años, allá por 1845, por Marx y que decía que más que interpretar hay que transformar el mundo.

Todos sabíamos que íbamos a comernos unos lindos sapos. Sapitos de poca monta, sapos de distintos colores. Todos entendíamos que el principal sapo a tragarse era el peronismo, el pejotismo entero con todas sus limitaciones y contradicciones. Sabíamos que incluso los más altos representantes del gobierno, incluida la presidenta, eran peronistas. Para quienes nos tragamos el sapo, los “sapófagos” el kirchnerismo es más que un nombre para definir el peronismo en una etapa caracterizada por el perfil de su conductor, es una palanca para hacer del movimiento más nacional y popular de la Argentina, el espacio transformador que nos lleve al socialismo. Pero para eso había que fagocitarlo.

Hay algo interesante, profundo, en la metáfora y que está dado por la imagen de la digestión. Porque comer es comer para digerir y digerir es transformar. Comemos para transformar. En todo proceso digestivo se obtiene energía, se gasta energía y se producen la mierda y los nutrientes que le permiten al cuerpo seguir vivo, seguir luchando. Uno come para vivir, para realizarse, para seguir siendo un hombre, un para sí, para seguir teniendo todas las posibilidades.

A muchos como a mí le perduran los efectos de la pataleta al hígado producida por el hecho de haber escuchado a la principal referente y conductora del kirchnerismo defender a ultranza el capitalismo, no ver que eso que llama anarco capitalismo es un efecto del capitalismo en su etapa contemporánea. Está claro… La foto es indefendible. Vista en abstracto es una escena significativa en la película de terror. Digerir sapos no es fácil. A veces exige un esfuerzo adicional a la vesícula. Pero en la historia que escribimos no es más que una pifia con escasa densidad si la comparamos con las transformaciones concretas hitos en el camino hacia el cambio revolucionario. Una risotada de Chavez, una burla de Kirchner a Bush, una afrenta de Correa, signos. Las cosas importantes las hacen las multitudes revolucionarias.

Ahora bien, yendo al grano… El supuesto mal paso dado por la presidente en el G 20, la supuesta pifia en el análisis político implica que debamos cambiar de posición. ¿Debemos dejar de comer sapos? ¿Debemos ir a habitar esas casas vacías sin techo ni ventanas desde las que el mundo es un lugar lejano habitado, o bien por estúpidos adormecidos y dominados por el ensueño del poder, o bien por garcas complotistas con ansias de dominarlo todo? ¿Es el discurso de la presidenta digno representante del pensamiento de quienes estamos ahí para cambiar las cosas?
La representatividad democrática tiene sus ventajas y sus debilidades. En la barricada a veces hay que negociar, ensuciarse. Una representatividad que se abstrae del caldo que la nutre pierde sentido. Si al derrape analítico le siguiera un vacío de acción transformadora tendríamos motivos para elevar la voz y reclamar una vuelta al cauce. Si dejáramos de ver que existe un espacio desde donde luchar para cambiar las cosas deberíamos emigrar. Pero lejos estamos de eso. El Kirchnerismo ha dado muestras de ser capaz de realizar cambios concretos orientados a batallar contra la injusticia. El Kirchnerismo no es el enemigo de derecha, es el lugar que tenemos para militar quienes queremos hacer algo para cambiar las cosas. Y seguirá siéndolo porque ahí estamos poniendo el cuerpo los “sapófagos”, seres comprometidos con la transformación. Por ahora, no veo más que un dolor de hígado, el del dolor de cabeza que anuncia el déficit biliar y exige el sucedáneo. Decir lo que la presidenta dijo, en el lugar que lo dijo, frenar a los poderosos en sus ganas de ir por todo con un sistema anárquico, ponerles de frente el muro del Estado regulador, es una buena patada a las pelotas del capital más rancio y eso es más que lo que mil mantras de la izquierda esclerótica puede lograr.

El capitalismo genera sus propios enterradores, decía el gran cabezón. Por ahora, más que enterradores está generando indignados, catástrofes climáticas, desertificación y muertos por inanición. Si nadie pone el cuerpo, si criticamos desde el púlpito creyendo que las víctimas de la ignominia son como ovejas descarriadas que debemos iluminar; si no nos enterramos en el barro y volvemos “sapófagos”, no habrá enterradores del capitalismo, sólo víctimas. Y entonces, cuando sólo queden ciudades en polvo, cuando desde el púlpito no se vean más que esqueletos vacíos, será tarde para lágrimas.

Es poco valiente asumir el rol de crítico desde las alturas cuando en la terrenalidad de la vida se reproduce en las propias acciones toda la densidad del modo de producción y sus miserias. El pastor criticón es el más enajenado de nosotros, él reproduce en su vida lo que critica desde lo alto, él tiene tan corrida la teoría de la práctica que no ve en el fango de su propia acción la miseria del capital. Y comparando, el deslinde de Cristina, quien nunca se definió crítica del capitalismo, ni comunista, ni marxista, ni un pomo, es nada. Porque más daño hace a la transformación y lucha contra la ignominia lo que hacemos que lo que decimos. Nosotros comemos sapos, mientras otros los lamen.

Habrá que ver si los lamedores de sapos siguen pegándose los viajes alucinógenos que los llevan más allá o bajan a la tierra. Habrá que ver si la historia les da la razón a quienes prefieren comer sapos o a quienes se copan lamiéndolos.



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