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Maximiliano Cladakis-Edgardo Bergna editores. Organo de opinión política de Atenea Buenos Aires. Radio Atenea y Agora Buenos Aires

Escriben: Leandro Pena Voogt-

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domingo, 19 de septiembre de 2010

La juventud: uno de los rostros del Mal

opinión. Agora...a diario 19/09/2010


Edgardo Pablo Bergna
Maximiliano Basilio Cladakis

En una entrevista dada unas semanas atrás a un medio gráfico, Eugenio Zaffaroni señaló que, así como en Estados Unidos, el discurso sobre la inseguridad se construía sobre la figura del negro pobre, en Argentina, dicho discurso se construye sobre el adolescente marginal. Las palabras de Zaffaroni se corresponden con una realidad evidente: pedidos para bajar la edad de imputabilidad, intentos de reimplementación del servicio militar obligatorio como medio de disciplinamiento de los jóvenes, etc. En un documento sacado poco tiempo atrás por un grupo de “intelectuales” conformado principalmente por parte del Alto Mando Católico (comandado por Bergoglio) y por varios ex ministros de Menem que se reunían en la Universidad del Salvador, donde se auspiciaba un proyecto para la creación de un pacto social de carácter supraconstitucional cuyo fin sería la “pacificación nacional”, el tema de la inseguridad y las propuestas para su "definitiva superación" versaba sobre un conjunto de medidas para disciplinar a los adolescentes.

Desde el discurso de la “inseguridad”, es evidente, entonces, que “inseguridad” se presenta como igual a “delincuencia” y “delincuencia” como igual a “juventud”. El joven del conurbano es el Enemigo a vencer, es el Mal, el principio destructor que corroe los fundamentos mismos del Orden y arrastra a la sociedad argentina hacia un caos abismal. Esto se corresponde indudablemente con una constante de la derecha vernácula en las últimas décadas: la demonización de la juventud.

Si bien en los últimos años el proceso de demonización se realizaba sobre un espectro determinado de la juventud (como dijimos, la del conurbano pobre), ahora se ha expandido sobre otros sectores. A partir de la toma de escuelas y de facultades realizada por los estudiantes de la Ciudad de Buenos Aires frente a las políticas educativas de Mauricio Macri, y el consiguiente armado de listas negras con los nombres de los jóvenes que participaron y participan de estas acciones, es el adolescente porteño, mayoritariamente de clase media y de clase media baja, el que se ha transformado en nuevo objeto de estigmatización.

Probablemente se trate de otro tipo de “inseguridad”, sin embargo el adolescente de las tomas también se presenta como principio del “Caos” y del “Mal”. Tanto representantes políticos de la oposición, desde el propio Macri o el Ministro de Educación porteño Esteban Bullrich (directamente “afectados” por las tomas) hasta Pino Solanas o Francisco de Narvaez, como así también varios periodistas, han condenado las acciones de los estudiantes, hablado de ilegalidad, y, tal vez sea lo más importante para remarcar, varios de ellos hablaron “juventud politizada”. La forma en que, desde ese lugar, se hace mención a “jóvenes politizados” no es, obviamente, sino bajo el paradigma de la acusación.

Con respecto a esto último, da la impresión que los impulsos más atávicos de la derecha argentina han vuelto a salir a la luz. Precisamente, la “juventud politizada” fue uno de los principales focos sobre los cuales el terrorismo de Estado descargó su bestialidad durante la última dictadura cívico-militar. Basta con ver los carteles con las fotos de los desaparecidos o ir al museo que se encuentra frente al Río de la Plata y contemplar las placas en conmemoración a las víctimas del genocidio: muchos de ellos tenían entre quince y veinticinco años. Por aquel entonces, el fantasma de la “subversión apátrida y marxista” se encarnaba en esos cuerpos apenas desarrollados, en esos rostros aún vírgenes de arrugas, en esas miradas todavía no contaminadas por vilezas, traiciones y frustraciones. Si, para cierta tradición literaria, estas características expresaban inocencia, para los militares, políticos, empresarios y periodistas responsables del genocidio eran una señal de culpabilidad y debían, por lo tanto, recibir su castigo. Los discursos del establishment periodístico y político sobre la “politización” actual de la juventud parecen un revival de aquellas condenas.

Por un lado, el joven marginal; por otro, el joven “politizado”. Para la derecha vernácula, se trata de dos formas en que el “Mal” se presenta. Y como tal, se debe intentar exorcisarla. Los casos de “gatillo fácil” en el conurbano y la “Noche de los lápices” conmemorada en estos días son algunos ejemplos de ello.



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